—¡A la mierda con eso! No puedes.
—Puedo sobrevivir a las pruebas, pero Ari no puede recortar mi Contrato, de ninguna forma. No hay un código para hacerlo. Sé que no lo hay, conozco mis estructuras, Justin. Olvidemos esto, subamos la colina y pensemos en otra forma de solucionarlo. Si las cosas se ponen feas, siempre nos quedará esta opción.
—Cállate y escucha. Recuerda cómo organizamos esto: las primeras luces que veas a tu derecha todavía son Reseune; es la estación número diez de precipitados. Las luces a la izquierda unos dos klicks más adelante son Moreyville. Si avanzas totalmente a oscuras puedes llegar antes de que Ari se entere y es una noche muy clara. Recuerda, quédate en el centro del canal, es la única forma de no tropezar con las barras. Y por Dios, ten cuidado con los troncos sumergidos. La corriente viene de la izquierda cuando llegas al Kennicutt. Dobla en esa corriente y las primeras luces que veas después de dos o tres horas serán de los Kruger. Les dices quién eres y les das esto. —Encendió una linterna de luz suave para leer mapas y escribió un número en el papel que había sobre el tablero. Debajo del número escribió: MERILD—. Diles que llamen a Merild, no importa la hora que sea. Cuando llegue Merild dile... dile que Ari está chantajeando a Jordan a través de mí, maldita sea, y eso es todo lo que necesita saber. Dile que no podré ir hasta que mi padre quede libre, pero que tenía que sacarte de aquí, tú eres un rehén demasiado valioso para presionar a Jordan. ¿Entiendes?
—Sí —dijo Grant con voz desmayada, como un azi.
—Los Kruger no te traicionarán. Diles que les doy permiso para que hundan el bote si es necesario. Es de Emory. Merild se ocupará de todo lo demás.
—Ari llamará a la policía.
—Está bien. Que lo haga. No trates de pasar el Kennicutt. Si tienes que hacerlo, el próximo lugar por el Volga es Avery, y eso te llevará toda la noche o más; ella podría interceptarte. Además, estarías dentro del sistema legal de Cyteen y la policía, y ya sabes lo que eso puede representar. Tienes que detenerte en Kruger. —Justin miró el rostro de Grant en el brillo apagado de la luz de mapas y de pronto se dio cuenta de que tal vez no volvería a verlo—. Ten cuidado. Por Dios, ten cuidado.
—Justin. —Grant lo abrazó con fuerza—. Ten cuidado tú también. Por favor.
—Empujaré el bote. Vete. Deja las velas abajo.
—El otro bote... —dijo Grant.
—Yo me ocuparé de eso. ¡Vete!
Justin se dio la vuelta y salió por la puerta, saltó al muelle y luego a la grava llena de ruidos. Soltó las amarras, las arrojó sobre el bote, empujó la quilla con el pie y con las manos hasta que el bote flotó, libre, rozando las gomas que protegían el muelle. Luego viró, inerte y oscuro, y tomó la corriente que lo alejó de los muelles, siguiendo el ritmo del río hasta que viró de nuevo.
Justin abrió el segundo bote y sacó la tapa del motor.
El arranque era electrónico. Sacó el panel de control hecho en tecnología de estado sólido, le quitó la cubierta, cerró el gancho detrás de él y arrojó el panel al agua antes de saltar entre el bote y la reja metálica del muelle.
En ese momento, oyó la tos distante, sorda, del motor del bote de Grant.
Sólida, alejándose.
Abandonó el muelle y el refugio, cerró la puerta y corrió. Era peligroso estar junto al río, en la oscuridad, peligroso en un lugar tan poco controlado donde algo nativo podría haberse adentrado en Reseune, hiedras en las zanjas, seres que volaran por el aire, cualquier cosa. Trató de no pensar en ello. Corrió, tomó el camino de nuevo y anduvo mientras sentía una punzada en el costado. Esperaba conmoción. Esperaba que alguien del turno de noche en el aeropuerto hubiera descubierto el bote u oído el ruido del motor. Pero el trabajo en los hangares era muy ruidoso. Tal vez alguien tenía una grúa eléctrica en marcha. Tal vez pensaron que era un bote de Moreyville o del alto Volga con el motor un poco estropeado. Y las luces brillantes los cegaban.
Hasta ese momento, la suerte les había acompañado.
Se sentó un rato en los escalones; le castañeteaban los dientes mientras trataba de pensar y daba tiempo al bote para que adelantara un poco su camino. Pero si permanecía ahí toda la noche, comprenderían sin duda que era su cómplice.
Si él les daba alguna pista....
Todo caería sobre los hombros de Jordan.
Así que no podía hacer absolutamente nada excepto usar su llave y activar las alarmas silenciosas, que para entonces debían estar conectadas.
Seguridad fue a su encuentro en el vestíbulo de las cocinas.
—Ser —dijo el azi que estaba a cargo—, ¿de dónde viene usted?
—Tenía ganas de pasear —respondió—. Eso es todo. Bebí demasiado y quería tomar el fresco.
El azi llamó a la oficina de Seguridad; Justin esperó, y observó la cara del hombre, para ver cómo cambiaba cuando le dieran una orden. Pero el azi simplemente asintió.
—Buenas noches, ser.
El se alejó, las rodillas flojas, subió por el ascensor y luego caminó por el pasillo solitario hasta su apartamento.
Las luces se encendieron.
— Ninguna entrada desde la última vez que se usó esta llave—cantó la dulce voz del Cuidador.
Justin fue a la habitación de Grant. Recogió las cosas y volvió a colocarlas en el armario y en los cajones. Encontró objetos extraños y pequeños entre las posesiones de Grant: un recuerdo que Jordan había traído de unas vacaciones en Novgorod; un pedazo curioso y barato de material del espacio del carguero Kittyhawkque Jordan había comprado en el aeropuerto de Novgorod para Grant, a quien se le había negado el permiso para hacer el viaje; una foto de los dos, de hacía cuatro años, Grant, la piel pálida, flaco y totalmente pelirrojo, y Justin con aquel estúpido sombrero que entonces le había parecido de persona mayor, cavando en el jardín con el azi; otra foto de los dos a los diez años, de pie sobre el cerco del ganado vivo, descalzos, los dedos gordos enroscados como los de las palomas sobre el alambre, los brazos debajo del mentón, los dos sonriendo como tontos.
Dios. Era como si le hubieran cortado un miembro y el dolor, el horror, la angustia, sin llegar al cerebro todavía, le hubieran golpeado las entrañas, y eso le indicaba que se sentiría mucho peor después.
Ahora lo llamaría Ari, no le cabía ninguna duda.
Volvió a la sala, se sentó sobre el sillón, se abrazó a sí mismo y miró las formas de la madera de la mesa, cualquier cosa menos cerrar los ojos y recordar el bote y el río.
O pensar en Ari.
¿Sólo Grant?,preguntaría Merild cuando recibiera el mensaje telefónico. Merild se preocuparía. Merild tal vez llamaría a Reseune, e intentaría hablar con Jordan; Justin no podía permitirlo: trató de pensar lo que diría, cómo lo encubriría. Grant tal vez contaría a Merild lo suficiente para hacer que éste empezara a pensar en un rescate; pero, por Dios, si el asunto de Ari con él llegaba a oídos de Jordan, ya fuera a través de Grant, de Merild o de Ari misma, y si Jordan estallaba...
No. Jordan era demasiado astuto para hacer algo sin pensarlo muy bien.
Pasó el tiempo. El aire del departamento parecía tan frío como el del exterior; Justin quería ir a acostarse y taparse con las mantas, pero le pidió más calor al Cuidador y se quedó en la sala, luchando por mantenerse despierto, con miedo de pasar por alto una llamada.
Nadie llamó.
Muchos botecitos salían de un puerto y nunca llegaban a otro, eso era todo. Les pasaba incluso a los pilotos más experimentados.
Pensó en cada uno de los pasos que había seguido, en cada elección que había hecho, una y otra vez. Pensó en llamar a Jordan y contárselo todo.
No, se dijo. No. Él mismo lo arreglaría con Ari. Jordan necesitaba ayuda, y el plan funcionaría sólo si Jordan continuaba ignorándolo.
IV