Ollie la miró cuando mamá y Denys tuvieron sus ponches.
—¿Quieres tarta? —preguntó Ollie en voz bien alta—. También habrá tarta en la fiesta de los niños. Eso era prometedor.
—Quiero más ponche —dijo Ari y le dio la taza a Ari—. Y tarta, por favor. —Se quedó ahí, en un pequeño espacio abierto, esperándolo. Puso las manos en la espalda y recordó que mamá decía que no debía inclinarse adelante y atrás, parecía estúpido. Gente que ella no conocía se le acercó y le dijo que era muy bonita y le deseó un feliz año nuevo, pero ella estaba lista para irse, eso no le interesaba, excepto por el ponche y la tarta que iba a traerle Ollie. Se quedaría por eso.
La fiesta de chicos sonaba mucho mejor.
Tal vez allí sí habría regalos.
—Ven y siéntate —dijo Ollie, sin darle la tarta ni el ponche. Los llevaba él por ella. Había sillas contra la pared. Ella se sintió aliviada. Si se le caía ponche sobre el traje nuevo sería horrible y mamá le regañaría. Trepó a una silla y Ollie le puso el plato en la falda y la taza en la silla, a su lado. Tenía toda la línea de sillas para ella sola.
—Voy a buscar lo mismo para mí —dijo Ollie—. Quédate aquí. Vuelvo pronto.
Ella asintió, con la boca llena de tarta. Tarta blanca. De la que le gustaba. Con una buena capa dulce arriba. Ahora estaba mucho más contenta. Balanceó los pies y comió pastel y se frotó los dedos mientras Ollie esperaba frente al cuenco de ponche y mamá hablaba con Denys y Giraud.
Tal vez esperaban los regalos. Tal vez iba a ocurrir algo interesante. Todos estaban brillantes. A algunos de ellos los había visto en casa. Pero había muchos desconocidos. Se terminó el pastel, se lamió los dedos y se deslizó de la silla para ponerse en pie, porque casi todos estaban alrededor de las mesas y el salón estaba casi despejado.
Caminó para ver adonde había llegado Ollie en la fila. Pero alguien había distraído a Ollie. Era la oportunidad para curiosear un poco.
Así que paseó. No se fue muy lejos. No quería que mamá y Ollie se fueran y la perdieran. Miró hacia atrás para ver si veía a mamá. Sí. Pero mamá seguía ocupada, charlando. Bien. Si mamá la regañaba le diría, estaba aquí, mamá. Mamá no podría enfadarse mucho.
Casi todos los vestidos que llevaban eran bonitos. Le gustaba esa blusa verde que dejaba ver lo que había debajo. Y la camisa negra que llevaba un hombre, toda brillante. Pero los collares de mamá eran los mejores.
Había un hombre con cabello rojo brillante.
De negro. Un azi. Ella lo miró. Dijo hola cuando alguien le dijo hola, pero todo aquello había dejado de interesarle. Siempre había pensado que tenía un cabello bonito. Más bonito que el de cualquier otra persona. Pero el de aquel hombre sí que era bonito de verdad. No había derecho. Si existía un cabello como aquél lo quería para ella. De pronto, se sintió insatisfecha con el que siempre había tenido.
Él la miró. No era azi. Sí. La cara del hombre se puso tensa, y apartó la mirada y fingió que no la había visto. Estaba con un hombre de cabello oscuro. Ese hombre la miró también, pero el azi no quería que el otro la mirara.
De todos modos, el hombre la miraba. Era tan guapo como Ollie. No la miraba como los demás mayores, y ella pensó que el hombre no debía hacerlo, pero no quería mirar a ningún otro lado, porque él era diferente de los demás. El azi de cabello rojo estaba a su lado, pero no era el importante. El hombre era importante. El hombre la miraba y ella nunca lo había visto antes. El nunca había ido a visitarla. Nunca le había llevado regalos.
Ari se acercó. El azi no la quería cerca de su amigo. Tenía una mano sobre el hombro de ese hombre. Corno si ella fuera a hacerle daño. Pero el hombre la miraba como si ella fuera mamá. Como si él hubiera hecho algo malo y ella fuera mamá.
Él era ella. Y ella era mamá. Y el azi era Ollie cuando mamá gritaba.
Luego el azi vio algo peligroso detrás de ella. Ari se dio la vuelta y miró.
Venía mamá. Pero mamá se detuvo cuando ella la miró.
Todos estaban quietos. Todos miraban. Habían dejado de hablar. Sólo la música seguía sonando. Todos tenían miedo.
Ella empezó a caminar hacia mamá.
Todos se crisparon.
Se detuvo. Y todos se crisparon de nuevo. Hasta mamá.
Y ella había hecho eso.
Miró a mamá. Se crisparon.
Miró al hombre.
Se crisparon. Todos.
No sabía que podía hacer eso.
Mamá iba a enfadarse después. Y Ollie.
Si mamá iba a gritarle, al menos haría algo antes.
El azi y el hombre la miraron cuando ella avanzóhacia ellos. El hombre la miraba como si ella fuera a Atraparlo. El azi parecía pensar lo mismo.
El hombre tenía unas manos bonitas, como las de Ollie. Se parecía mucho a Ollie. La gente pensaba que era peligroso. Se equivocaban. Ella sabía que se equivocaban. Podía asustarlos a todos.
Fue y le cogió la mano. Todos estaban haciendo lo que ella quería. Hasta el hombre. Tenía bien Atrapada a mamá. Como podía Atrapar a Nelly.
Eso le gustaba mucho.
—Me llamo Ari.
—Yo, Justin —respondió el hombre con calma. En medio del silencio.
—Voy a una fiesta —explicó Ari—. En casa de Valery.
En ese momento llegó Jane Strassen a recoger a la niña. Con firmeza. Grant se interpuso entre ambos, apoyó la mano sobre el hombro de Justin y le dio la vuelta.
Se fueron. No pasó nada más.
—Maldita sea —exclamó Grant cuando volvieron al apartamento—, si nadie se hubiera movido, no habría pasado nada. Nada de nada. Ella se dio cuenta. Se dio cuenta. Actuó como si lo tuviera ensayado.
—Tenía que verla —suspiró Justin. No podía decir por qué. Excepto que decían que ella era Ari. Y no lo había creído hasta entonces.
VII
—Buenas noches, cariño —dijo mamá y la besó. Ari levantó los brazos, la abrazó y la besó también. Mmuaa.
Mamá salió de la habitación y todo se volvió oscuro. Ari se dio la vuelta en la cama con Poca-cosa. Estaba repleta de ponche y tarta. Cerró los ojos y toda la gente era brillante. Ollie le consiguió la tarta. Y toda la gente la miró. La fiesta de Valery fue divertida. Jugaron a las sillas musicales y hubo regalos. El suyo era una estrella brillante. El de Valery una pelota. Todos lamentaron mucho lo de la lámpara de sera Schwartz.
El año nuevo era divertido.
—¿Está bien? —preguntó Ollie en el dormitorio. Y Jane asintió mientras él le desabrochaba la blusa. —Sera, lo lamento...
—No hablemos más de eso. No dramaticemos. Está bien. —Él terminó de ayudarla: Jane dejó deslizar la blusa de seda por los hombros y la arrojó sobre la silla. Ollie todavía estaba impresionado.
Y en realidad, ella también. Sin mencionar que había sido idea de Denys y Giraud, maldita sea.
Olga había llevado a la niña ante extraños; la había arrastrado con ella como a un maniquí, la había hecho pasar por la alta presión del círculo social en el cual los nervios de Ari debían de haberse puesto al rojo vivo.
No podían desvelar el secreto. Sólo había un lugar de alta tensión al que pudieran ir, dentro de Reseune.
La Familia. En toda su gloria múltiple, en su gloria atroz.
Suficiente azúcar en su metabolismo, controlado tantas veces; suficientes no hagas esto y vamos, Ari, y promesas de recompensas para asegurarse de que una niña de cuatro años estuviera más hipersensible que nunca.
Se sentía descompuesta.
VIII
Justin se arrebujó la chaqueta mientras él y Grant tomaban el camino exterior entre la Residencia y la oficina, y metió las manos en los bolsillos. No caminaban con rapidez, a pesar del frío de la mañana, en un primero de enero en que todos se resistían a empezar de nuevo.
Se detuvo frente al estanque de los peces, se inclinó y les echó comida. Los koi lo reconocían. Lo esperaban; se acercaron nadando bajo los lotos de hojas castañas. Vivían en el pequeño estanque entre los edificios, divertían a los niños de la Casa y procreaban sin darse cuenta de que no estaban en el mundo donde habían sido creados.