—No veo por qué. Ahora. En privado.
Ella suspiró. Ahí va de nuevo. Grant, pensó. O Merild y Corain.
—De acuerdo. Maldita sea, Jane y su grupo estarán aquí molestando dentro de media hora. Florian, ve a B y diles que esta maldita máquina no quiere hacerme caso. —Se dio la vuelta y extrajo la muestra—. Quiero otra. Quiero todo esto mucho más limpio de lo que está. Dios, ¿cuál es el nivel de error que toleran hoy en día? Y la traerás tú mismo. No confío en los ayudantes. Catlin, ve y dile a Jane que se lleve a sus estudiantes a otro lado. Voy a cerrar este laboratorio hasta que todo funcione, mierda. —Volvió a suspirar y usó el waldo para enviar la muestra defectuosa de vuelta, a través de criogenia, luego extrajo la cámara de la muestra, la colocó en una célula de seguridad y la envió por la misma ruta. Cuando se dio la vuelta, los azi se habían ido y Jordan continuaba allí.
IV
Entre el hospital y la Casa había un largo trayecto si el tiempo exigía ir por los túneles y los vestíbulos, y una distancia mucho más corta si se caminaba al aire libre. Justin eligió el aire libre, a través de las sombras que cortaban los acantilados al sol, y pensó que debía haber cogido una chaqueta. Tenía destellos de cintas. Los tenía casi constantemente y en cualquier lugar. Las sensaciones lo alcanzaban más y le revolvían el estómago.
—Cómete esta porquería —había dicho Grant cuando el personal trajo dos cenas—. Si tú comes, yo también.
Justin había logrado tragar algo. No estaba seguro de que la comida fuera a permanecer en el estómago. Había valido la pena lograr que Grant se sentara y riera: lo habían desatado para que cenara y se había sentado con las piernas cruzadas sobre la cama y había atacado el postre con cierto entusiasmo, a pesar de que las enfermeras volverían a ponerle las ataduras para la noche, cuando estuviera solo.
Justin hubiera deseado permanecer con él durante la noche e Ivanov le habría permitido quedarse, pero tenía una cita con Ari y no podía contárselo a Grant. Trabajo nocturno en el laboratorio, le dijo. Pero Grant había mejorado un ciento por ciento cuando Justin se fue, si se le comparaba con el Grant que había visto al entrar en la sala; se cansaba muy pronto pero ahora tenía vida en los dos ojos, ganas de reír, tal vez un poco exageradamente, tal vez un poco forzado, pero la forma en que lo miraban sus ojos le indicaba que Grant estaba de vuelta. Justo antes de partir, la máscara se había deslizado del rostro de Grant, y Justin lo había visto serio y muy triste.
—Volveré por la mañana —le prometió el muchacho.
—Oye, no tienes por qué, hay un largo trecho hasta aquí.
—Quiero venir, ¿de acuerdo?
Y Grant lo miró, inmensamente aliviado.
Grant, que tenía el rostro, el cuerpo, la gracia que todas las muchachas que conocía habrían preferido a los de Justin.
Justin atravesó el destello de cinta que disminuyó hasta convertirse sólo en un recuerdo vergonzoso a través de un barro de angustia y cansancio. Dentro de poco no valdría para nada. Quería ir a alguna parte y vomitar, podría llamar a Ari y rogarle, decirle que se encontraba fatal, en serio, no era una mentira, podría invitarlo otro día, él...
Dios. Pero estaba el trato que le permitía visitar a Grant. Estaba el trato que le prometía la libertad de Grant. Y ella era capaz de lavarle el cerebro a Grant. Era capaz de cualquier cosa. Había amenazado a Jordan .Todo recaía sobre los hombros de Justin, y tal como estaba Grant, no podía contárselo.
Contuvo el aliento y se alejó despacio por el sendero que conducía a la puerta principal. Llegaba un avión. Justin lo oyó. Era algo normal. Las LÍNEAS AÉREAS RESEUNE volaban según las necesidades de la institución además de cumplir con el horario semanal. Vio cómo aterrizaba el avión mientras caminaba por la grava y junto a los arbustos adaptados que llevaban a las puertas principales. El autobús arrancó desde las puertas y se dirigió hacia la pista y el camino principal. Iba a buscar a algún pasajero, supuso Justin y se preguntó qué miembro de la Casa habría volado río abajo en medio de todo aquel caos.
Atravesó las puertas automáticas insertando la tarjeta, se la volvió a guardar y se alejó hacia el ascensor que lo llevaría a su apartamento.
Llamaría a Jordan en cuanto llegara y le diría que Grant estaba mejor. Deseaba haber llamado antes, desde el hospital, pero Grant no quería que Justin se alejara de su lado y Justin no había querido inquietarlo.
—Justin Warrick.
Dio media vuelta y vio a los guardias de Seguridad. Relacionó su presencia con la llegada del avión y el autobús, y al instante pensó que debía de estar llegando un visitante.
—Acompáñenos, por favor.
Justin indicó los botones del ascensor.
—Me dirigía a mis habitaciones. No me quedo por aquí.
—Acompáñenos, por favor.
—Maldita sea, pregunten a su supervisor. ¡No me toquen!
Pero uno de ellos había alzado la mano hacia él. Lo aferraron por los brazos y lo reclinaron contra la pared.
—¡Dios mío! —dijo él, exasperado, nervioso, mientras lo registraban con cuidado. Había un error. Eran azi. Habían entendido mal las instrucciones y estaban llegando demasiado lejos.
Le echaron los brazos atrás y sintió el frío del metal sobre las muñecas.
—¡Eh!
Cerraron las esposas. Le dieron la vuelta y lo obligaron a avanzar por el pasillo. Tropezó, y lo volvieron a poner en movimiento, por el corredor, hacia las oficinas de Seguridad.
Dios. Ari había presentado acusaciones. Contra él, contra Jordan, contra Kruger, contra todos los que tenían que ver con Grant. Ahora se lo explicaba. Había conseguido el apoyo que necesitaba en alguna parte, había encontrado algo con qué silenciarlos y volver la situación contra ellos. Y él había empezado todo el asunto pensando que podría contra ella.
Avanzó, por el vestíbulo hacia la oficina con las puertas acristaladas donde estaba el supervisor.
—Ahí —indicó el supervisor con un gesto hacia el fondo de la oficina.
—¿Qué mierda pasa? —preguntó Justin tratando de hacerse el valiente. No le quedaba otra salida—. ¡Maldita sea, llamen a Ari Emory!
Pero lo llevaron a través de puertas de acero, más allá de las puertas de seguridad, lo dejaron allí, entre paredes de hormigón y cerraron la puerta.
— ¡Mierda, los cargos, léanme los cargos!
No hubo respuesta.
V
El cadáver estaba bastante congelado, junto a la puerta abovedada, tendido boca abajo, un poco retorcido. Las superficies en la bóveda estaban cubiertas de escarcha y lastimaban al que las tocaba.
—Un pedazo de hielo —dijo el investigador y filmó la escena, una última indignidad. A Ari le habría dolido mucho, pensó Giraud y contempló el cadáver con los ojos muy abiertos, incapaz de creer todavía que Ari no iba a moverse, que aquellos miembros rígidos y la boca medio abierta no iban a animarse de pronto. Llevaba un suéter.
Todos los investigadores lo usaban si trabajaban en el viejo laboratorio de frío; nada más pesado. Pero ni siquiera un traje antifrío la habría salvado.
—Entonces no había hielo aquí —murmuró Petros—, no puede ser.
—¿Trabajaba con la puerta cerrada? —El investigador de Moreyville, una ciudad pequeña, representante de la ley en miles de kilómetros a la redonda, puso la mano sobre la puerta abovedada. La puerta se movió con sólo tocarla—. Mierda. —La detuvo con un toque, la balanceó cuidadosamente y la soltó.
—Hay un intercomunicador —dijo Petros—. La puerta nos dejó encerrados a todos, lo sabemos. Es la estructura del edificio. Si alguien se queda encerrado, llama a Seguridad, se comunica con la oficina de Strassen y alguien viene y lo libera, no es grave.
—Esta vez lo fue. —El investigador se llamaba Stern se levantó y pulsó un botón en el intercomunicador. El aparato se quebró con el frío—. Frío. Quiero este aparato —dijo a su ayudante que lo seguía con un Anotador—. ¿Alguien me oye?