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2) El teniente P., del Departamento Militar Político.

3) El Gefreiter H., del Servicio Político de Seguridad Militar.

Los testigos no comparecerán ante el tribunal. Sus testimonios están incluidos en este acta, bajo la rúbrica «secreto de Estado». Estos testimonios serán destruidos inmediatamente después del juicio, de acuerdo con el artículo 14 de la «Ley sobre la Seguridad del Estado».

Todo el caso será considerado GEKADOS y enviado al RSHA, Prinz Albrecht Strasse, 8, Berlín.

Sumario realizado por el SD Standartenführer Kriminalrat Paul Bielert.

F. WEIERSBERG,

Auditor del Cuerpo

General de Caballería

SS Gruppenführer

Procurador General

El teniente Ohlsen miró hacia la ventana gris y entejada. Aquel acta de acusación debía de ser una broma. Sólo la Gestapo era capaz de una cosa semejante. En Torgau, ocurría a menudo que se llevaran a diez prisioneros para ser ejecutados. Después de ocho ejecuciones, se indultaba a los dos últimos. La psicosis de terror que habían experimentado durante la ejecución de sus ocho compañeros les predisponía a colaborar con la Gestapo. Toda la Gestapo se basaba en millares de confidentes, en personas de apariencia inofensiva, pero extremadamente peligrosas a causa de la situación en que las habían colocado la Gestapo.

El teniente Ohlsen lo sabía muy bien. Pero lo que ignoraba es que el mismo día, una carta de la Kommandantur de la Wehrmacht de Hamburgo había sido enviada a la Kommandantur de la plaza de Altona:

Wehrmachtkommandantur Hamburgo

Jurisdicción del Komando de Altona

X.AK 76.° Reg. Inf.

GEKADOS URGENTE

Orden transmitida por el auditor del 10° Cuerpo, zona de defensa 9.

Esta nota ha de ser destruida inmediatamente después de su lectura por dos oficiales. Se acusará recibo verbalmente por teléfono al auditor del Cuerpo.

Ref.: Ejecución a consecuencia de sentencia de muerte.

El Tribunal especial presidido por el general en jefe de la zona de defensa 9 pronunciará, probablemente mañana, la sentencia de muerte de cuatro soldados:

Oberleutnant de Infantería Karl Heinz Berger, del 12° Regimiento de Granaderos.

Teniente de Tanques, Bernt Viktor Ohlsen, del 27.° Regimiento Blindado.

Oberfeldwebel Franz Gernerstadt, del 19° Regimiento de Artillería.

Gefreiter Paul Baum, del 3.er Regimiento de Cazadores Alpinos.

Dos de los soldados arriba mencionados serán condenados a muerte por fusilamiento. El 76.° Regimiento de Infantería e Instrucción debe cuidar de la constitución de dos pelotones de ejecución, bajo el mando de un oficial. Los dos pelotones de ejecución deben estar formados por dos Feldwebel y doce hombres. Además, en cada pelotón figurarán dos hombres que tendrán la misión de atar a los condenados al poste de ejecución.

El médico de reserva de la enfermería de reserva 19, doctor W. Edgar, asistirá personalmente a las ejecuciones.

Los otros dos acusados serán condenados a la decapitación. El regimiento cuidará de llamar al verdugo Röttger, de Berlín. El alojamiento del verdugo y de sus dos ayudantes irá a cargo del Regimiento. La decapitación tendrá lugar en el patio B de la cárcel de la guarnición.

El capellán Blom puede asistir a las ejecuciones, si así lo desean los condenados.

Se requisarán cuatro ataúdes en el 76.° Regimiento de Infantería.

Los certificados de defunción serán firmados por el médico en jefe, inmediatamente después de las ejecuciones, y entregados por un ordenanza a la Administración del cementerio. Se enterrará a los cadáveres en el cementerio especial, departamento 12/31.

A. ZIMMERMANN

Oberstleutnant .

A sangre fría se habían previsto todos los requisitos para la ejecución y entierro de cuatro hombres, incluso antes que se viera el juicio y se pronunciara la sentencia.

El humanitarismo era algo desconocido en el Tercer Reich. Todo se basaba en instrucciones y reglamentos. La menor infracción de una ley provocaba una condena, sin la menor consideración hacia el ser humano. Las palabras «circunstancias atenuantes» no existían.

La sala 7 del edificio del Consejo de Guerra estaba llena a rebosar. El espacio reservado al público se hallaba ocupado totalmente por soldados. No habían acudido por su propia voluntad, sino obedeciendo órdenes. El espectáculo de aquellos procesos militares debía ser aleccionador.

En aquel momento, un Gefreiter de cazadores alpinos, pálido y tímido, esperaba la sentencia. El Tribunal se había retirado a deliberar.

El fiscal ordenaba sus papeles. Se preparaba para el caso siguiente. El Gefreiter de Cazadores alpinos ya no le interesaba.

El defensor jugaba con su lápiz, un lápiz amarillo. Pensaba en Elizabeth Peters; había prometido hacerle para cenar lomo de cerdo y col frita. Al defensor le encantaba la col frita. Desde luego, también le encantaba Elizabeth, pero una cena sin col no era una verdadera cena.

La secretaria contemplaba al Gefreiter de Cazadores alpinos y pensaba: «Un campesino triste, con granos y barros. Nunca podría acostarme con él.»

El joven cazador alpino tenía la mirada fija en el suelo. Se retorcía los dedos. Empezó a contar la tablas de madera que tenía bajo los pies: condenado a muerte, no condenado. Llegó hasta «condenado a muerte»; pero, entonces, palpó otras tres tablas debajo del banco, lo que, representaba «no condenado». Miró subrepticiamente hacia la puerta blanca que había en el rincón. De allí saldrían los tres orondos jueces y su destino quedaría decidido, sin tener en cuenta lo que indicaban las tablas.

La vista del caso contra el soldado de dieciocho años sólo había durado diez minutos. El presidente del Tribunal había hecho algunas preguntas. El acusador había hablado la mayor parte del tiempo. El defensor se había mostrado menos locuaz. Se había limitado a decir:

– Solicito la indulgencia del tribunal, pese a comprender la difícil situación en que se encuentra mi defendido. Hay que mantener la disciplina, prescindiendo de los sentimientos humanitarios.

La historia del joven cazador alpino era clara, por lo menos, desde el punto de vista de la jurisdicción militar.

El joven soldado, intranquilo, no podía permanecer quieto Tenía miedo.

El Oberfeldwebel con cara de perro dogo que estaba a su lado, le lanzó una mirada reprobadora. El muchacho se retorció las manos y experimentó un deseo irresistible de gritar, de berrear como un ciervo furioso, en una noche de octubre junto a la pared húmeda del bosque. ¿Por qué no podían ponerse de acuerdo los tres jefes tras la puerta blanca? Pero, si no estaban de acuerdo, existía una probabilidad. Por eso eran tres. Para que todo fuese justo y equitativo.

Pero en la sala 7 nadie podía adivinar lo que hacían los tres hombres de las hombreras trenzadas en la pequeña habitación, y, sin embargo, sus actos eran completamente normales. Humanos y comprensibles. Sencillamente, saboreaban el kirsh del Oberkriegsgerichtsrat Jeckstadt.

El Kriegsgerichtsrat Burgholz levantó su vaso y empezó a discursear sobre el vino.

Después de apurar dos o tres vasos, decidieron volver a la sala 7. Evidentemente, el caso en sí mismo no representaba nada. Media página en el diario de la audiencia. Un sello. Varias firmas. Nada más.

La puerta blanca se abrió.

El joven se puso pálido. Los espectadores se levantaron rápidamente, sin necesidad de que se lo ordenaran, y permanecieron firmes.

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