Así que miró cómo pasaba el paisaje por las ventanillas y toleró la mano de Winfield sobre el hombro mientras el corazón le latía con tanta fuerza que casi le dolía.
X
Era casi surrealista la forma en que el día cayó en su rutina de siempre, una inercia en los asuntos de Reseune que se negaban a cambiar, a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de que sentía el cuerpo magullado y las cosas más inocentes le provocaban destellos de cinta que hora tras hora parecían más mundanos y más cerca del nivel plácido de la existencia. Claro que así era como se sentían esas cosas, claro que la gente desde la aurora de los tiempos había hecho el amor con compañeros mezclados, había pagado con sexo por seguridad, así funcionaba el mundo, eso era todo, y él ya no era un muchacho al que esas noticias pudieran destruir. Lo que más le confundía era la resaca, y ahora que estaba del otro lado de una experiencia que hubiera preferido no tener, todavía estaba vivo, Grant estaba a salvo, río abajo, Jordan estaba bien; y mejor sería que comprendiera que Ari no se contentaría con esto.
Sacude al chico, juega con su mente, continúa hasta que se derrumbe.
Querías a Grant libre, muchacho; bueno, tú puedes sustituirlo, ¿verdad?
Dejar el apartamento, ir a la oficina, sonreír a gente conocida y descubrir que todo seguía a su alrededor, lo mismo que ayer, lo mismo que todos los días en el Ala Uno: Jane Strassen que gritaba a sus ayudantes y montaba un escándalo porque había algún problema en su reparación de equipos; Yanni Schwartz que trataba de calmarla, un murmullo oscuro de ideas en el vestíbulo. Justin se concentró en su pantalla y en su trabajo, en un problema de estructura de cintas que Ari le había encargado hacía una semana, lo suficientemente complejo para que su mente estuviera muy ocupada tratando de unir los nexos.
Iba con cuidado. Había cosas que el control de AI podía pasar por alto. Había diseñadores de mayor nivel entre su trabajo y el sujeto de prueba azi, y había programas trampa diseñados para descubrir nexos accidentales en un grupo psíquico particular, pero ésta no era una cinta de enseñanza común: era una cinta profunda, específicamente una que podía usar un cirujano psíquico para arreglar ciertos grupos subsidiarios KU-89 para funciones limitadas de control y manejo.
Un error que los diseñadores jefe no detectaran podía salir muy caro, podía causar dolor a los KU-89 y a los azi que manejaran; podía causar terminaciones si llegaba a extremos nefastos; era la pesadilla de todo diseñador, instalar un error que funcionara silenciosamente en un intelecto vivo durante semanas y años hasta que sintetizara un grupo lógico más y más enloquecido y saliera a la superficie con una reacción absolutamente ilógica.
Había un libro que pasaba de mano en mano, una novela de suspense y ciencia ficción llamada Mensaje de errorque había perturbado a Giraud Nye: una Reseune no muy bien disimulada sacaba al mercado una cinta de entretenimientos con un gusano, un error, y la civilización se destruía. Había una copia en la biblioteca en la sección que sólo podían retirar los CIUD, con una larga lista de espera; él y Grant la habían leído los dos, claro. Y apostaría a que lo mismo habían hecho todos los azi de la Casa, excepto los de los Nye.
El y Grant habían tratado de diseñar un gusano, para ver cómo funcionaría.
—Hey —había dicho Grant, sentado en el suelo a los pies de Justin, mientras empezaba a dibujar los códigos de flujo—, tenemos un grupo Alfa que podemos usar, a la mierda los grupos Rho.
Eso había asustado a Justin. De pronto, había dejado de parecerle gracioso.
—Ni se te ocurra —había dicho, porque los gusanos existían y ellos habían diseñado uno que podría funcionar. Sólo pensarlo era peligroso; y Grant había sugerido que lo pensaran para su propio grupo. Grant tenía su propio manual.
Grant se había reído con esa sonrisa astuta, traviesa bajo las cejas, la sonrisa que le iluminaba cuando tenía a su CIUD bien cogido.
—No creo que debamos hacer esto —había dicho Justin, tomando el anotador—. No me parece un asunto para gastar bromas.
—Oye, esas cosas no existen.
—No quiero saber si existen o no.
Resultaba difícil erigirse en Autoridad por un momento, poner delante de Grant su rango de CIUD y tratarlo en consecuencia. Le dolía. Le hacía sentirse muy desgraciado.
De pronto serio y amargado, Grant había arrugado la hoja del inicio del diseño y la desilusión en sus ojos había tocado la fibra sensible de Justin.
Grant había ido a su habitación aquella noche y lo había despertado diciendo que había diseñado un gusano y que funcionaba y se rió como un lunático y saltó sobre él en la oscuridad y lo asustó terriblemente.
—¡Luces! —le había gritado Justin al Cuidador y Grant se había caído al suelo muerto de risa.
Así era Grant, demasiado tranquilo para dejar que nada se interpusiera entre los dos. Y sabía muy bien lo que se merecía Justin por su actitud de dios.
Se sentó inmóvil frente al tablero, mirando al vacío, con un dolor vago en su interior que era absolutamente egoísta. Grant estaba bien. Todo iría bien.
El intercomunicador se encendió. Justin hizoun esfuerzo para enfrentarse a lo que fuera y pulsó el botón de la consola.
—Sí —dijo esperando la voz de Ari o de la oficina de Ari.
—Justin. —Era la voz de su padre—. Quiero hablarte. Ven a mi oficina. Ahora.
El no se atrevió a negarse.
—Voy —dijo, cerró la consola y fue, inmediatamente.
Una hora después estaba de vuelta en la misma silla, y se quedó mirando la pantalla sin vida durante largo rato, hasta que finalmente logró controlarse lo suficiente para ordenar a la máquina que volviera a poner el proyecto en pantalla.
El ordenador trajo el programa y lo activó. Él estaba a miles de kilómetros de allí, mareado. Jordan le había dicho que había llamado a Merild y éste le había dado una negativa extraña a su pregunta en código.
Merild no había recibido ningún mensaje. Merild no había recibido a nadie que pudiera reconocer como el sujeto de la pregunta de Jordan. Cero total.
Tal vez era demasiado pronto. Tal vez había alguna razón por la que Kruger había mantenido allí a Grant y no había llamado a Merild. Tal vez tenían miedo de Reseune. O de la policía.
Tal vez Grant no había llegado a Kruger.
Justin se había quedado paralizado. Jordan se sentó sobre el brazo de la silla de la oficina y le pasó el brazo sobre el hombro y diciéndole que no desesperara todavía. Pero no había nada que pudieran hacer. Ninguno de ellos ni nadie que conocieran podía empezar una búsqueda, y Jordan no podía involucrar a Merild dándole los detalles a través del teléfono de la Casa. Había llamado a los Kruger y había preguntado directamente si había pasado un bote. Los Kruger dijeron que había pasado y había salido según el horario previsto. Alguien mentía.
—Pensé que podía confiar en Merild —atinó a decir Justin.
—No sé qué está ocurriendo —dijo Jordan—. No quería decírtelo. Pero supongo que si Ari se entera de algo, te lo va a largar. Pensé que sería mejor que lo supieras.
Él se había mantenido sereno, hasta que se puso en pie, diciendo que tenía que volver a la oficina. Entonces Jordan lo abrazó y lo besó, y Justin se derrumbó. Pero era sólo la reacción de un muchacho normal al que acabaran de decir que su hermano tal vez estaba muerto.
O en manos de Ari.
Se había secado los ojos, había dominado su expresión. Volvió por el control de seguridad hacia el ala de Ari, más allá de los líos permanentes del personal de Jane Strassen, gente que trataba de poner un embarque en el avión que iba por suministros, porque Jane era tan ahorrativa que se negaba a moverse si el avión no estaba lleno hasta los topes.
Ahora estaba sentado frente al problema, descompuesto y con un odio profundo hacia Ari; la odiaba, la odiaba más de lo que nunca había pensado que podría odiar a nadie, incluso cuando no sabía dónde estaba Grant o si él mismo lo había matado al enviarlo en aquel bote.