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Aquí era aquí. El viejo amigo de manchas anaranjadas había tomado la comida de su mano desde que era pequeño, todos los días, y ahora, desde que Jordan se había marchado, él y Grant salían al exterior siempre que podían. Todas las mañanas.

Había micrófonos espías que podían captar sus voces desde la Casa, que podían controlarlos en cualquier parte. Pero, por supuesto, Seguridad seguía la ley del mínimo esfuerzo, tomaba la temperatura de la situación de vez en cuando y abría un interruptor en el apartamento sin perder mucho tiempo en un par de diseñadores de cintas que no habían causado problemas a la Casa desde hacía años. Seguridad podía citarlos para someterlos a psicotest, cuando quisiera. Que no lo hubieran hecho significaba que Seguridad no estaba interesada... todavía.

Pero tenían cuidado.

—Tienen hambre —comentó Justin con respecto al koi blanco—. Es invierno; y los hijos no lo saben.

—Una de las diferencias —observó Grant, que se había sentado sobre la roca a su lado—. Los hijos de los azi lo sabrían.

Justin rió a pesar de la angustia que lo dominaba.

—Te das aires de superioridad, ¿eh?

Grant se encogió de hombros, en un gesto alegre.

—Los hombres a veces se comportan como ciegos ante determinadas normas. Nosotros no. —Otro pedacito de comida tocó el agua y un koi lo cogió. Las ondas hicieron oscilar los lotos—. Mira, el problema de los contactos con desconocidos es un prejuicio. Deberían enviarnos.

—Este es el hombre que dijo que Novgorod era demasiado extraño.

—A los dos. A ti y a mí. Entonces no me preocuparía. Una larga pausa. Justin tenía el pedazo de comida en la mano.

—Ojalá hubiera un lugar.

—No te preocupes. —Grant no hablaba de Novgorod. De pronto, la sombra había vuelto. El frío estaba otra vez en el viento—. No. Todo está bien.

Justin asintió, sin decir nada. Estaban muy próximos. Había recibido cartas de Jordan. Parecían de puntilla, con frases cortadas físicamente en el papel. Pero decían, en un saludo: Hola, hijo. Me dicen que tú y Grant estáis bien, Leo y releo tus cartas. Las viejas están un poco gastadas. Por favor envíame más.

Su sentido del humor está intacto, había comentado Justin a Grant. Y él y Grant habían leído y releído la carta para descubrir las pocas pistas que daba sobre el estado de ánimo de Jordan. Leído y releído otras que habían pasado por entre las redes de la censura. Página tras página sobre el estado del tiempo. Hablaba de Paul, constantemente: Paul y yo.Eso también había tranquilizado a Justin.

La situación está cambiando, había dicho Denys cuando Justin le sugirió la posibilidad de enviar cintas grabadas. O de hacer llamadas telefónicas, cuidadosamente censuradas.

Y habían estado muy cerca de conseguir el permiso.

—No puedo dejar de preocuparme —dijo Justin—. Grant, tenemos que mantenernos al margen de líos durante un tiempo. Y no será la última vez. No será lo último. No hace falta que hagamos nada: todo puede echarse a perder sin más.

—Trajeron a la niña. No nos prohibieron asistir. Tal vez no esperaban lo que pasó, pero nosotros no lo buscamos. Una habitación llena de psicólogos, y se quedaron paralizados. Le indicaron algo a la niña. Ella los estaba leyendo a ellos no a nosotros. Es el pensamiento contradictorio de nuevo. Hombres. No querían que pasara lo que pasó y al mismo tiempo lo deseaban; prepararon toda la situación para mostrar a Ari, y ella lo estaba haciendo, estaba probando lo que ellos querían que probara. Y no estaba probando nada. Tal vez nosotros le hicimos una señal. La mirábamos. A mí me pilló observándola. Tal vez eso le despertó la curiosidad. Tiene cuatro años, Justin. Y toda la habitación saltaba al unísono. ¿Qué puede hacer una niña de cuatro años?

—Correr al lado de su mamá, mierda. Y al principio lo hizo. Entonces todos se relajaron y ella se dio cuenta de eso también. Empezó a tener esa mirada... —Justin sintió un escalofrío en el cuello y encogió los hombros. Luego recordó de nuevo la escena y trató de pensar. La noche anterior nadie había pensado.

—¿No te das cuenta de los fallos en la memoria de los CIUD? —preguntó Grant—. Es por el pensamiento contradictorio. Vosotros tenéis sueños profetices, ¿no? Tú puedes soñar con un hombre que bebe un vaso de leche. Una semana después ves a Yanni bebiendo té en el almuerzo y si experimentas una sensación rara al verlo, le dices inmediatamente que esa situación la has vivido en sueños, le aseguras que soñaste que hacía eso exactamente en esa mesa, y ni siquiera un psicotest puede descubrir la verdad. Me ha pasado dos veces en la vida. Y cuando pasa, saco mi cinta de la bóveda y me echo en el diván para una sesión hasta que me siento mejor. Escúchame. Te acepto que el comportamiento de esa niña puede haber significado algo. Pero voy a esperar y ver cómo se integra con otros comportamientos. Si quieres mi análisis sincero de la situación, te diré que todos los CIUD de la habitación entraron en un estado de irrealidad. Incluyéndote a ti. Alucinación en masa. Durante treinta segundos, los únicos cuerdos en aquella habitación eran los azi y esa niña, y la mayoría de nosotros percibíamos lo que les sucedía a los CIUD y estábamos muy, muy confundidos.

—¿Todos menos tú?

—Yo te estaba mirando a ti, a ti y a ella.

Justin suspiró y se sintió más tranquilo. No era nada, naturalmente. Era lo que decía Grant, toda una habitación de psicólogos que habían olvidado por un momento su ciencia. Pensamiento contradictorio. Matices en los valores.

—A la mierda con Hauptmann —murmuró—. Me estoy volviendo partidario de Emory. —Dos suspiros callados. Ahora lo recordaba con menos carga emocional y veía a la niña, no a la mujer. Voy a una fiesta en casa de Valery.

Ni sombra de malicia en eso. No había estado jugando con él en ese momento. Lo había mirado con la cara inocente de cualquier niño y le habría ofrecido un futuro de «seamos amigos». «Ellos» y «nosotros». Tal vez, un tratado de paz. Justin ya no recordaba nada de cuando tenía cuatro años. Jacobs, que trabajaba ese aspecto de la psicología de los ciudadanos, podía decirle cómo era un niño CIUD a esa edad. Pero podía sacar unas cuantas cosas de aquella agua oscura: la cara de Jordan a los treinta años.

El y Grant dando de comer a los peces. Cuatro, cinco, tal vez seis años. No estaba seguro. Era uno de sus primeros recuerdos y no podía situarlo bien.

Y de pronto empezó a sudar de timidez.

¿ Por qué? ¿Por qué hago eso?

¿Qué me pasa?

Paredes.

Niños... Nunca le habían interesado. Decididamente no. Había evitado cuidadosamente toda las oportunidades para aprender algo sobre ellos, había huido de su propia infancia como de un lugar del que se había desterrado; y las preocupaciones de Reseune con el proyecto lo molestaban.

Veintitrés años y no era más que un tonto, desempeñaba un trabajo rutinario, perdía el tiempo, sin pensar en nada concreto. Estaba bajando la cuesta. Sin hacerse cintas, porque la cinta significaba no tener defensa, porque la cinta abría áreas que él no quería dejar al descubierto.

Él derrumbaba las paredes de ese entonces, de Jordan, de cualquier cosa que ya hubiera sucedido. Y eso lo enfadaba, lo hacía sudar por las manos. Aceptar un compromiso.

Pero ya estaban comprometidos.

—¿Es una trampa, no? —le dijo a Grant—. Tu psicogrupo no te permite ver lo que yo vi. Pero es válido para ella, Grant. Ella tiene una dimensión de contradicción; todos los CIUD la tienen.

Grant se rió sin ganas.

—Era una habitación llena de CIUD que de repente se volvieron locos. Pero tal vez nosotros vimos algo que te pasó desapercibido.

—Contradicción. Contradicción. Botellas de Klein. Verdadero y no verdadero. Me alegro de saber constantemente en qué planeta estoy. Y estoy seguro de lo que veo sin meterme ni con el pasado ni con el futuro.

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