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Juzgar en cinco minutos, si era posible, si ese hombre, un Especial, podía reunir en sus manos todos los hilos de poder que Emory había forjado, eso había que reconocérselo a la vieja enemiga.

—Ser —dijo Nye y le dio la mano—. Siento que de alguna manera ya le conozco después de tantas discusiones con Ari a la hora de la cena. Ella le respetaba.

Eso puso a Corain en inmediata desventaja, primero porque si Nye lo conocía, el sentimiento no era mutuo; segundo, porque recordaba lo que era Nye y pensaba en la reacción de Ariane Emory en una situación como ésta.

Durante un instante casi añoró a la perra. Ariane había sido una perra, pero él se había pasado veinte años aprendiendo a comprenderla. Ese hombre representaba el vacío total. Y eso daba a Corain, una sensación de frustración y mareo.

—Disentíamos en muchas cosas —murmuró Corain, como había dicho a otros sucesores en sus años de poder—, pero estábamos de acuerdo en nuestro deseo de hacer lo mejor para el estado. La verdad es que me encuentro perdido, ser. No creo que se lo expresara nunca a ella, pero a mi entender ninguno de nosotros se ha dado cuenta todavía de lo que será la Unión sin ella.

—Tengo cosas muy serias que discutir con usted —dijo Nye, sin soltarle la mano—. Preocupaciones que eran primordiales para ella.

—Estaré encantado de verle cuando usted lo disponga, ser.

—Si tiene tiempo ahora...

No era el tipo de cosa que agradaba a Corain, encuentros súbitos, sin preparación. Pero era una relación nueva, una relación importante. Odiaba empezarla con una excusa y una negativa.

—Si lo prefiere —dijo y terminó en la oficina que había pertenecido a Emory, con Nye detrás del escritorio, sin Florian ni Catlin, sino con un azi llamado Abban, cuyo cabello plateado de la rejuv no tenía tintura, ninguna afectación, menos que Nye, cuyo cabello era plateado y castaño, y que obviamente debía de tener casi cien años. Probablemente el azi no tenía menos. Abban les sirvió café y Corain se sentó allí, pensando en los ojos políticos y periodísticos que observaban cada movimiento en el interior de aquellas oficinas, vigilando para saber quién llamaba, quién se quedaba y cuánto tiempo.

No había una forma agradable de afrontar las cosas.

—Ya sabrá usted —empezó Nye con tranquilidad, por encima del café— que muchas cosas han cambiado. Estoy seguro de que no le sorprenderé si le digo que voy a presentarme a la elección.

—No me sorprendería, no.

—Soy un buen administrador. No soy Ari. No sabría serlo. Me gustaría que el proyecto Hope se aprobara, ella lo deseaba mucho. Y, personalmente, tengo fe en él.

—Usted conoce mí opinión, supongo.

—Tendremos nuestras diferencias. Filosóficas. Si el electorado de Ciencias me elige, claro. —Un trago de café—. Pero lo más urgente, creo que usted lo entiende, es el caso Warrick.

El corazón de Corain se aceleró. ¿Trampa? ¿Propuesta?

—Es una tragedia terrible.

—Es un golpe devastador para nosotros. Como jefe, ex-jefe de Seguridad en Reseune, he hablado extensamente con el doctor Warrick. Y puedo decirle que fue una cuestión personal, una situación que se había producido...

—¿Está diciéndome que él ha confesado? Nye tosió, incómodo y bebió café, luego levantó la vista.

—Ari tenia problemas para mantenerse apartada de sus ayudantes de laboratorio. Eso fue lo que pasó. Justin Warrick, el hijo de Jordan Warrick, es una réplica. Se trataba de un viejo asunto entre la doctora Emory y Jordan Warrick.

Más y más confuso. Corain sintió una incomodidad irracional por esa franqueza en un desconocido. No pronunció ni una palabra en el espacio de tiempo que Nye le dejó para eso.

—Ari transfirió un Experimental que era casi de la familia Warrick —continuó Nye— para presionar al muchacho, para presionar a Jordan. Eso lo entendemos ahora. El muchacho actuó por su cuenta para proteger a su compañero, envió el azi a gente que consideraba amistades de su padre. Por desgracia (esta parte no ha quedado del todo clara) había otros vínculos que conducían al partido de Rocher. Y a los extremistas.

Maldita sea. Una evidencia como ésa significaba problemas. Claro que se suponía que debía sentir la amenaza.

—Rescatamos al azi, por supuesto —dijo Nye—. Eso es lo que está detrás de todo esto. Es imposible que el azi pudiera llegar hasta Ari: estaba bajo observación en el hospital. Pero Jordan Warrick descubrió lo que Ari había hecho con su hijo. Se enfrentó con ella en el laboratorio, a solas. Discutieron. Ari le golpeó; él respondió el golpe y ella dio de cabeza contra la mesa. Hasta ahí no era asesinato. Se convirtió en asesinato cuando él tomó un banco de laboratorio y lo usó para estropear los conductos, cerró la puerta del laboratorio de frío y subió la presión de la línea. Desgraciadamente, todas esas manipulaciones no fueron accidentales según los ingenieros.

—El Concejo determinará esto.

Asesinato entre dos Especiales. Y confesado con demasiada franqueza por un tercero, un tercer Especial peligroso. Corain se calentó la mano con la tacita; sentía una especie de frío.

—Warrick no quiere que esto vaya a juicio.

—¿No?

—La ley tiene un poder limitado sobre él, pero las reputaciones pueden sufrir daños irreparables. La del hijo, sobre todo.

—Esto significa, perdóneme, que alguien ha puesto mucho interés en que Warrick lo comprendiera. Nye meneó la cabeza con seriedad.

—El motivo tendrá que surgir en el juicio. No hay forma de evitarlo. Hay otras consideraciones para nosotros. Queremos reservar información en este caso. Por eso he querido hablar con usted, porque es importante que lo entienda. Sabemos lo de su trato con el doctor Warrick. Los dos sabemos que la audiencia podría profundizar mucho más en cuanto empezara. Poder político para todo. Y muy poca justicia. Merild tal vez hable que puede salir en ese punto no nos conviene a nosotros ni a ustedes, y aún menos al Departamento de Defensa o a la seguridad nacional. Ni siquiera a Jordan Warrick. Él confesó. No quiere testificar, no puede testificar bajo psicotest; y la evidencia del joven Justin bajo psicotest es un asunto delicado. No queremos usarla contra su padre. El muchacho ya ha pasado por un infierno y sería una crueldad innecesaria en un caso en que el asesino tiene inmunidad legal.

De repente la habitación le pareció muy cerrada. Corain pensó en grabadores. Estaba segurísimo de que había uno funcionando en algún lugar.

—¿Qué me pide usted?

—No queremos que los problemas de Ari se hagan públicos. No creemos que eso sirviera de nada. Por un lado, entendemos muy bien lo que provocó al doctor Warrick y sentimos simpatía por él. Por otro lado, tenemos miedo de que un interrogatorio saque a relucir la teoría de la conspiración. Nos gustaría mucho atrapar a Rocher, pero esa línea de ataque sólo le dará el foro que quiere y que no puede conseguir de otra forma, peor, le dará un derecho, de descubrimiento en esto. No creo que usted desee eso más que yo.

Grabadores. Mierda.

—Nosotros no tenemos nada que ocultar.

—No estamos hablando de tapar el asunto. Estamos hablando de evitar un dolor innecesario a un muchacho inocente. Jordan Warrick ya ha confesado. No quiere que su vida personal y la de su hijo se arrastren a la vista del público. La ley no puede borrarle la mente. Sólo le puede someter a un confinamiento estricto, apartarlo de su trabajo, lo cual a mi entender sería tan trágico como el acto que cometió.

Corain lo pensó un momento, sabiendo que había una trampa en alguna parte, en la situación o en la propuesta, una, pero no la veía por ningún lado.

—Quiere decir un pacto de no agresión. Nos enfrentamos a un caso de asesinato.

—Un caso con problemas de seguridad. Un caso en el que el asesino y la familia de la víctima y el territorio de residencia, todos, solicitan un pacto de no agresión. Si la meta fuera la justicia y no el foro político, la justicia estaría mejor servida por un acuerdo del Concejo a puertas cerradas.

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