Si estaba equivocado, no podría volver desde allí, no tenía mapas.
Si estaba equivocado, no podría reconstruirse con facilidad.
Volvió a poner el florero sobre la mesa. Esperó.
Justin vendría. Si no, nada habría existido nunca.
Podía ver y sentir y caminar en el mundo de ellos. Pero no de verdad. Ellos la destruirían. Pero no de verdad. Nada era...
... real.
De todos modos.
VI
El velatorio era un espectáculo impresionante. El Salón de Estado devolvía el eco de la música sombría del funeral y estaba decorado con flores y plantas verdes, un espectáculo sacado de la vieja Tierra, había hecho notar un comentarista mientras otros analistas más actuales lo comparaban con el espectáculo de la muerte de Corey Santessi, jefe arquitecto de la Unión, cuyo trabajo de cuarenta y ocho años en el Concejo, primero como jefe de Asuntos Internos y luego en el Departamento de Ciudadanos, había sentado el precedente para la inercia en los electorados. Entonces también había habido necesidad de demostrar que Santessi había muerto, considerando la distancia que separaba las colonias y la velocidad con que podía divulgarse y desarrollarse un rumor. Habían tenido que organizar una ceremonia decorosa para el momento en que la antorcha cambiaba de manos y permitir que los colegas que habían luchado contra la influencia de Santessi se pusieran en pie en público y declararan su dolor en piadosos discursos que suscitaron especulaciones por la forma en que se repitieron hasta la saciedad.
Todavía más ahora, cuando la muerta era sinónimo de Reseune y de la resurrección y víctima de un asesinato.
—Tuvimos nuestras diferencias —reconoció Mikhail Corain en su discurso—, pero la Unión ha sufrido una gran pérdida en esta tragedia. —Hubiese sido una falta de tacto sugerir que la pérdida era doble si se contaba al presunto asesino—. Ariane Emory era una mujer de principios y de gran visión. Pensad en las arcas que preservan nuestra herencia genética, las arcas en órbita en estrellas lejanas. Pensad en el acercamiento con la Tierra y en los acuerdos que han hecho posible la preservación y recuperación de especies.
Era uno de sus mejores discursos. Había sudado sangre para redactarlo. Circulaban rumores preocupantes sobre supresión de pruebas en el caso, sobre la orden inexplicada que según Reseune, Emory misma había insertado en los ordenadores de la Casa para pedir la eliminación de sus guardias personales, una eliminación que el personal había llevado a cabo sin preguntas ni dudas. Estaba el extraordinario caso del azi de los Warrick, secuestrado y manipulado por los extremistas de Rocher y luego devuelto a Reseune. Estaba el hecho de que Rocher mismo, con discursos furibundos, se había alegrado públicamente del asesinato, noticia que había ocupado mucho más lugar que el hecho de que abolicionistas afiliados al centrismo, como Ianni Merino, habían lamentado la pérdida de una vida y protestado contra la eliminación de los azi, todo un montaje que resultaba demasiado complicado para los servicios informativos: Ianni nunca había aprendido a hablar de un solo tema, y su declaración se parecía demasiado a las palabras de Rocher. Los periodistas llenaban las escaleras y los umbrales de las puertas de las oficinas como predadores que se asoman sobre un acantilado; corrían, con los Anotadores abiertos, a preguntar a cualquier centrista del Concejo y del Senado: «¿Cree que hay una conspiración?», o bien: «¿Cuál es su reacción ante el discurso de Rocher?»
Lo cual era muy peligroso para algunos centristas.
Corain esperaba haber atenuado parte de aquello. Esperaba que lo citaran.
Ni decir que los servicios informativos estaban bajo el control del Departamento de Información, cuyo canciller electo era Catherine Lao, portavoz fiable de Ariane Emory. Ni decir que los ascensos y las carreras dependían de que los periodistas llegaran con material que satisficiera a la Alta Dirección. No era culpa de los periodistas si sentían que la Alta Dirección exigía cada vez más sobre la teoría de la conspiración; seguramente era un buen teatro.
Corain empezaba a sudar cada vez que veía un Anotador cerca de un miembro de su partido. Había tratado de hablar con ellos personalmente, pidiéndoles que fueran discretos. Pero las cámaras intoxicaban, el horario de reuniones por el funeral era muy estricto y corto, había mucha presión, y no todos los cancilleres ni todos los miembros de la dirección del partido estaban de acuerdo con la línea establecida.
Había caras que las cámaras nunca habían captado antes: la del director de Reseune, Giraud Nye, por ejemplo. Los periodistas trataban de explicar al público que, en contra de la creencia general, Ariane no había sido Administradora de Reseune, en realidad no había ningún puesto administrativo en Reseune durante los últimos cincuenta años. Había nuevos nombres que aprender: Giraud Nye. Petros Ivanov. Yanni Schwarz.
Nye maldito sea, se desenvolvía bien en las entrevistas.
Y cuando un sillón del Concejo quedaba vacante y el canciller en cuestión no había nombrado sucesor, entonces el secretario del Departamento de ese electorado nombraba uno. En este caso, era Giraud Nye.
Que muy bien podía renunciar a su trabajo en Reseune para tratar de ocupar el puesto de Emory.
Eso significaba, pensó Corain con desesperación, que Nye ganaría a menos que el juicio a Jordan Warrick aportara algún dato explosivo. Pero los informantes de Corain en el Departamento de Asuntos Internos decían que Warrick todavía estaba bajo arresto en la Casa; Merild, en Novgorod, puesto bajo investigación por el Departamento como posible conspirador, no era el abogado para la defensa de Warrick, y además, un abogado abolicionista había tratado de ponerse en contacto con Warrick. Este se había negado, con mucho sentido común, pero había pedido a Asuntos Internos que nombrara a alguien, lo cual había llamado mucho la atención en las noticias: un hombre con los recursos de Warrick, un Especial que iba a enfrentarse a una audiencia del Concejo, pedía un abogado del Departamento, como un indigente. Porque le habían congelado las cuentas en Reseune y la organización no podía ocuparse con decoro de la acusación y de la defensa con su propio departamento legal.
Música solemne. Los miembros de la Familia se reunieron para el momento final junto al ataúd. Luego, la guardia de honor militar lo cerró y lo selló. La escolta militar y la de Seguridad de Reseune esperaban fuera.
Ariane Emory se iba al espacio. No habría monumentos, según sus deseos. Incineración y transporte al espacio, donde el carguero Galante, que estaba en el Sistema Cyteen, usaría uno de sus misiles para enviar las cenizas hacia el Sol. Una última extravagancia que había pedido al gobierno de la Unión.
La perra estaba decidida a que nadie se llevara una muestra, eso era todo. Y elegía todo el Sol como sepulcro.
VII
El asesinato había dado poco tiempo para reunir a todo el Concejo, pero los secretarios de los Departamentos estaban en Novgorod o en la estación: el Senado de Cyteen estaba reunido en sesión; el Concejo de los Mundos se había reunido también. Tres cancilleres habían llegado ya: Corain, del Departamento de Ciudadanos, residente en Cyteen; Ilya Bogdanovitch, del Departamento de Estado; y Leonid Gorodin, de Defensa.
Una mayoría real de dos tercios de centristas, pensó Corain. Para lo que servía en un funeral...
Había que felicitar a Nye por su nuevo puesto como sustituto. Nada de recepciones: la ocasión no lo permitía, no lo habría permitido ni siquiera si él hubiera sido primo de Ariane Emory. Pero había que dejarse caer por las oficinas que había ocupado Emory. Presentarle sus respetos. Y estudiar a ese hombre, juzgarlo para tratar de averiguar qué tipo de hombre era en los pocos momentos de que se disponía, ese hombre que venía de las sombras más completas de Reseune a ocupar el manto de Ariane Emory.