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Peter murió seis meses después que mi padre, aunque era unos ocho mayor. La señora Berry me telefoneó a Madrid, fue muy sucinta, pertenecía a la generación ahorrativa y quizá tuvo muy presente que estaba llamando al extranjero. O tal vez era su estilo, de extremada discreción. 'Sir Peter passed away last night, Jack' me dijo con el eufemismo de rigor. 'Anoche falleció Sir Peter, Jack', eso fue todo. O bueno, añadió: 'Sólo quería que lo supiera. No me parecía justo' — 'fair'fue el adjetivo— 'que lo creyera vivo cuando ya no lo está'. Y cuando intenté averiguar cómo había sucedido y la causa, se limitó a contestarme 'Nada inesperado. Yo llevaba esperándolo ya semanas', y a anunciar que me escribiría más adelante. Ni siquiera pude preguntarle para quién habría sido 'unfair', si para Peter o para mí. (Pero seguramente era para los dos.) Unos días más tarde recordé que en Inglaterra se tarda mucho en sepultar a los muertos, en comparación con España, y que tal vez estaba a tiempo de viajar hasta Oxford para asistir al entierro. Así que la llamé varias veces y a diferentes horas, pero nadie respondió el teléfono. Acaso la señora Berry se había trasladado con algún familiar, había abandonado la casa nada más morir su patrón, y caí en la cuenta de que ya no podía dirigirme a casi nadie más en busca de información. A Tupra, pero no lo hice: aquella no era exactamente una situación de dificultad, ni de desconcierto, de apuro ni de peligro, y tampoco él se había dignado comunicarme por su cuenta la defunción. Me asaltó la sensación —o fue una superstición— de no querer gastar inútilmente un cartucho, como si con él los tuviese contados a lo largo de nuestras respectivas vidas. Tampoco la joven Pérez Nuix se molestó en avisarme: aunque no hubiera conocido a Peter personalmente, estaría enterada. Podía llamar a alguno de mis antiguos colegas, a Kavanagh o a Dewar o a la Frasca Lord Rymer o incluso a Clare Bayes —qué idea—, pero hacía demasiado tiempo que había perdido el contacto con todos ellos. Podía intentarlo con Queen's o Exeter, los collegesa los que Peter había estado ligado, pero era casi seguro que su burocracia me llevaría infructuosamente de delegación en delegación. Reconozco que me dio pereza, el recuerdo y la pena no tienen por qué hacerse presentes en las ocasiones sociales. Estaba muy atareado en Madrid. Habría tenido que desempolvar mi birrete y mi toga. Lo dejé estar.

La carta de la señora Berry tardó en llegar más de dos meses. Se disculpaba por el retraso, había tenido que ocuparse de casi todo, hasta del Memorial Serviceo especie de funeral que se acababa de celebrar, allí suelen hacerse bastante tiempo después de la muerte. Tenía la amabilidad de enviarme un recordatorio del oficio fúnebre, con el programa de himnos y lecturas. Aunque Wheeler no era religioso, había preferido acogerse a los ritos de la Iglesia Anglicana, ya que, me explicaba la señora Berry, 'él detestaba las ceremonias improvisadas, esas parodias laicas que hoy tanto abundan'. El oficio había tenido lugar en la University Church of St Mary the Virgin, de Oxford, yo la recordaba bien, allí había predicado el Cardenal Newman antes de su conversión. Se había tocado a Bach, a Gilles y el sosegado e irónico Carillon des mortsde Michel Corrette; se habían cantado himnos; se habían leído unos pasajes del Eclesiástico ('... él conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas; indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias enigmáticas... viaja por países extranjeros, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres... Muchos alabarán su inteligencia, que nunca caerá en el olvido; su recuerdo no se borrará jamás y su nombre vivirá para siempre... Si vive largo tiempo, tendrá más renombre que otros mil; si entra en el reposo, eso le bastará'), así como el Prólogo de La Celestinaen la traducción de James Mabbe de 1605 y un fragmento de una novela de un autor contemporáneo por el que sentía debilidad; y habían hecho su elogio algunos de sus antiguos colegas de la Universidad, entre ellos Dewar el Inquisidor o el Martillo o el Matarife, que había estado especialmente acertado y conmovedor. Todo según las muy precisas indicaciones que había dejado por escrito el propio Wheeler.

También me incluía la señora Berry una foto en color de Peter ('Creo que le gustará conservarla', me decía), de unos cuantos años atrás. Ahora la tengo enmarcada en mi estudio y la miro a menudo, para que el paso del tiempo no empiece a difuminarme su rostro y alguien se lo vea aún. Ahí está, con la toga de Doctor of Letters. 'Es paño escarlata con ribetes o vueltas de seda gris, lo mismo que las mangas', me ilustraba la señora Berry. 'La de Sir Peter había pertenecido al Doctor Dacre Balsdon, y el gris había perdido parcialmente su color, hasta parecer un azulado sucio o un rosa grisáceo: probablemente había estado expuesta a la lluvia. Yo saqué la foto el día en que recibió ese título, en Radcliffe Square. Lástima que se quitara el birrete cuadrado para posar.' En realidad utilizaba la intraducibie palabra específica, 'mortar-board'. Bajo la toga Peter lleva el traje oscuro con pajarita blanca que se llama en su conjunto 'subfusc', preceptivo en algunas ceremonias. Y así está él ahora en mi estudio, fijado para siempre en un día lejano, de cuando yo no lo conocía aún. La verdad es que no cambió mucho desde entonces hasta su final. Lo reconozco perfectamente cuando me mira con los ojos un poco guiñados, y se le ve bien la cicatriz en el lado izquierdo del mentón. Me quedé sin preguntarle cómo se la había hecho. Recuerdo que aún dudé si

Veneno Y Sombra Y Adiós - _23.jpg

hacerlo aquel último domingo, tras el almuerzo, cuando ya me disponía a irme hacia la estación para regresar a Londres y él me acompañó hasta la puerta apoyándose más que nunca en su bastón. Le noté entonces las piernas más frágiles que cualquier vez anterior, pero sin duda aún eran capaces de llevarlo por la casa y por el jardín, y aun de subirlo hasta su dormitorio del primer piso. Pero lo vi muy fatigado y no quería hacerle hablar más, así que elegí preguntarle otra cosa, sólo una más, al decirle adiós;

'¿Por qué me ha contado todo esto hoy, Peter? No se crea, me ha interesado muchísimo, me he quedado con ganas de saber mucho más. Pero me resulta extraño que me haya hablado de tantas cosas, tras tantos años de conocernos y de no haberme dicho jamás una palabra sobre ninguna de ellas. Y una vez me dijo, además: "En realidad no debería uno contar nunca nada", ¿se acuerda usted?'

Wheeler me sonrió con una mezcla de melancolía y malicia, ambas fueron muy tenues, casi imperceptibles, juntó las dos manos sobre el bastón y me contestó:

'Así es, Jacobo, uno no debería contar nunca nada... hasta que uno mismo es pasado, hasta su final. El mío avanza ligero y llama ya a la puerta con insistencia. Tienes que ir entendiendo la debilidad, habrá un día en que te alcanzará a ti. Y al llegar ese momento, le toca a uno decidir si algo queda borrado para siempre, como si no hubiera ocurrido ni hubiera tenido cabida en el mundo, o si le da una oportunidad de...'. Dudó un instante, buscó la palabra, no debió de encontrar la justa, se conformó con la aproximación: '... De flotar. De que alguien más pueda investigarlo o contarlo. De que no se pierda enteramente. Entiéndeme: no te estoy pidiendo nada, ni eso ni lo contrario. Ni siquiera estoy convencido de haber obrado bien, es decir, de haber obrado como yo quería. En este último tramo ya no sé cuáles son mis deseos, ni si los tengo. Es extraño, parece inhibirse, sustraerse la voluntad hacia el fin. En cuanto salgas por esta puerta y te alejes, probablemente me arrepentiré. Pero me consta que Mrs Berry, que conoce la mayor parte, jamás dirá una palabra a nadie cuando yo no esté. Contigo no estoy tan seguro, en cambio, y así lo dejo a tu elección. Quizá prefiero que calles, bien puede ser. Pero a la vez me tranquiliza pensar que contigo mi historia aun podría...'. Volvió a buscar otra palabra mejor, pero siguió sin dar con ella: '... Sí, aún podría flotar. Y en verdad no es más que eso, Jacobo: sólo flotar'.

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