Grant se resistió. Así sabía que estaba mejorando. Respiró varias veces y le dolieron mucho la espalda y los hombros. Se enfrentaba a un terrible peligro porque creía que aquella ilusión era real. O porque había perdido la capacidad de distinguir entre ambas cosas.
—Vamos, maldita sea.
Grant entreabrió los ojos con cuidado. Vio la cara de Justin. Justin, con una mirada asustada.
—Estás en casa. En el hospital. ¿Entiendes? Ari los envió al infierno y te trajo de vuelta.
(La sangre salpicando las paredes. El olor del humo.)
Parecía el hospital. Parecía Justin. Ninguna prueba podía confirmarlo, ni siquiera si lo dejaban caminar. Sólo el tiempo lo confirmaría, el tiempo que duraba más que cualquier ilusión de cinta.
—Vamos, Grant. Dime que estás bien.
—Estoy bien. —Respiró. Le dolió la espalda y se dio cuenta de que podía ganar algo con la ilusión—. La espalda me está matando. Me duelen los brazos. ¿Puedes hacer que muevan la cama?
—Haré que te quiten esas cosas.
—No creo que lo hagan. Pero me gustaría que movieran la cama. Muy bien. —La superficie que tenía debajo se movió como un ser animado y cambió de forma hacia arriba, levantándole la cabeza. Toda la superficie formó una serie de ondas que le flexibilizaron los músculos y las articulaciones—. Ah, estoy mucho mejor.
Justin se sentó en el borde y las ondas cambiaron.
—Ari te hizo seguir hasta Kruger. Chantajearon a Kruger. El te entregó a los abolicionistas. Tuve que acudir a Ari. Ella hizo que alguien, no sé quién, fuera a buscarte. Dijo que te habían aplicado cintas.
Grant no había preparado una estrategia para este momento, ninguna división entre el antes y el ahora. Examinó el regalo con cuidado.
—¿Cuánto tiempo?
—Dos días.
Cabía dentro de lo posible.
—Has estado aquí dos días —dijo Justin—. Nos dejaron entrar a Jordan y a mí justo después de que te trajeran. Ahora dicen que te puedo visitar.
Eso le daba miedo. La ilusión quería quedarse permanentemente y no tenía muchas defensas contra ella. Estaba perdiendo. Se quedó allí, sentado y lloró y sintió cómo le corrían las lágrimas por las mejillas.
—Grant.
—Estoy bien. —Estaba a punto de desvanecerse—. Pero si te pido que te vayas, te vas.
—Grant, no es cinta. Estás aquí, maldita sea. —Justin le retorció la mano hasta que los huesos crujieron—. Enfoca, Mírame. ¿De acuerdo? —Le obedeció.
—Si te pido que te vayas...
—Me iré. De acuerdo. ¿Quieres que me vaya?
—No me hagas esto. Por favor...
—Haré que venga Ivanov. Malditos, malditos.
Justin se estaba poniendo en pie. Grant apretó la mano para que no lo soltara. Se aferró con fuerza, sin soltarlo y Justin se sentó de nuevo y lo abrazó .
—Ahhh. —Dolía. Parecía real. Justin podría sacarlo de aquella situación. Justin sabía lo que hacía, sabía el problema que tenía, sabía por qué estaba tan asustado. Era su aliado. O estaba perdido para siempre.
—Tardaremos un poco. Una semana para sacarte de aquí. Eso dice Ari.
Grant recordó otras crisis. Miró a Justin mientras éste volvía a sentarse. Recordó la razón por la que se había ido río abajo.
—¿Te está causando problemas?
—Estoy bien.
Mentira. Más y más real. La cinta era mejor que eso. Al cabo de un rato Justin se iría y él recordaría haberlo creído todo y tendría miedo. Pero mientras tanto, estaba asustado por otra razón más tangible. El traslado de Jordan, Justin que lo enviaba lejos, los fragmentos estaban tomando una secuencia temporal. El cuándo volvía a existir. El mundo real tenía trampas que involucraban a Ari; Justin había tratado de liberarlo, él estaba en casa de nuevo, Justin tenía problemas.
No. Cuidado.
Cuidado.
—¿Qué hizo cuando supo que yo me había marchado?
—Te lo diré otro día.
Mierda, no necesitaba las preocupaciones para sentir el estómago revuelto. Parecía ser Reseune. Secretos, Ari y problemas. Y todo lo que amaba. Respiró hondo, lentamente.
—Sigo vivo —dijo, sabiendo que Justin entendería—. No quiero más cintas. No quiero más sedantes. Necesito estar despierto. Quiero que dejen las luces encendidas constantemente. Quiero que me saquen este tubo de la mano.
—No tengo autoridad para exigirlo. Ya lo sabes. Pero se lo diré a Ivanov. Se lo diré muy en serio. Y te sacaré el tubo. Mira.
Dolió.
—Se va a derramar por el suelo.
—A la mierda. Ya está. —Detuvo el goteo—. Te van a poner un teléfono y un vídeo.
Grant sentía el corazón saltándole en el pecho. Recordó por qué era tan importante el teléfono. Pero no estaba allí ahora. O nada de eso había sucedido en realidad. O había posibilidades que se le escapaban.
—Sabes que no estoy muy en mis cabales.
—Bueno, no noto ninguna diferencia.
Grant rió, una risa leve, automática, alegre sólo porque Justin era capaz de bromear con él; y se dio cuenta de que había superado una etapa. Le sorprendió porque había esperado una lástima suave, profesional. No era una risa de comicidad. Era una risa de sorpresa.
La cinta no podía profundizar tanto como para lograr que Justin hiciera algo que su propia mente no esperaba, no cuando él estaba resistiéndose y no cooperaba con su inconsciente.
Rió de nuevo, para probar, y vio que Justin parecía tener vidrio en las tripas y al mismo tiempo algo de esperanza.
—Es un gusano —le dijo. Y sonrió, la boca más amplia cuando vio un instante de horror en la cara de Justin.
—¡Maldito loco!
Ahora rió abiertamente. Dolía pero resultaba reconfortante. Trató de levantar las piernas. Un error.
—Ah, maldita sea. ¿Crees que puedes conseguir que me suelten las piernas?
—En cuanto sepas dónde estás.
Él suspiró y la tensión se aflojó en él. Se dejó ir contra la cama en movimiento y miró a Justin con una placidez diferente a la que ofrecía la cinta. Todavía le dolía. Tensión muscular. Luxaciones. No sabía lo que se había hecho a sí mismo, o lo que le habían hecho.
—Te he atrapado, ¿eh?
—Si estás fingiendo...
—Ojalá. Estoy mal. Creo que voy a tener destellos de todo esto. Creo que terminarán desapareciendo. Estoy muy asustado. Si no vuelves... El doctor Ivanov está al cargo de esto, ¿no?
—Te está cuidando. Confías en él, ¿verdad?
—No cuando cumple órdenes de Ari. Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Ojalá pudieras quedarte aquí.
—Me quedaré hasta la cena. Y volveré mañana para el desayuno. Volveré cada hora que tenga libre hasta que me echen. Voy a hablarte de Ivanov. ¿Por qué no tratas de dormir mientras estoy aquí? Me sentaré en la silla y tú podrás descansar.
Los ojos de Grant estaban tratando de cerrarse. Se dio cuenta de pronto y trató de luchar contra eso.
—No te vayas mientras estoy dormido.
—Te dejaré dormir media hora. Casi es la hora de la cena. Vas a comer algo, ¿me oyes? Basta de rechazar la comida.
—Mmmm. —Grant continuó con los ojos cerrados. Se alejó un rato, se alejó de la incomodidad. Sintió que Justin se levantaba, lo oyó acomodarse en una silla, controló después de un minuto para ver si todavía estaba allí y descansó otro rato.
Se sintió más lúcido que antes. Hasta se sintió progresivamente más seguro. Había sabido que Justin o Jordan tratarían de llegar a él para salvarlo; si la vida valía la pena, tenía que ser así. De alguna manera. Ahora que eso había llegado, tenía que creerlo o nunca más volvería a creer en nada, nunca podría volver del viaje que había emprendido.
II
Llegaron los informes y Giraud Nye aferró el lápiz y miró el monitor con una tensión creciente.
Las agencias de noticias informaban sobre el secuestro de un azi de Reseune a manos de elementos radicales, informaban sobre un ataque conjunto de la policía y el personal de Seguridad de Reseune contra una estación remota en las colinas por encima de Big Blue, con escenas crudas y horribles del interior, escenas tomadas por las cámaras de la policía: el azi, salpicado por la sangre de sus secuestradores, rescatado y arrojado a un transporte policial. Un oficial herido. Tres abolicionistas radicales muertos a la vista de las cámaras. Buena cobertura y todos los cadáveres explicados, lo cual impedía que Ianni Merino y los centristas abolicionistas armaran un escándalo y convocaran al Concejo: ante la opinión pública, Merino se estaba distanciando cuanto podía del incidente. Rocher estaba engañando al Departamento de Información al solicitar cobertura para una conferencia de prensa: no consiguió nada. Lo cual significaba que la policía observaría de cerca a Rocher. La última vez que éste se había quedado solo, alguien había colgado un enorme cartel que decía ABOLICIÓN TOTAL en el subterráneo de Novgorod y había saboteado los rieles, provocando un problema de tránsito que los servicios informativos no podían ignorar.