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—Lo lamento, sera, no puedo.

Mientras Justin, el pobre Justin, conseguía sólo risitas y evasivas, porque él era de la Familia; y el azi de Justin era un juego divertido, o lo habría sido de haber sido un Beta.

—¿Préstamelo, quieres? —le había dicho sin ambages Julia Carnath a Justin en presencia de Grant, cuando éste sabía muy bien que Justin estaba cortejando a Julia para sí mismo. Grant había deseado que se lo tragara la tierra. Pero sólo se había puesto pálido y tenso, y todavía más cuando Justin lo miró después y le contó que Julia lo había rechazado.

—Tú eres más atractivo —se había quejado Justin—. Ari te hizo perfecto, maldita sea. ¿Qué posibilidades puedo tener yo?

—Yo preferiría ser tú —había contestado él con voz débil mientras se daba cuenta por primera vez de que lo que decía era cierto. Y había llorado, por segunda vez en su vida, según recordaba, lloró aunque no sabía la razón excepto que Justin le había tocado un nervio sensible. O una estructura de cinta.

Porque él estaba hecho de las dos cosas.

Nunca se había sentido seguro después de este incidente, hasta que Jordan le había dejado ver las estructuras de sus propias cintas cuando cumplió dieciséis años y empezaba sus estudios avanzados en diseño. Había comprendido lo bastante sobre las estructuras de cinta sin ayuda y Jordan había abierto el libro y le había dejado ver de qué estaba hecho; y él no había descubierto ninguna línea indicativa de que podía tener miedo del sexo.

Pero los Alfas mutaban su condición constantemente. Era una prueba de equilibrismo sobre un abismo de caos. Nada podía dominar a nada. Equilibrio en todo, el mundo se transformaba en caos.

Disfunción.

Un azi que se convirtiera en su propio consejero se estaba buscando problemas. Un azi era algo tan terriblemente frágil. Y mostraba una gran tendencia a meterse en situaciones que no podía dominar, en juegos mayores de los que nadie se hubiera molestado en enseñarle.

¡Maldición, Justin!

Se enjugó los ojos con la mano izquierda y manejó el timón con la derecha, tratando de fijarse bien en la dirección que estaba tomando. Estaba actuando como un tonto, se dijo a sí mismo.

Como un hombre. Como si yo fuera uno de ellos.

Se supone que soy más inteligente. Se supone que soy un genio, maldita sea. Pero las cintas no funcionan así y no soy lo que ellos pretendían que fuera.

Tal vez no uso lo que tengo en mí mismo.

¿Por qué no hablé con más firmeza? ¿Por qué no arrastré a Justin a ver a su padre aunque tuviera que pegarle para hacerlo?

Porque soy un azi, por eso. Porque me falta determinación cuando alguien actúa como si supiera lo que está haciendo y dejo de usar la cabeza, por eso. ¡Mierda, mierda, mierda! Debería haberlo detenido, debería haberlo arrastrado a bordo conmigo, debería habérmelo llevado con los Kruger y ponerlo a salvo, y entonces él habría podido protegernos a los dos; y Jordan estaría libre para actuar. ¿En qué estaba pensando Justin?

¿En algo que no alcancé a comprender?

Maldita sea, éste es el problema, no tengo confianza, siempre quiero estar seguro antes de hacer algo y me quedo bloqueado, sólo obedezco órdenes, porque esas cintas me clavan sus garras. Nunca me dijeron que dudara, sólo me obligan a ello, eso es todo, porque las cintas están seguras, están tan seguras, mierda, y nada es así en el mundo real.

Y por eso nunca nos decidimos. Conocemos algo que nunca duda y los hombres no lo conocen.Y éste es nuestro problema.

El bote golpeó con algo que hizo saltar la cubierta y Grant soltó el timón primero y después corrigió la ruta, con furia, cubierto de sudor.

Tonto, tonto, tonto. De pronto comprendió el sentido y casi olvidó el bote, que es el tipo de reacción que tienen los hombres, diría Justin, todos; y así estaban las cosas, una segunda verdad universal en sesenta segundos. Su mente trabajaba bien o estaba tan asustado que funcionaba más rápido de lo normal, porque de pronto se le ofreció la imagen de lo que era ser un hombre, y ser un tonto además de entenderlo todo; uno tenía que tragarse las dudas y jugarse el todo por el todo, como le había dicho Jordan tantas veces. Las dudas no son cinta. Son la vida, hijo. El universo no se va a derrumbar si tú te equivocas. Ni siquiera se derrumba si te rompes el cuello. El único que desaparece es tu propio universo privado. ¿Entiendes?

Creo que sí, había respondido él. Pero era mentira. Hasta ese momento, hasta que no lo tuvo ante los ojos. Soy libre,pensó. Aquí, entre este lugar y las minas Kruger soy libre, estoy solo por primera vez en mi vida.Y luego pensó: No estoy seguro de que me guste.

Tonto. Despierta. Presta atención. Ay, Dios mío, ¿está volviendo el avión?

Una luz apareció de pronto tras él.

Un bote. Dios, Dios, es un bote.

Hizo girar la válvula de estrangulamiento. El bote levantó la proa y rugió por el Kennicutt. Él encendió las luces. Brillaron sobre el agua negra, sobre un agua llena de corrientes; las orillas estaban más cercanas que en el Volga, riberas inundadas por las formas alargadas de los espíritus llorones, árboles que tendían a romperse con la edad y la podredumbre, árboles que arrojaban enormes pedazos de madera muerta al río y que se convertían en peligros más terribles que las rocas para la navegación, porque flotaban y se movían continuamente.

Las luces eran mejor que navegar a ciegas, se dijo.

Pero tal vez habría armas a sus espaldas. Tal vez un bote más veloz que el suyo. Le hubiera sorprendido saber que Moreyville disponía de algo así, le hubiera sorprendido mucho, pensó, con un nudo frío de miedo en el estómago mientras miraba la luz que parpadeaba en un meandro del río y que luego reaparecía por su espejo retrovisor.

Un bote de la estación diez, tal vez; tal vez ese sector de Reseune tenía botes. No lo sabía.

Miró hacia delante. Hacia el centro del canal, tal como le había indicado Justin. El al menos había conducido en alguna ocasión el bote ida y vuelta hasta Moreyville, y luego a la estación diez; y había hablado con los habitantes de Moreyville, que habían recorrido todo el río hasta Novgorod.

Justin le había hablado de eso, y entonces Grant recordó la parte de Novgorod, porque eso era lo que le llamaba la atención. El y Justin, hablando sobre llevar un bote a lo lejos un día, con sólo ponerlo sobre la corriente, río abajo.

Timoneó con furia alrededor de un tronco que flotaba con una rama en alto.

Todo un árbol, ése. Vio la masa de podredumbre que seguía como una pared de arbustos enredados junto al bote y volvió a girar, desesperado.

Dios, si uno de esos se acercara flotando de costado y la proa se enganchara...

Siguió adelante.

Y la luz siguió detrás de él hasta que vio las otras luces, esas que le había prometido Justin, brillando a la derecha, sobre la oscuridad... Emboscada, pensó un instante después de haberlas visto, porque ahora todo era una trampa, todo era un truco del enemigo.

Pero estaban demasiado arriba, eran demasiadas: luces que brillaban detrás de la pantalla de espíritus llorones y árboles de papel, luces que quedaban demasiado alejadas para estar en el río, luces rojas sobre las colinas, como aviso para los aviones de los obstáculos de las torres de los precipicios.

Luego se le aflojaron las rodillas y le empezaron a temblar los brazos. La luz que estaba detrás había desaparecido cuando volvió a mirar; y por primera vez pensó en ponerse la nota de Justin en el bolsillo y tomar el papel que había debajo en caso de que alguien devolviera el bote a Reseune.

Miró alrededor, buscando un muelle, y se asustó cuando la luz le mostró una pared baja y oxidada sobre la orilla, y otra, más adelante.

Barcazas, pensó de pronto. Kruger era un establecimiento minero. Había barcazas, aunque no tan grandes como las que venían del norte; pero todo el lugar era un puerto y había un embarcadero para los botes pequeños, una escalera que llevaba de un muelle bajo hacia uno alto, lo cual significaba que ya no estaba en zona deshabitada y podía hablar por radio. Pero no lo hizo. No creía que fuera prudente usar la radio, porque Justin no le había dicho nada al respecto, y de todos modos no estaba seguro de saber cómo funcionaba. Así que se limitó a hacer sonar la bocina, una y otra vez, hasta que alguien encendió las luces del puerto y la gente se acercó a ver lo que les había llegado por el río.

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