—¡Entonces, te odio! —Julia empezó a llorar. Gloria todavía gritaba. Julia la levantó y la empujó hasta la puerta. Se fueron.
Jane se quedó de pie con el estómago totalmente revuelto. Julia había conseguido un poco de fortaleza, por fin. Y casi había echado a perder el proyecto. Se suponía que no había ninguna otra niña. Todavía estaban empezando el camino, aprendiendo. Pequeños cambios en la autopercepción cuando ésta se estaba desarrollando podían tener efectos muy grandes al otro lado de la línea. Si el comienzo era bueno, la propia Ari se las arreglaría con las desviaciones más adelante.
Ari no tenía que preguntarle:
—Mamá, ¿quién era ésa?
Ari había sido hija única.
Así que ahora, el maldito proyecto había alterado a Julia. Porque «madre» era una de las palabras clave de Julia, «madre» era la raíz de sus problemas, «madre» era lo que Julia estaba decidida a ser, y con buenos resultados, porque sabía que ésa era la única faceta que la gran Jane, Jane la famosa, no había desarrollado con éxito y Julia estaba segura de hacerlo bien. Julia se sentía privada de su infancia, así que se estaba inclinando hacia el otro lado, estaba malcriando a su hija con mimos: aquella desgraciadita sabía exactamente cómo conseguir todo lo que quería de su mamá, excepto coherencia. Necesitaba una mano dura y un mes lejos de su mamá antes de que fuera demasiado tarde.
Resultaba extraño lo exacta que podía ser la percepción retrospectiva.
V
Otra vez almohadillas. Florian se sintió un poco confundido, confundido como cuando la realidad se mezclaba. El gran edificio y el hecho de sentarse sobre el borde de la mesa siempre, lo hacían sentir así, pero supo qué contestar cuando el supervisor le preguntó dónde debía colocar la almohadilla Uno. Justo encima del corazón. Lo sabía. Tenía una muñeca a la que podía aplicar las almohadillas. Pero no tenía tantas como le estaban colocando ahora.
—Muy bien —dijo el supervisor y lo palmeó—. Eres un muchacho excelente, Florian. Eres muy inteligente y rápido. ¿Puedes decirme cuántos años tienes?
«Años» significaba crecer, y a medida que se hacía mayor y más inteligente, la respuesta eran más y más dedos. Ahora levantó el primero y el siguiente y el otro, y se detuvo. Resultaba difícil hacerlo sin que todos los dedos se estiraran. Cuando lo hacía bien, sentía un bienestar en todo el cuerpo. El supervisor le dio un abrazo.
Cuando terminaban, siempre le daban un caramelo. Sabía las respuestas a todo lo que le preguntaba el supervisor. Se sentía desorientado pero era una confusión buena.
Sólo deseaba que le dieran el caramelo para olvidarse enseguida de las almohadillas.
VI
Ari estaba muy excitada. Tenía un vestido nuevo, rojo con un dibujo brillante en el pecho y en una manga. Nelly le había peinado el cabello con fuerza hasta que crujió y voló, negro y brillante, y entonces, Ari, toda vestida, tuvo que esperar en la sala hasta que Ollie y mamá estuvieron listos. Mamá parecía muy alta y muy guapa, brillante de plata, y la plata de su cabello era muy bonita. Ollie también venía, muy guapo en el negro que usaban los azi. Ollie era un azi especial. Siempre estaba con mamá, y si Ollie decía que debía hacer algo, Ari tenía que hacerlo. Lo hacía, o al menos hoy era así, porque Ollie y mamá la llevarían a una fiesta.
Iba a haber muchas personas mayores allí. Iría allí y luego Ollie la llevaría a casa de Valery, a una fiesta de niños.
Valery era un chico. Era de sera Schwartz. Los azi los vigilarían, jugarían y habría helados en una mesa tan pequeña como ellos. Y otros niños. Pero sobre todo, Valery. Valery tenía una nave espacial con luces rojas. Tenía una cosa de vidrio y cuando se miraba través de ella, la cosa hacía dibujos.
Sobre todo, esperaba que hubiera regalos. A veces había regalos. Como todos se habían vestidos tan guapos, seguramente habría muchos.
Pero era especial ir adonde iban los mayores. Caminar por el pasillo de la mano de mamá, vestida y portándose bien, porque había que portarse bien y no armar jaleo. Especialmente cuando podía haber regalos.
Arriba por el ascensor. Vio muchos azi altos en el pasillo: los azi casi siempre iban de negro; y aunque no se pusieran nada negro, siempre los descubría. No eran como mamá y como el tío Denys, parecían azi. A veces, ella fingía que era azi. Caminaba muy en silencio y se quedaba de pie muy recta y miraba fijo hacia delante, como Ollie, y decía «si, sera» a mamá. (No a Nelly. A Nelly le decía «sí».) A veces, fingía ser mamá y le decía: «Nelly, hazme la cama, por favor, Nelly.» (Y a Ollie, una vez: «Ollie, maldita sea, quiero un trago.» Pero no había sido una buena idea. Ollie la había traído el trago y se lo había contado todo a mamá. Y mamá había dicho que había sido muy mala y que Ollie no le haría nada si no se lo pedía bien. Así que ahora le decía «maldita sea» a Nelly.)
Mamá la llevó por el pasillo por entre los azi y a través de una puerta donde había mucha gente en el umbral. Una mujer dijo:
—Feliz año nuevo, Ari. —Y se inclinó hacia ella. Tenía un bonito collar y uno podía verle el cuerpo debajo de la blusa. Era interesante. Pero Ollie la levantó. Eso era mucho mejor. Así podía ver la cara de la gente.
La mujer habló con mamá, y todos se arremolinaron alrededor de ellos, hablaban al mismo tiempo, y todos olían a perfume y comida y cosméticos.
Alguien la palmeó en el hombro mientras Ollie la sostenía. Era el tío Denys. Denys era gordo. Ocupaba mucho sitio. Ari se preguntó si era sólido o si retenía el aliento más que los otros para ser redondo.
—¿Cómo estás, Ari? —le aulló el tío Denys en medio del ruido, y de pronto la gente dejó de hablar y los miró—. Feliz año nuevo.
En ese momento, Ari se sintió extrañada, pero era interesante. Si era su año nuevo, era como un cumpleaños; y si era una fiesta de cumpleaños, la gente debía ir a su casa y traerle regalos. Pero no veía ningún regalo.
—Feliz año nuevo —decía la gente. Ella los miraba, esperanzada. Pero no veía regalos. Suspiró y mientras Ollie la llevaba a través de la multitud, vio el ponche y la tarta.
Ollie sabía lo que le gustaba.
—¿Quieres ponche? —le preguntó.
Ella asintió. Había mucho ruido. No estaba segura de que le gustara estar entre tanta gente. La fiesta no tenía sentido. Pero el ponche y la tarta estaba bien. Se aferró del fuerte hombro de Ollie y se sintió más alegre, porque Ollie podía llevarla a través de todo el barullo hasta la mesa con el cuenco de ponche, Ollie entendía muy bien qué era lo importante. El ponche, sobre todo en un cuenco tan bonito y con una gran tarta, era algo casi tan bueno como los regalos.
—Tengo que dejarte en el suelo —dijo Ollie—. ¿De acuerdo? Quédate aquí hasta que te traiga el ponche.
Aquello no le parecían bien. Todos eran altos, la música era muy fuerte y cuando estaba en el suelo, no veía nada más que las piernas de la gente. Alguien podía pisarla. Pero Ollie la dejó en el suelo, y mamá se acercaba con el tío Denys. Y la gente no la pisó. Mucha gente la miraba. Algunos sonreían. Así que ella se sentía a salvo.
—Ari. —Ollie le dio la taza—. Que no se te caiga. El ponche era verde. Ella lo miró con desconfianza, pero olía bien y tenía buen gusto.
—Has crecido demasiado para que te lleven —dijo el tío Denys.
Ella levantó la vista y le arrugó la nariz. No estaba muy segura de que le gustara lo que le decía. Mamá también le hablaba así. Pero Ollie no. Ollie era grande y muy fuerte. A ella le parecía distinto de cualquier otra persona. Le gustaba que él la llevara, le gustaba ponerle los brazos alrededor del cuello y apoyarse en él, porque Ollie era como una silla a la que uno podía trepar y no se le notaban los huesos, sólo una sensación sólida. También era tibio. Y olía bien. Pero Ollie había ido a buscar ponche para mamá y otro cuenco para el tío Denys. Y ella se quedó cerca y se tomó el ponche mientras Denys y su mamá hablaban y sonaba una música fuerte.