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—No hay precedentes.

—Hay que sentar un precedente alguna vez, en este caso, en favor de los sentimientos humanitarios. No habrá perdedores con este procedimiento. Excepto Rocher, que pierde su foro. Incluso Ari saldrá ganando. Lo último que querría sería que su muerte diera a Rocher una oportunidad para dañar la institución a la que dedicó su vida. Podemos instalar un edificio separado para el doctor Warrick, proveerle de todo lo que necesite para continuar con su trabajo. No queremos una venganza. Insistiremos en que se retire, por completo de la vida pública, porque no queremos que él tome ventaja de esta situación en cuanto se instale el nuevo edificio. Muy directamente, ser, los dos tenemos que evitar convertir este conflicto en una cuestión política. Y eso incluye al doctor Warrick. El pacto pospondrá el juicio indefinidamente, para evitar que rompa el silencio. No queremos quedarnos con las manos atadas.

—Tengo que pensarlo. Antes de aceptar, francamente, querría tener la oportunidad de hablar con el doctor Warrick en un lugar neutral. Es una cuestión de conciencia, espero que me comprenda. Muchos de nosotros, que podríamos ser la oposición natural al asunto, nos sentiríamos así.

—Claro. Le aseguro que lamento tener que hablar de esto el día del funeral de Ari, pero la vida continúa. Sí, así es.

—Lo entiendo, ser Nye. —Corain se terminó la pequeña taza de café, anotó en el fondo de su cerebro que debía averiguar cuánto valía el café verdadero, que merecía la pena disfrutar de esa extravagancia, que podía permitírselo, incluso a doscientos el medio kilo, que era el flete de Tierra a Cyteen. Otro nivel de su mente estaba diciéndose que había una cámara en alguna parte; y otro más, que todas las ventajas que había visto en la muerte de Ariane Emory estaban allí.

Si se podía hacer el pacto, si se hacía el pacto. Nye era muy inteligente. Tenía que ponerse a aprender sus señales como había aprendido las de Emory. El hombre constituía un enigma, una cifra desconocida procedente de un territorio que ninguno de sus observadores podía penetrar. Sólo Warrick. Y Warrick estaba perdido ahora. De eso no había duda.

Las cosas eran diferentes en la Unión. Desde el momento en que había explotado ese conducto, el curso de la historia había cambiado.

Estaban entrando en un período en el que el partido centrista tal vez podría obtener rápidas ventajas si no se quedaba enredado en aquellas discusiones que no hacían ganar a nadie y que no sacarían de su lugar a los expansionistas.

Los proyectos Rubin y Fargone seguramente deberían esperar. El proyecto Hope tal vez ya se había empezado, pero si querían llevar a cabo más expansiones y colonizaciones, el debate sería más intenso. Se podía esperar un período de ajuste dentro de Reseune, las personalidades que habían estado esperando durante los casi sesenta años de régimen autocrático de Emory (no cabía duda de quién había dirigido al director en Reseune, aun después de haber abandonado el puesto) saltarían y aferrarían tanto poder como pudieran dentro de la estructura administrativa.

Y eso también se aplicaba en otras alianzas, como las del Concejo.

Ludmilla de Franco era una canciller nueva. Nye lo sería. Poderoso. Ciencias iba a tener un principiante al timón, un principiante muy, muy inteligente, pero que no contaba con toda una red que lo apoyara. Y sin embargo... Dos de los cinco expansionistas eran sucesores ese año e Ilya Bogdanovitch tenía ciento treinta y dos años y ya estaba fallando.

Corain murmuró sus saludos, dio las gracias al sucesor de Reseune, expresó sus condolencias a la familia, y salió con la mente ocupada con la posibilidad, la posibilidad muy real, de una mayoría centrista en el Concejo.

Se le ocurrió que no había comentado el asunto de los azi eliminados. El asunto que interesaba a Merild. Ahora no podía volver y plantearlo. En realidad, no le gustaba mucho la idea de exponer el tema porque seguramente la orden había venido de Seguridad en Reseune por las razones que le había explicado Nye. Era moralmente repugnante. Pero no porque los azi que habían servido a Ariane Emory durante la mayor parte de sus ciento veinte años no fueran peligrosos. Había consecuencias psicológicas muy serias, según le habían dicho, cuando ocurría una pérdida como ésa; ningún ser humano criado como CIUD podía entender ese impacto, excepto tal vez el personal que trabajaba a diario con los azi. Le plantearía el asunto a Warrick. Le preguntaría si era cierto. O si creía que la orden en realidad había partido de Ariane Emory.

Maldición, mejor que no hablara del asunto. Los azi estaban muertos. Como Emory. Eso zanjaba el asunto. No veía utilidad alguna en poner eso sobre la mesa: el instinto le había dicho que no hablara del asunto.

Era el viejo proverbio. Trata con el diablo si el diablo tiene un electorado. Y no te quejes por el calor.

VIII

El almirante Leonid Gorodin se removió, incómodo, en la silla y tomó la taza que le ofrecían. Había ido a saludar y Nye le había dicho:

—Hay una cosa que quiero discutir con usted, sobre el asunto de Fargone, y el proyecto Rubin. Y Hope. ¿Tiene un momento?

Gorodin no solía discutir con la oposición o con los periodistas sin ayudantes, sin referencias, en una oficina que su personal no hubiera registrado antes. Pero el mismo instinto para la intriga que le advertía del peligro le decía también que era la única posibilidad de que dispondría para entrar en relaciones con la oposición sin que Corain se enterara.

Y los nombres eran los que quería oír.

—Le aseguro que odio ponerme a trabajar el día del funeral de Ari —dijo Nye—. Pero no hay más remedio. La situación se puede descontrolar muy fácilmente. —Tomó un sorbo de café—. Sabe que voy a presentarme para el cargo de Ari.

—Lo esperaba —dijo Gorodin—. Y también espero que gane.

—Es un momento crítico para nosotros. La muerte de Ari, la pérdida potencial de Warrick al mismo tiempo, es un doble golpe. No sólo para nosotros, sino también para la Unión, y para nuestros intereses nacionales. Comprenderá que dispongo de una máxima libertad de movimientos en Seguridad. Igual que Ari. Debo tenerlo. No voy a preguntarle nada, pero estoy relacionado con sus proyectos, trabajé con su predecesor durante la guerra.

—Me doy cuenta del nivel de su libre acción en Seguridad. Y de que tiene acceso privado a esos archivos. Y de que no piensa ponerlos en la investigación.

—Claro que no. No se discutirán esos archivos y no se entrevistará a nadie sobre esos proyectos, sólo podrá hacerlo el personal de rango equivalente. No tiene que preocuparse por las filtraciones, almirante. Ni por un juicio.

Gorodin sintió que el corazón le daba un salto en el pecho. Deseaba no haber oído aquello. Y podía haber grabadores, así que debía reaccionar con firmeza.

—¿De qué está hablando?

—Un pacto de no agresión. Warrick lo hizo. Ya ha confesado. El motivo fue chantaje y acoso sexual. Su hijo, ya me entiende. Con una situación complicada que, entre usted y yo, podría perjudicar mucho al muchacho. El trato de Warrick es simple: un lugar donde pueda continuar su trabajo. No aceptamos Fargone. Tiene que ser en Cyteen. Pero ya hemos hablado con Corain.

—Ya.

—Hace una hora. No mencioné los aspectos de Seguridad del asunto. Hablamos de política. Usted sabe, y yo sé, almirante, que hay elementos radicales involucrados en todo este asunto. Hay gente que va a querer examinar los testimonios obtenidos mediante psicotest y lo van a examinar muy a fondo. Hay elementos del testimonio de Justin Warrick que involucran el proyecto Fargone. Tienen que ser secreto de estado.

—¿Warrick lo discutió con su hijo?

—El motivo para la solicitud de traslado era el chico. Justin Warrick sabe más de lo que debería saber. Si ha habido filtraciones en esto, almirante, se debieron a Jordan Warrick y sólo a él. Y francamente, si vamos a juicio, lamento decirle que los hilos de la motivación tocan temas muy delicados. Pero si cortamos demasiado la transcripción, eso despertará otras sospechas, en algunas mentes, ¿no cree?

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