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Pasó un avión. Grant lo oyó por encima del ruido continuado de su propio motor y las manos se le llena ron de sudor en el timón mientras avanzaba por el centro del río, su velocidad media acelerada por la corriente. No llevaba las luces encendidas, ni siquiera la pequeña luz de los mapas sobre el tablero, porque temía que lo descubrieran. No se atrevía a aumentar la velocidad del motor porque tenía miedo de ensanchar el rulo ancho y blanco de la estela y de que eso lo hiciera visible a los ojos de sus perseguidores.

El avión pasó y se perdió en la oscuridad, a lo lejos.

Pero al cabo de un rato, volvió trazando un círculo; Grant lo vio venir por el río a sus espaldas, con una luz de búsqueda jugando sobre las aguas negras.

Puso la válvula de estrangulación al máximo y sintió cómo el suave movimiento del bote se convertía en una vibración creciente de oleaje. A la mierda con la estela y con los restos flotantes que habían hundido muchos botes sobre el Novaya Volga.

Si habían enviado botes desde Moreyville o desde el otro extremo de Reseune y si alguien en esos botes llevaba un revólver, los disparos atravesarían la cabina, romperían el bote fatalmente aun si no le herían a él o atravesarían el casco y golpearían los tanques de combustible, pero tal vez sólo querrían agujerear el bote y aminorar su marcha con el agua de los compartimentos estancos. Si tenían elección, lo querrían vivo, estaba seguro.

El no quería perjudicar a Justin, ésa era su primera determinación: que no pudieran utilizarlo contra Justin ni contra Jordan. Y después de eso, hasta un azi tenía derecho a mostrarse egoísta.

El avión rugió justo sobre su cabeza y las cubiertas se llenaron de luz, de brillo cegador a través de las ventanillas de la cabina. El rayo duró un instante y lo dejó medio ciego en la brusca oscuridad. Vio que los árboles del otro lado del río se iluminaban, el gris pálido del follaje nativo contra la noche.

De pronto, la proa giró bruscamente a estribor y la visión llena de luz de la orilla apareció sobre la proa, más allá del rayo. En un momento de terror, Grant pensó que tal vez la hélice se había trabado, pero luego comprendió que había entrado en la corriente, la entrada del Kennicut en el Volga.

Soltó el timón, ciego todavía excepto por la visión pasajera de la orilla boscosa del otro lado. Podía dirigirse hacia tierra. No se atrevió a encender las luces.

Luego vio la sombra de los acantilados de la orilla, árboles altos y negros contra el cielo de la noche a ambos lados de un espacio abierto de agua iluminada por las estrellas.

Se acercó a la orilla, el bote tembló y se detuvo bruscamente al chocar la quilla con un banco de arena y el golpe lo arrojó con violencia cuando perdía el control.

Se aferró al tablero, vio una pared negra frente a él y viró el bote al máximo.

Algo golpeó contra la proa y raspó hacia babor. Un resto flotante. Un banco de arena y un tronco tal vez. Lo oyó pasar, vio el agua clara frente a él y suplicó a Dios que el río donde se encontraba después del incidente fuera el Kennicutt y no el Volga. No lo sabía. Parecían idénticos, sólo agua negra que lo miraba con los ojos de las estrellas.

Se arriesgó a encender la luz de mapas un instante pera echar un vistazo a la brújula. Se dirigía al noreste. El Volga podía tomar esta dirección, pero pensaba que debía de ser el Kennicutt. El avión no había vuelto. Tal vez los había confundido la maniobra y por suerte él no estaba navegando con el Localizador en funcionamiento. Así tenía suficiente poder para conseguir que la estación Cyteen lo persiguiera y el rayo de ese avión podría guiar con bastante exactitud a los satélites de vigilancia geosincrónicos. Pero, por lo que sabía, los Localizadores no tenían capacidad de disparo, y esperaba poder ser más rápido que cualquier misión desde Moreyville o más abajo que el Volga.

Las primeras luces después del cruce, había dicho Justin. Dos, tal vez tres horas sobre un río que no tenía otra colonia en sus orillas. La estación de los Kruger era un puesto minero, casi totalmente automático, en el que todos se relacionaban con todos; los azi que llevaban allí conseguían antes de un año sus documentos de CIUD además de una parte de las acciones de las Minas Kruger, y una asignación que era un sueño, el tipo de lugar que los azi se murmuraban unos a otros que existía si uno era muy, muy bueno...

Y si se tenía el Contrato disponible, claro.

Nada de eso existía para un azi de diecisiete años con una X en el número, y el sentido político que podía llegar a tener un muchacho que vivía en Reseune y en la Casa le indicaba que lo que había hecho Justin para salvarlo era una locura desde cualquier punto de vista.

Le indicaba que los Kruger tal vez habrían dado la bienvenida a un Warrick y a un azi bajo un Contrato de Warrick, pero que había buenas razones para que no quisieran al azi solo.

Ya vería.

Cuanto más tiempo lo pensaba, más comprendía que él mismo representaba un peligro, excepto por lo que pudiera saber sobre Reseune, Ari y el asunto Warrick; la gente tal vez insistiría en que lo contara y él no tenía instrucciones al respecto. Era un Alfa, pero era joven y era azi, y todo lo que había aprendido le confirmaba que sus respuestas eran condicionadas, su conocimiento limitado, sus razonamientos potencialmente erróneos. (Nunca te preocupes por tus cintas, le había dicho Jordan con amabilidad. Si alguna vez te parece que estás en problemas, ven a verme y dime lo que crees y lo que sientes, y yo encontraré la respuesta por ti. Recuerda que tengo tus planos. Todo está bien.)

En aquella época Grant tenía siete años. Había llorado en brazos de Jordan, lo cual le había avergonzado, pero Jordan le había acariciado la espalda y lo había abrazado como hacía con Justin, lo había llamado su otro hijo y le había asegurado que hasta los hombres nacidos por medios naturales cometían errores y se sentían confundidos.

Eso lo había consolado y aturdido: saber que los hombres habían evolucionado en la Tierra por ensayo y error, y que cuando Ari había decidido que él debía existir, hizo lo mismo. Ensayo y error. Y éste era el significado de la X para un niño de siete años.

Entonces no comprendió que su auténtico significado era que Jordan no podía concederle lo que le prometía y que su vida pertenecía a Reseune y no a Jordan. Se había aferrado a ese «mi otro hijo» como al aire y a la luz del sol, un nuevo horizonte de existencia.

Luego, había ido creciendo, y cuando él y Justin tenían doce años y Justin descubrió a las chicas, Grant comprendió que el sexo cambiaba las cosas en gran medida.

—¿Por qué? —le había preguntado a Jordan y éste le había acompañado hasta la cocina, apoyándole el brazo sobre los hombros, mientras le explicaba que un Alfa siempre estaba mutando las instrucciones que le proporcionaban las cintas, que un Alfa era muy brillante, y que su cuerpo estaba cambiando y desarrollándose, y que debería ir a ver a los azi que se especializaban en eso.

—¿Y si dejo a alguien embarazada? —le había preguntado él.

—No lo harás —había dicho Jordan. Entonces no se atrevió a preguntar por qué, aunque después se había arrepentido—. Simplemente no puedes ir y cortejar a cualquier miembro de la Casa. No tienen permiso.

El se había enfurecido. Y pensaba que había algo irónico en el asunto.

—¿Y eso es porque soy un Alfa? Quieres decir que cualquiera que vaya a la cama conmigo...

—Debe tener permiso. No se consigue el permiso a tu edad. O sea que debes descartar a las chicas de tu edad. Y no quiero que duermas con la vieja tía Mari, ¿de acuerdo?

Este comentario le había parecido casi gracioso. En aquella época, Mari Warrick estaba decrépita, al final de la rejuv.

Luego le pareció menos gracioso. Resultaba difícil permanecer frío con una chica Carnath que le ponía las manos donde no debía y se reía en su oído y decir, como se suponía que era su obligación:

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