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– Sarah, querida, tienes algo en el pelo.

La actriz se llevó las manos a la cabeza y una polilla salió volando. Harcourt se mondó de risa, cayó de rodillas y rodó por el escenario. La señora Siddons lo miró con desagrado y espetó:

– Para ser alguien tan pequeño, haces mucho ruido.

Los ensayos continuaron hasta bien entrada la tarde, momento en el que la actriz declaró que «se desplomaría» si no tomaba una infusión de manzanilla. William estaba de excelente humor. Las palabras que hasta entonces sólo había visto en el manuscrito habían adquirido las dimensiones de un mundo de carne y hueso. Se habían convertido, según las interpretasen los actores, en sentimientos ampliados o indecisos.

***

Por la noche William abandonó el teatro en compañía de su padre. Caminaron deprisa, como si siguiesen el ritmo de sus pensamientos, hasta que William estuvo a punto de chocar con un joven alto que se disponía a cruzar Catherine Street. Lo identificó en el acto. Lo había conocido en la Salutation and Cat la noche de la discusión con Charles.

– ¡Dios todopoderoso, lo conozco! -exclamó William-. Charles nos presentó.

– Soy Drinkwater, señor, Siegfried Drinkwater.

William presentó a su padre, que se inclinó ante el joven y declaró que se sentía honrado y encantado.

– ¿Cómo van Píramo y Tisbe?

– ¿No se ha enterado? Se ha suspendido.

– ¿Por qué?

– La señorita Lamb se encuentra bastante mal y no puede salir de su habitación.

– ¿Cómo dice? -preguntó William, que no tenía noticias de los Lamb. Lamentó haberse peleado con Charles; no recordaba a qué se debía la disputa, aunque evocó la intensidad de su ebrio apasionamiento-. ¿Qué le pasa?

– Ha cogido algún tipo de fiebres. Charles no está muy seguro.

– Conozco el motivo. No se recuperó nunca del todo de la caída. -William se dirigió a su padre-: Tropezó accidentalmente y cayó al Támesis. Ya te lo conté.

– Bueno -añadió Siegfried-, en cualquier caso hemos tenido que decir adiós a Hocico y a Flauta.

***

A la mañana siguiente, William se dirigió a Laystall Street a una hora en la que sabía que Charles estaba en su trabajo.

Tizzy abrió la puerta y, al verlo, rió tontamente.

– Vaya, señor Ireland, usted por aquí. Hace mucho que no lo vemos.

– No sabía que la señorita Lamb estaba enferma. Vine en cuanto…

– Todavía no está del todo recuperada, pero ya se ha levantado. Tenga la amabilidad de esperar en la planta baja.

Cuando entró en el salón, William se topó con el señor Lamb que, con las piernas cruzadas, estaba sentado en la alfombra turca.

– Cuidado con el sereno -advirtió el señor Lamb-. El sereno se presenta cuando nadie lo espera.

– Disculpe, señor, pero no lo entiendo.

– Llega de noche. Es la obra de los siglos -declaró para sumirse tras ello en el silencio.

Tizzy apareció poco después.

– Señor Ireland, la señorita bajará enseguida.

– Por favor, que no lo haga por mí. Si aún no está del todo repuesta…

– Necesita cambiar de aires.

Cuando Mary entró en el salón, William se percató de los cambios en su persona. Parecía más tranquila, como si estuviese reconcentrada en un fin interior. Mary lo saludó con un leve beso en la mejilla, actitud que dejó pasmado a William. Tizzy ya había dado media vuelta y no vio la escena. El señor Lamb se cruzó de brazos y se balanceó sobre la alfombra.

– William, ha pasado mucho tiempo desde su última visita.

– No sabía que se encontraba indispuesta.

– ¿Ha dicho indispuesta? No me pasa nada. Simplemente, me he dedicado a reposar.

– Claro, por supuesto.

– De todos modos, me alegro de su visita. Mi padre y yo solemos hablar de usted. Papá, ¿no es así? -Atemorizado, el señor Lamb miró a su hija y continuó mudo-. Seguro que le apetece una taza de té. ¡Tizzy! -La criada se detuvo, se volvió y regresó a la sala-. Por favor, sirve té a nuestro invitado. -El tono de Mary fue severo e implacable-. William, tome asiento y cuénteme cómo va todo.

El joven se sintió desconcertado e incómodo.

– Están ensayando la obra en el Drury Lane. Kemble interpreta a Vortigern.

– ¿De verdad? Cuando se entere, Charles estará encantado. -Mary parecía ida y apenas hizo caso de lo que William le contaba-. Me gustaría saber dónde está ese té. Típico de Tizzy… Siempre se lía. Papá, dime con qué la has enredado esta vez. -El señor Lamb no dejó de balancearse-. ¿Se ha enterado de que Charles nos ha impedido representar «La muy dolorosa comedia y cruelísima muerte de Píramo y Tisbe»? Ha estado muy mal por su parte.

– Me crucé con el señor Drinkwater por la calle.

– ¿Ha visto a Flauta? ¡Pobre Flauta! Carece de musicalidad.

William no supo qué responder, así que dijo:

– Enviaré entradas para la familia.

– ¿Entradas?

– Señorita Lamb, entradas para ver Vortigern.

– Oh, ¿por qué no me llama Mary?

La mujer se echó a llorar con desconsuelo.

Horrorizado, William comprobó que Tizzy regresaba corriendo al salón.

– Vaya, vaya, señorita, parece que no fue muy buena la idea de abandonar el lecho, ¿eh? Ha pillado frío y ahora se resiente.

La criada hizo señas a William para que se retirase. Éste dirigió una mirada de impotencia al señor Lamb sentado en la alfombra, y franqueó la puerta.

CAPÍTULO XI

Por fin llegó la noche del estreno de Vortigern. El teatro Drury Lane estaba lleno hasta los topes, del patio a los palcos. Desde un hueco entre bastidores y el telón, William escrutó los rostros de los conocidos. Cerca del escenario se encontraban Charles y Mary Lamb con su padre. Samuel Ireland, Rosa Ponting y Edmond Malone ocupaban el palco Hamlet. Tom Coates y Benjamin Milton estaban en el patio y detrás se distinguía a Selwyn Onions y Siegfried Drinkwater. Thomas de Quincey acababa de franquear una entrada lateral y buscaba un sitio libre. Dos parlamentarios acompañados por sus esposas se habían instalado en el palco Macbeth y habían reservado el Otelo para la innumerable parentela de Kemble. En el palco Lear se sentaban el conde de Kilmartin y su querida. Por lo visto, todo Londres había hecho acto de presencia. William fue incapaz de mezclarse con ellos y, presa de un terror absoluto, optó por quedarse entre bastidores. Habría sido tan incapaz de asistir a la representación en tanto público como de interpretarla en persona. La sentía demasiado próxima.

La zona que se extendía tras el telón era un hormiguero. El director de escena centraba un canto rodado de grandes dimensiones, a la vez que el primer utilero acomodaba las ramas de un árbol artificial. El escenario representaba la arboleda de un bosque de la antigua Britania y varios ayudantes se afanaban en colocar arbustos y piedras cubiertas de musgo sobre las tablas de madera. Con ayuda de una polea izaban la luna, lo que llevó al director de escena a entonar una de sus melodías favoritas: ¿Por qué no hay monos en la Luna? William tuvo un recuerdo repentino y rememoró la imagen de su padre cantándola mientras se desplazaban en un bote de remos cerca de Hammersmith; la tarde era bochornosa y William evocó el sudor de su padre mientras remaba.

– Señor Ireland, será una noche inolvidable. -Sheridan estaba justo a espaldas de William, a la sombra de un roble nudoso-. Tengo grandes expectativas.

– ¿Cree que el público nos será favorable?

– Por descontado. ¿Existe inglés incapaz de emocionarse ante una nueva obra de Shakespeare? Señor Ireland, aplaudirán, lanzarán vítores y hasta es posible que reclamen la presencia del autor.

– Pero el autor no saldrá.

– Señor, sólo era una broma. De todos modos, podría saludar en tanto que su descubridor.

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