Justin esperaba que fracasara. Lo cual significaba que un bebé que simplemente tenía el grupo genético de Ari terminaría como un caso de graves problemas psicológicos, en un lavado de cerebro o algo peor. Tal vez una infinita sucesión de bebés. Un poder tan grande y un hombre tan inteligente como Giraud no fracasarían de una vez y para siempre. No. Habría estudios de los estudios del estudio. A menos que hubiera una forma de conseguir que el fracaso fuera público.
A veces tenía pensamientos que lo asustaban, como la idea de descubrir algún artículo de Ari en su propia cama. Nunca sabría si determinados pensamientos eran suyos, consecuencia natural de un enfado muy enraizado, o del hecho de que él había crecido, era más duro y sabía cómo funcionaba el mundo; o si era Ari que todavía lo dominaba.
Gusanoera una vieja broma entre él y Grant.
Tenía que seguir pensando que no significaba nada. Porque eso era lo único que mantenía el problema aislado.
IV
—¡Bájate de ahí! —ladró Jane, asustada hasta la médula, el estómago encogido mientras la niña de dos años buscaba algo sobre la tapa de la cocina, estirada, inclinándose sin pensar en su propia levedad, ni en el suelo de baldosas ni en las patas metálicas de la silla. Ari reaccionó y la silla se deslizó un milímetro; la niña aferró la caja de tostadas y se dio la vuelta. La silla se inclinó y Jane Strassen cogió a la niña al vuelo.
Ari gritó de rabia. O de miedo.
—¡Si quieres las tostadas, las pides! —exclamó Jane, a punto de propinarle un bofetón—. ¿Quieres romperte la barbilla de nuevo?
La única lógica que podía hacer mella en Ari-quiere era Ari-se-hace-daño. Y una científica famosa universalmente por su trabajo en genética se veía reducida al habla de un bebé y a un deseo desesperado por golpear una pequeña manita. Pero Olga no había creído en el castigo físico.
Y aunque Olga había sido humana, Ari había captado rabia, frustración y resentimiento en el ambiente que la rodeaba, igual que una investigadora en genética que en ese momento estaba a punto de llevarla al río y ahogarla.
—¡Nelly! —aulló Jane, llamando a la niñera. Y recordó que no debía gritar. En su propio apartamento. Dejó la silla en el suelo. No. La cuidadosa Olga nunca hubiera dejado la silla en el suelo. Se quedó allí de pie, con una nenita de dos años que se retorcía constantemente, mientras esperaba a Nelly. Ojalá la niñera la hubiera oído. Ari quería bajarse. Jane la dejó en el suelo y la sostuvo de la mano. Ari quiso sentarse en el suelo y armar una pataleta—. ¡De pie! —Sostenía con fuerza la manita. La sacudió como solía hacer Olga—. ¡De pie! ¿Qué forma de portarse es ésa?
Nelly apareció en el umbral, con los ojos muy abiertos y preocupados.
—Levanta esa silla.
Ari se sacudió y se inclinó para buscar la caja de tostadas que yacía junto a la silla mientras los adultos estaban ocupados. No pensaba olvidar lo que quería.
¿Le dejo una tostada? No. Mala idea. Mejor será que no consiga lo que desea. La próxima vez puede romperse un brazo.
Además, Olga había sido una perra vengativa.
—Ponte de pie. Nelly, coloca esas tostadas donde no pueda alcanzarlas. Cállate, Ari. Llévatela. Me voy a la oficina. Y si tiene un solo rasguño cuando vuelva...
Los ojos abiertos de la azi miraron, horrorizados y heridos.
—Maldita sea, ya me entiendes. ¿Quévoy a hacer? No puedo vigilarla todo el día, minuto a minuto. Cállate, Ari. —La niña estaba tratando de acostarse y se colgaba del brazo de Jane con todo su peso—. No entiendes lo activa que es, Nelly. Te está engañando.
—Sí, sera. —Nelly estaba desolada. La habían ganado. Había estudiado con cintas que le enseñaban todo lo que podía hacer una CIUD de dos años. Y todos los líos en que podía meterse. O las cosas con las que podía hacerse daño. No la ahogues, Nelly. No la limites tanto. No dejes de vigilarla. Como azi, estaba al borde de una crisis. Necesitaba un supervisor que la abrazara y le dijera que lo estaba haciendo mejor que la niñera anterior. No era el estilo de Olga. Los gritos tipo Jane y la frialdad tipo Olga estaban llevando a la azi, mucho más vulnerable, al borde de la desesperación. Y Jane se pasaba la mitad del día impidiendo que la niña se matara y la otra mitad, impidiendo que la azi sufriera un colapso nervioso.
—Haz que te instalen una llave en la cocina —dijo Jane. Ari aullaba si la encerraban en el cuarto de juegos. Odiaba el cuarto de juegos—. Ari, basta. Mamá no puede sostenerte.
—Sí, sera. ¿Cree qué...?
—Nelly, tu conoces el trabajo. Llévate a Ari y dale un baño. Está toda sudada.
—Sí, sera.
Nelly cogió a Ari de la mano. Ari se sentó y Nelly la levantó y la llevó en brazos.
Jane se reclinó contra el mármol y miró hacia arriba. Más o menos hacia el sitio donde se suponía que estaba Dios, sea el planeta que fuera.
Y entró Fedra a decirle que su hija, Julia, estaba en la sala.
Jane miró al techo otra vez. Y no gritó.
—Maldita sea. Tengo ciento treinta y cuatro años y no me lo merezco.
—¿Sera?
—Yo me ocuparé de todo, Fedra. Gracias. —Se separó del mármol con un movimiento enérgico—. Ve y ayuda a Nelly para el baño de Ari. —En realidad deseaba ir a la oficina—. No. Busca a Ollie. Dile que calme a Nelly. Dile a Nelly que yo siempre grito y que no se preocupe. Vete.
Fedra se fue. Fedra formaba parte de su personal y era competente. Jane salió de la cocina, se dirigió al vestíbulo y tomó la primera curva, el pasillo de cristal y piedra que conducía a la sala por el comedor y la biblioteca.
Donde estaba Julia, sentada sobre el sillón. Y Gloria, tres años, jugaba sobre la alfombra de pelo largo.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí? Julia levantó la mirada.
—He llevado a Gloria al dentista. Rutina. Pensé que podía pasar un momento.
—Sabes que no está permitido.
La boca blanda de Julia se endureció un poco.
—Una hermosa bienvenida.
Jane respiró hondo, dio unos pasos y se sentó con las manos entre las rodillas. Gloria se sentó. Otro bebé. Seguramente estaría destruyendo algo. El departamento estaba preparado para una niña de dos años. Gloria era más alta, claro.
—Mira, Julia. Ya sabes cómo está la situación. No debes traer aquí a Gloria.
—¿Crees que va a contagiar algo al bebé? He pasado sólo un momento. Pensé que podíamos salir a almorzar.
—No estaba hablando de eso, Julia. Nos están observando. Ya lo sabes. No quiero que haya problemas, ¿me entiendes? No eres una niña. Tienes veintidós años, y ya es hora de que...
—Te he preguntado si podemos salir a almorzar. Con Gloria. Dios. Jane estaba al borde del ataque de nervios.
—De acuerdo... —Gloria estaba junto a la biblioteca, iba a coger un florero—. ¡Gloria! —Ningún niño de tres años y ningún escamado se desviaba jamás de su objetivo. Jane se puso de pie y atrapó a la niña, la arrastró hacia el sillón y Gloria se puso a gritar. Y los aullidos podían oírse en el maldito baño donde otra niñita estaba intentando ahogar a su niñera. Jane cambió de postura y tapó la boca de Gloria—. ¡Cállate! ¡Julia, llévatela de aquí, ahora mismo, mierda!
—¡Es tu nieta!
—¡No importa lo que sea, llévatela! —Gloria peleaba, histérica y daba patadas en la pierna—. ¡Fuera, maldita sea!
Julia parecía desesperada, ofendida, sin aliento, como siempre; fue hasta ella y tomó a Gloria, que, sin tapadera aulló como si la estuvieran degollando.
—¡Fuera! —gritó Jane. —¡Mierda, hazla callar!
—¡Tu nieta no te importa!
—Almorzaremos mañana. ¡Tráela! Pero ahora hazla callar.
—Ella no es una de tus azi.
—¡Cuidado con lo que dices! ¿Qué clase de lenguaje es ése?
—¡Tienes una nieta! Me tienes a mí, por Dios, y no te importa...
Aullidos histéricos de Gloria.
—No pienso hablar de eso ahora. ¡Fuera!