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Giraud no lo dudaba.

—¿Expresó Jordan Warrick alguna vez su opinión sobre Ariane Emory ante ti?

—Sí, ser —contestó Grant. Estaba sentado e inmóvil en el escritorio, los brazos cruzados frente a él y mirando cómo oscilaba la luz del Anotador, esa pequeña caja que le separaba del hombre que afirmaba pertenecer al Departamento de Asuntos Internos. Contestaba pregunta tras pregunta.

Justin no había vuelto. Lo habían alimentado y le habían dejado darse una ducha. Le dijeron que le visitaría un hombre para hacerle preguntas esa tarde. Luego, lo volvieron a meter en la cama y lo ataron de nuevo. Supuso que ya era por la tarde. O era lo que ellos querían que pareciese. Podía enfurecerse por lo que le hacían, pero sería en vano; era lo que ellos querían y no podía impedirlo. Estaba asustado, pero esta circunstancia tampoco ayudaba. Se calmó y contestó las preguntas sin tratar de descubrir una estructura lógica todavía, porque eso podía afectar sus respuestas y entonces ellos le darían pistas, y luego él les daría pistas a ellos, y todo se convertiría en una conversación entre adversarios. El no quería eso. Quería entender, pero se descubrió deseándolo demasiado y se desconectó. Había aprendido este truco, cuando era muy, muy pequeño, una táctica azi. Tal vez le ayudaba. Tal vez era otra de las diferencias entre él y Justin, entre él y uno que había nacido hombre. Tal vez lo hacía menos humano. O más. Él lo ignoraba. Resultaba útil, a veces, cuando sabía que alguien quería manipularlo.

Simplemente, estaba no-presente.La información fluía. La tomarían cuando estuviera inconsciente si no se la entregaba de forma voluntaria, aunque sospechaba que la controlarían con un psicotest de todos modos.

Ya lo entendería más tarde, cuando recordara las preguntas, sólo lo que le habían preguntado y cuáles habían sido sus respuestas. Entonces, tal vez podría pensar. Pero no ahora.

No-presenteeso era todo.

Finalmente, el hombre de Asuntos Internos también estaba no-presente.Aparecieron otros y las ilusiones de puertas se abrieron.

El siguiente lugar era el laboratorio psíquico. Y entonces se enfrentó a lo peor, el flujo, estar no-presenteen un psicotest. Caminar en la franja entre no-presentey presenteexigía mucha concentración. Si empezaba a dudar, y se iba demasiado hacía el no-presente yse quedaba demasiado tiempo, entonces le resultaría difícil encontrar el camino de vuelta.

El presentetrataba de penetrar en su pensamiento, dudaba de que Justin hubiera entrado alguna vez en el cuarto, sospechaba incluso que si había entrado, la rabia de Ari hubiera caído finalmente sobre él, y Justin y Jordan estarían ahora acusados por haberle raptado.

Pero descartó aquellas ideas. No luchó con los técnicos como había peleado con los hombres, si hubieran sido reales, claro. Los técnicos eran técnicos de Reseune y tenían las llaves de cada uno de sus pensamientos, hasta los más ínfimos.

La primera regla decía: siempre es correcto abrirse a la orden de tu clave.

La segunda regla decía: una clave es absoluta.

La tercera regla decía: un operador con tus claves siempre tiene razón.

Ningún operador de Reseune crearía una ilusión de operadores de Reseune, eso lo creía con todo su corazón. Sólo un operador de Reseune podía tener sus claves. Todo el universo podía desintegrarse en partículas y disolverse a su alrededor, pero él existía y el operador que tenía sus claves también existía.

Justin tal vez era una ilusión. Tal vez no existía un lugar llamado Reseune ni el planeta Cyteen. Pero el que le murmuraba números correctos y frases en códigos podía penetrar en su mente cuando quisiera y salir sin dejar rastro; o extraer algo para examinarlo, no cambiarlo: un florero en una mesa se quedó un momento quieto y luego buscó su anterior posición, sin violencia, persistente. La otra cara hacia fuera.Tendría que pasar por muchas entradas como ésa, muchas rotaciones del mismo florero, muchas distracciones como mover otra mesa, cambiar de lugar la cama, para que el florero pudiera quedarse un tiempo en su nueva orientación. E incluso entonces tendería a girar, con el tiempo.

Resultaba más fácil si el visitante le decía que iban a arreglar la habitación y le mostraba la clave, le ordenaba quedarse de pie, quieto y mirar. Y entonces le explicarla que el nuevo arreglo haría juego con el resto de la casa, después de lo cual, si realmente funcionaba, él sentiría cada vez menos desconfianza por el cambio.

Esta vez el visitante se mostraba brusco y arrojaba las cosas por el suelo, y luego lo acorralaba y le hacía preguntas. Esto lo llenaba de angustia porque era lo bastante inteligente para saber que a veces, estas tácticas eran una distracción para conseguir que el florero se moviera. O para evitar esa tentación obvia o para algo que él tal vez ignoraba de momento.

El visitante lo golpeó una o dos veces y lo dejó confuso. Cuando supo que la puerta se cerraba, se quedó allí quieto durante un rato, y el florero que estaba destrozado se levantó y se arregló solo, y los muebles se reordenaron y los pedazos comenzaron a unirse de nuevo.

Tuvo que quedarse quieto durante bastante rato para asegurarse de que todo estaba realmente en el lugar apropiado. El desconocido podía haber hecho algo peor. Podía haber profundizado un nivel más para acosarlo a través de habitaciones más y más profundas hasta acorralarlo en una donde no había lugar para seguir retrocediendo. Y entonces, habría encontrado una entrada y lo habría arrastrado hacia sí mismo, en territorio oscuro que el invasor conocía y que él mismo no quería abrir sino con resistencias.

En realidad no era así, claro. Era sólo la imagen que tenía de niño, una imagen que un técnico le había ayudado a construir. El florero era la puerta de la manipulación. La puerta sí-no/estás-a-salvo. Estaba justo a la entrada y cualquier operador que tratara de tranquilizarle la habría girado un poco.

Este visitante había arrojado el florero al suelo.

Grant salió a una habitación mucho más deprimente y vacía. Las sombras iban y venían y le hablaban. Pero todavía estaba bastante no-presente.Se encontraba agotado y las habitaciones seguían viniendo en desorden, los muebles caídos al azar, pidiéndole que los ordenara, lo cual significaba que debía de haber entrado mucho. Esa gente seguía pegándole, golpes en la mejilla, tanto que parecía que la piel se le caía de la cara. Le hablaban, pero las palabras se deshacían. No tenía tiempo para ellos. Se estaba quebrando por dentro y cuando lo despertaban no estaba seguro de que las cosas pudieran volver al sitio al que pertenecían.

Alguien le dio las palabras clave que le había dejado el último visitante. E insistió en que se despertara. Después se encontró mirando a Petros Ivanov, que se había sentado a su lado, en la cama.

—Van a llevarte en una silla. ¿Estás de acuerdo?

—Sí —dijo él. Estaba de acuerdo con todo. Fueran quienes fuesen. Estaba muy ocupado colocando las cosas de nuevo en los estantes y mirando cómo se caían de nuevo.

La habitación parecía distinta ahora. No había flores. Había una caída de agua. Hacía un sonido rítmico pero que no tenía ritmo. Claro. Era un fractal. Los fractales abundaban en la naturaleza. Trató, sumiso, de descubrir el patrón. Lo habían atado a la silla con esposas. No estaba seguro de cómo se relacionaba este dato con todo lo demás. Se centró en el aspecto matemático ya que eso era lo que le habían dado a resolver. No sabía por qué.

Durmió, tal vez. Sabía que le habían hecho algo a su mente, porque la puerta de la manipulación estaba inestable: el florero seguía cayéndose de la mesa que había junto a la puerta. No estaba a salvo. No estaba a salvo.

Pero de pronto recordó que Justin iba a visitarle. Eso había sido verdad antes. Violó la regla cardinal y, con todo cuidado, mientras examinaba lentamente el precio de lo que iba a hacer, tomó como válida otra verdad, no la del operador.

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