– Claro. Está diciendo «beso tus huevos».
Charles respondió a la entrada:
Veo una voz. Ahora voy a la abertura
a espiar para poder oír el rostro de mi Tisbe.
¡Tisbe!
¡Amor mío! Eres mi amor, presumo.
Mary dio un paso al frente.
– Señor Drinkwater, ¿no debería decir «¡Eres mi amor! Amor mío, presumo»? Tisbe reconocería la voz de su amado. Charles, como amante te muestras demasiado contenido. Un enamorado debe exhalar pasión.
– ¿Y cómo sabe ella eso? -preguntó Benjamin a Tom con tono bajísimo.
– ¿No te has enterado? Tiene un admirador.
– ¿Mary Lamb tiene un admirador?
– Sí, me lo contó Charles.
– Es francamente extraño.
– Y eso no es todo.
***
Reanudaron el tema pocas horas después cuando, terminados los ensayos, se reunieron en la Salutation and Cat. Charles y los demás estaban de pie junto a la barra; Tom y Benjamin se habían apiñado en un rincón y se reían al recordar los acontecimientos de la mañana.
– Si Mary Lamb tiene un pretendiente, el hombre tendrá que andarse con mucho cuidado -opinó Tom-. Esa mujer muerde. ¿Te fijaste en cómo riñó a Charles por hacer payasadas? Es muy severa.
– Sólo fue un juego.
– Yo no estaría tan seguro. En tanto Lanzadera, él se rió, pero en su condición de Charles, puso mala cara.
– ¿Cómo se llama?
– El admirador responde al nombre de William Ireland. Por lo que comentó Charles, es un librero del barrio. -Hizo un alto en el camino para llenar su jarra con la voluminosa botella de cerveza negra que tenía al lado-. Según parece, se trata de un gran amante de Shakespeare, y ha llevado a cabo varios descubrimientos que los estudiosos aplauden.
– Beso sus huevos.
– Lo que me gustaría saber es si ella también.
– Horribile dictu.
Apoyado en la barra, Charles escuchaba el disparatado diálogo que Siegfried y Selwyn sostenían sobre la Royal Academy cuando vio que William Ireland entraba en la taberna en compañía de un joven excéntricamente vestido con una chaqueta verde y sombrero de piel de castor del mismo tono.
Ireland reparó en el acto en la presencia de Charles y se acercó a la barra. El joven de verde permaneció a sus espaldas mientras saludaba a Lamb.
– Te presento a De Quincey. -El joven se quitó el sombrero y saludó-. De Quincey está de visita.
– Señor, ¿dónde se hospeda?
– Me alojo en Berners Street.
– Tengo un amigo en Berners Street -aseguró Charles-. Se llama John Hope. ¿Lo conoce?
– Señor, Londres es una ciudad muy grande y salvaje. No conozco a nadie de esa calle.
– Pues ahora nos conoce a nosotros. Aquí están Selwyn y Siegfried. -Palmeó las espaldas de sus amigos-. Y allí, en el rincón, se encuentran Rosencrantz y Guildenstern. ¿Cómo conoció a William?
– Asistí a su charla.
– ¿A su charla? ¿De qué charla habla?
– ¿Mary no le dijo nada?
– Que yo recuerde, no. -Charles había aprendido a ser cauteloso en todo lo referente a su hermana.
– La semana pasada ofrecí una charla sobre Shakespeare. De Quincey tuvo la amabilidad de asistir y al día siguiente me visitó.
– ¿Y se han hecho amigos con tanta rapidez? -Charles estaba pasmado porque Mary había asistido a la charla sin comunicarle que se celebraría-. Caballeros, ¿quieren sentarse conmigo? -Lamb se apartó de Selwyn y de Siegfried, que siguieron en la barra hablando del suicidio del pugilista Fred Jackson, y ocupó una mesa pegada a la pared del estrecho local-. Me habría gustado escuchar su charla.
– Le aseguro que no se ha perdido nada. Al fin y al cabo, no soy actor.
– ¿No?
– Es el don imprescindible…, el don imprescindible para hablar con seguridad y entusiasmo. Soy incapaz de hacerlo.
– William, usted posee esas virtudes.
– Es fácil tenerlas y harto difícil transmitirlas.
Charles no supo si mencionar el texto de Vortigern: tal vez Mary le había dejado la obra en secreto. William pareció adivinarle el pensamiento.
– ¿Cómo está Mary? La noté algo cansada durante la charla. Después de su caída…
– Se ha recuperado del todo. Está resplandeciente. -Charles seguía sin conocer la profundidad del afecto de William hacia su hermana-. Usted le ha proporcionado un nuevo interés.
– ¿Está seguro?
– Por supuesto, el interés por Shakespeare.
– Ya estaba medio enamorada de él.
– Mi hermana jamás se enamora a medias. Con ella no hay medias tintas, siempre la verá en los extremos.
– Lo comprendo. -Ireland se volvió hacia su acompañante-. No se quejará, De Quincey, está usted en buena compañía. Charles también es escritor.
De Quincey miró con renovado interés a Charles e inquirió:
– ¿Ha publicado algo?
– Sólo pequeñas cosas, nada más que artículos en Westminster Words.
– Ya es bastante.
– Charles, De Quincey también redacta artículos, pero todavía no ha encontrado editor. Aún está a la espera de su nacimiento.
– Procuro no pensar en el tema. -De Quincey se ruborizó y bebió con premura-. No me hago demasiadas ilusiones.
Bebieron hasta bien entrada la noche y con cada jarra que se echaron al coleto se mostraron más gritones y animados. Los demás se fueron y sólo quedaron ellos tres. Durante su conversación, Charles informó a William del entremés de los artesanos, olvidando el consejo de Mary de que evitase el tema. También le confesó que deseaba renunciar a su puesto en la East India House para convertirse en novelista, en poeta o en cualquier cosa menos lo que ahora era.
– Me repugna que cada uno de nosotros tenga un centro del ser tan reducido: yo, mis pensamientos, mis placeres, mis actos -opinó De Quincey-. Sólo cuento yo. Parece una cárcel. El mundo se compone de seres por completo egoístas. El resto nos importa un bledo. -Echó otro trago-. Me gustaría trascender mi yo.
– Shakespeare logró convertirse en otros seres, pero es la excepción que confirma la regla -aseguró Ireland-. Habitó sus almas, miró con sus ojos y habló a través de sus bocas.
Charles había bebido tanto que le resultó imposible seguir el hilo de la conversación.
– ¿Cree que es de Shakespeare? Me refiero a la obra. Mary me la mostró.
– ¿Se refiere a Vortigern? La obra es suya, no cabe la menor duda.
– Mi querido amigo, no puede ser -insistió Charles.
– ¿Por qué? -Ireland lo observó con actitud desafiante-. Se trata de su estilo, de su cadencia, ¿no?
– Me cuesta creer…
– ¿Por qué? ¿Quién más pudo escribirla? Deme un nombre. -Charles permaneció en silencio y bebió con gran lentitud-. Ya lo ve, no se le ocurre nada.
– Debe tener cuidado con mi hermana.
– ¿Cuidado?
– Mary es muy extraña. Muy extraña. Y le ha tomado un gran cariño.
– Tanto como yo a ella, aunque entre nosotros no existe…, no existe interés alguno. No tengo motivos para ser cuidadoso.
– En ese caso, me dará su palabra de caballero de que no ha puesto sus miras en ella.
Charles Lamb se puso en pie y se tambaleó.
– ¿Poner mis miras en ella? ¿Qué quiere decir?
Charles ya no supo de qué hablaba.
– A que no tiene intenciones.
– ¿Con qué derecho me interroga? -Ireland también estaba muy borracho-. No he puesto las miras y no tengo intenciones ni nada en absoluto que se le parezca.
– En ese caso, deme su palabra.
– No pienso hacer nada por el estilo. Lo que ha dicho me ha ofendido y lo rebato. -William se puso asimismo de pie y se enfrentó cara a cara con Charles-. No puedo considerarlo mi amigo y compadezco a su hermana por tener semejante hermano.
– ¿Ha dicho que la compadece? Yo también.
– ¿Qué quiere decir con eso?
– Quiero decir lo que me da la gana. -Lamb agitó la mano y, sin querer, arrojó su botella al suelo-. Quiero a mi hermana y la compadezco.