Dios sabía que eso no había granjeado la gratitud de los viajeros hacia Rocher. Pero tenía sus partidarios y un poco de despliegue de poder siempre proporcionaba nuevos simpatizantes.
Ya era hora, pensó Giraud, de hacer algo en cuanto a Rocher y De Forte. Hasta el momento habían constituido un problema embarazoso para Corain y para Merino, habían desacreditado a los centristas. Ahora Rocher había rebasado el límite, se había convertido en una molestia para todos.
Era conveniente si el daño en Grant era extremo. Una película antes y después en los servicios informativos pondría de manifiesto la verdadera identidad de los abolicionistas: aves de presa. Los ciudadanos normales nunca veían un proceso de borrado de cerebro. O un cambio radical. Conveniente si podían llevar al azi a reentrenamiento completo, o acabar con él. Era un Alfa, por Dios, y producto de Warrick, y quién sabía qué le habían hecho las cintas de Rocher: él prefería estar seguro y se lo había dicho a Ari.
Rotundamente no, había dicho Ari. ¿En qué estás pensando? En primer lugar, es un rehén. En segundo lugar, es un testigo contra Rocher. No lo toques.
Rehén de qué, había pensado Giraud con amargura. Ari estaba sometiendo a Justin a unas sesiones nocturnas y, entre provocarle úlceras a Jane Strassen en cuanto al reacondicionamiento del Laboratorio Uno y la relocalización de sus ocho estudiantes de investigación, estaba tan envuelta en su obsesión con el proyecto Rubin que nadie conseguía verla excepto sus azi y Justin Warrick.
Está en un lío mayúsculo. Ha perdido la juventud y todo eso.
Se va y me deja todo el lío de Novgorod. No toques a Merild ni a Kruger. No queremos que el enemigo huya bajo tierra. Haz un trato con Corain. No es tan difícil, ¿no?
A la mierda.
Sonó el teléfono. Era Warrick. Jordan. Pedía que dejaran a Grant bajo su custodia.
—No depende de mí, Jordie.
—No me importa de quién venga la decisión.
—Jordie, da gracias de que nadie haya iniciado un proceso contra ese hijito tuyo. Todo esto ha sucedido por su culpa, no me grites.
—Petros dice que la autorización de libertad depende de ti.
—Es un asunto médico. No interfiero en las decisiones de los profesionales. Si te preocupa el muchacho, te sugiero que dejes a Petros llevar a cabo su trabajo.
—Él te ha pasado el fardo a ti, Gerry. Y Denys también. No estamos hablando de un asunto de informes. Hablamos de un chico asustado, Gerry.
—Otra semana.
—A la mierda con eso. Puedes empezar por darme un pase de seguridad y hacer que Petros conteste a mis llamadas.
—Tu hijo está allí ahora. Tiene un pase, aunque no sé por qué. Él se ocupará.
Hubo un silencio al otro lado.
—Mira, Jordie, me dicen otra semana más. Dos como máximo.
—Justin tiene pase.
—Está con Grant ahora. No te preocupes, todo va bien. Ya han dejado de sedarlo. Justin tiene permiso de visita, lo tengo escrito aquí en la hoja, ¿de acuerdo?
—Quiero que salga.
—Está bien. Mira, yo hablaré con Petros. ¿De acuerdo? Mientras tanto tu hijo está con Grant y ésa es probablemente la mejor medicina que puede tener. Dame unas horas. Te conseguiré los informes médicos. ¿Estarás más tranquilo así?
—Te llamaré de nuevo, Giraud. No te dejaré en paz.
—De acuerdo. Estaré aquí.
—Gracias —llegó el murmullo del otro lado.
—Bueno —murmuró Giraud y luego, cuando se cortó el contacto—: Maldito. —Volvió a anotar los puntos que quería comentarle a Corain, se interrumpió para llamar a la oficina de Ivanov y pedir los informes médicos de Grant para la oficina de Jordan Warrick. Y después de pensarlo un poco añadió: SPCS, si lo permiten las condiciones de seguridad. No sabía a ciencia cierta qué podía haber en esos informes ni lo que había ordenado Ari.
III
El nuevo separador estaba trabajando. El resto del equipo estaba programado para el control. Ari tomaba notas manuscritas, sobre todo porque trabajaba en un sistema y el Anotador la molestaba. Había cosas que sólo la última tecnología podía hacer pero cuando se trataba de sus notas todavía las escribía con un lápiz óptico en el TraDuctor, en una taquigrafía que su Base en el sistema de la Casa ponía constantemente en los archivos porque conocía su letra manuscrita: un programa pasado de moda, pero que funcionaba como barrera para preservar la seguridad. La Base luego traducía, transcribía y archivaba bajo su clave y su huella digital, porque ella le había dado la palabra clave al comienzo de la entrada que deseaba hacer.
Nada que fuera realmente seguro hoy en día. Trabajo de laboratorio. Trabajo de estudiante. Cualquiera de los técnicos azi podría estar allí controlando las cosas, pero Ari disfrutaba del regreso a los viejos tiempos. Había contribuido en el desgaste de los bancos del Laboratorio Uno, horas y horas inclinada sobre el material, mientras llevaba a cabo el mismo trabajo que ahora, el antiguo equipo hacia que el separador que acababan de tirar pareciera el sueño dorado de un técnico.
Y no tenía ningún deseo de recuperar esa parte del pasado. Pero sí quería decir Yoal comienzo de ese proyecto, eso con seguridad. Quería su marca en el proceso y su mano en los pequeños detalles desde la concepción misma.
Fui muy cuidadosa con el comienzo de este proyecto.
Yo misma preparé el tanque.
En la actualidad había muy pocos que hubieran recibido entrenamiento en todos los pasos. Todos se especializaban. Ella pertenecía al período colonial, a los comienzos de la ciencia. Hoy en día había universidades que educaban monos, «científicos», o al menos personas que se consideraban como tales, que apretaban botones y leían cintas sin alcanzar a entender cómo funcionaba la biología. Ella luchaba contra esa tendencia a pulsar botones, una de sus prioridades era producir cintas de metodología aunque Reseune se guardaba sus secretos esenciales.
Algunos de esos secretos verían la luz en su libro. Lo había decidido así. Sería un clásico para las ciencias, toda la evolución de los procedimientos de Reseune, con el proyecto Rubin como meta en toda su perspectiva, como prueba para teorías que se habían desarrollado en las décadas de investigación de Ari Emory. Había pensado titularlo provisionalmente IN PRINCIPIO.Todavía buscaba un título mejor.
La máquina escribió una respuesta para una secuencia conocida. El ordenador marcó con rojo un área de discrepancia.
Diablos. ¿Era contaminación o un problema en la máquina? Hizo una anotación, lapidaria, honesta. Y se preguntó si le convenía más perder el tiempo en reemplazar aquella porquería e intentarlo de nuevo con una muestra de prueba totalmente diferente, o intentar averiguar la causa del problema y documentarla para el archivo.
Si se decidía por la primera alternativa, la solución era sucia. Si tenía que hacer lo segundo y no encontraba evidencia sólida, lo cual era muy probable en un problema mecánico, todo eso la haría quedar como una tonta o la obligaría a pedir ayuda a los técnicos que conocían más el equipo.
Dejar de lado la máquina y llevarla a los técnicos, introducir la muestra sospechosa en una máquina limpia e instalar una tercera máquina para el proyecto, con otra muestra.
Todo proyecto de vida real tiene sus problemas; de lo contrario, el investigador miente.
Se abrió la puerta del laboratorio exterior. Se oyeron voces distantes. Florian y Catlin. Y otra bastante conocida. Mierda.
—¿Jordan? —aulló, con fuerza suficiente para que le llegara la voz—. ¿Qué te pasa?
Oyó los pasos. Oyó los de Florian y los de Catlin. Había confundido a los azi y ahora seguían a Jordan hasta la puerta del laboratorio de frío.
—Necesito hablarte.
—Jordie, ahora tengo un problema. ¿Puede ser dentro de una hora? ¿En mi oficina?