Oh sí, en ese día postrero con todos los tiempos juntos, quizá suspendido e inmóvil, resonarían una y otra vez estas frases hasta provocar arcadas en todos los muertos, incluidos los que asesinaron (pero ninguno concibió jamás el resultado de la suma entera, y cuando las cosas acaban tienen su número), y aun en el Juez al que no se miente, que se vería quizá tentado de olvidar su promesa y sus planes y cancelar para siempre la asamblea pestilente eterna: 'Morí en tal lugar y en tal fecha y de tal manera, y tú me mataste o me pusiste en la trayectoria de la bala, la bomba, la granada o la antorcha, de la piedra, la flecha, la espada o la lanza, me mandaste salir al encuentro de la bayoneta, el alfanje, el machete o el hacha, de la navaja, el mazo, el mosquetón o el sable, tú me mataste o tú fuiste la causa. Caiga todo ahora como plomo sobre tu alma, y siente la punzada del alfiler en tu pecho'. Y los acusados responderían siempre: 'Fue necesario, defendía a mi Dios, a mi Rey, mi patria, mi cultura, mi raza; mi bandera, mi leyenda, mi lengua, mi clase, mi espacio; mi honor, a los míos, mi caja fuerte, mi monedero y mis calcetines. Y en resumen, tuve miedo'. (Aquello era también un verso, y me lo repetí más tarde en voz alta, cuando ya estaba acostado: 'And in short, I was afraid'; varias veces, porque aquella noche me lo aplicaba o lo suscribía: 'And in short, I was afraid'.) O bien recurrirían a esto: 'Fue necesario y evité así un mal mayor, o eso creía'. Porque ante ese juez harto y con náuseas no podrían aducir: 'Oh no, yo no quería, yo fui ajeno, ocurrió sin mi voluntad, como en las humaredas tortuosas del sueño, eso fue cosa de mi vida teórica o entre paréntesis, de la que en realidad no cuenta, no pasó más que a medias y sin mi consentimiento pleno: "No ha lugar, aquí no hay causa", diría el juez que viera esto'. No, no podrían aducirlo ante ese juez que ahora iba a verlo, y aun así algunos lo harían: son inconfundibles, yo los conozco en mi tiempo. Son siempre tantos.
Qué reconfortante tenía que ser esta esperanza remota o compensación aplazada o dilatada justicia, esta perspectiva, esta visión, esta idea, para los humanos de la fe firme durante los muchos siglos en que la dieron por cierta y la prefiguraron y acariciaron, como si formara parte del conocimiento común a todos, iletrados y doctos, acaudalados y menesterosos, y más que una promesa o desiderátumfuera casi una presciencia. Qué apaciguadora la idea, sobre todo para los sojuzgados definitivamente, para los que se sabían destinados a sufrir en vida —en su entera vida mansa sin revés ni vuelta— injusticias y abusos y humillaciones impunes, sin reparación posible para sus agravios ni concebible castigo para sus ofensores, más poderosos o más crueles, o sólo más decididos. 'Yo no lo veré aquí', pensarían aquéllos mordiéndose el labio inferior o la lengua hasta hacerse daño, para aflojar entonces la dentellada, 'no en estemundo tan descompensado y terco, no en su orden inerte que no puedo alterar y que me perjudica tanto, no en esa armonía desequilibrada que lo gobierna y que ya cava mi tumba para expulsarme pronto; pero sí en el otro, cuando acabe el tiempo y nos reunamos todos, convidados sin excepción al gran baile de la aflicción y el contento, y me dé a mí la razón y me premie el Juez al que no se miente porque ya está al tanto de lo sucedido, ha viajado por todas partes y lo ha visto y oído todo, hasta lo más nimio e insignificante en el conjunto del mundo o de una sola existencia; lo que hoy me ha ocurrido, esa afrenta odiosa que olvidaré yo mismo si aún vivo unos cuantos años y no se repite, o bien se repite tanto que confundiré las veces y me acostumbraré a ella por mi conveniencia de no verla más como un crimen, no la olvidará ese juez que lo recuerda todo con su abarcador registro o infinito archivo de la historia del tiempo, desde la primera hora hasta el día último.' Qué enorme consuelo para la soledad absoluta creer que éramos vistos y aun espiados en todo instante a lo largo de nuestros escasos y malvados días, con perspicacia y atención sobrehumanas y con la sobrenatural anotación o memoria de cada fastidioso detalle y pensamiento vacuo: así tenía que ser si es que así era, ninguna mente humana habría soportado eso, saberlo y recordarlo todo de cada persona de cada época, saberlo permanentemente sin echar jamás en saco roto un solo dato de nadie, por prescindible que fuera y aunque no sumara ni restara nada: una verdadera condena, una maldición, un tormento o aun el mismísimo celestial infierno, quizá estaría arrepentido de su omnisciencia el juez con tanto acontecimiento, resentido con los demasiados sucesos aburridos, pueriles, idiotas y bien supérfluos, o se habría hecho bebedor para hacerse olvidadizo (copita y adentro, copita y adentro, de vez en cuando), o mejor opiómano (una ocasional pipa tumbado, para vaciarse de conocimientos).
'Hay muchos individuos que sienten su vida como materia de un minucioso relato', le había dicho yo a Tupra al interpretarle a Dick Dearlove, 'andan instalados en ella pendientes de su hipotético o futuro cuento. No se lo plantean mucho, es sólo una manera de vivir las cosas, una manera acompañada, digamos, como si siempre hubiera espectadores o testigos fijos de sus actividades y pasividades, aun de sus pisadas más fútiles y de los momentos muertos. Esa ensoñación narcisista de tantos contemporáneos, llamada a veces "conciencia", tal vez no sea sino un sucedáneo de la antigua idea o vago sentido de la omnipresencia de Dios, que con su ojo vigilaba y estaba atento a cada segundo de la vida de cada uno, era muy halagador en el fondo, y un alivio pese a las contrapartidas, es decir, al elemento implícito de amenaza y castigo y a la aterradora creencia de que nunca era nada ocultable del todo a todos y para siempre; sea como sea, tres o cuatro generaciones de duda o incredulidad dominantes no bastan para que el hombre acepte que su trabajosa y no solicitada existencia transcurre sin que nadie asista ni la contemple ni se asome jamás a ella; sin que nadie la juzgue ni la desapruebe.'
Quizá ni el hombre másateo pueda encajar eso aún fácilmente, sin hacerse racional violencia. Y quizá la repugnancia u horror narrativo que le había mencionado a Tupra —quién sabe si no lo sentimos todos en alguna medida, no sólo los Dearlove del mundo— procedía también de los viejos tiempos de la fe firme, cuando una vida entera de virtudes y de hacer el bien y de cumplir preceptos podía irse al traste por un solo pecado grave cometido a última hora —mortal se llamaba, no se andaba con rodeos el recordatorio—, sin margen para el arrepentimiento ni para ser perdonado, el propósito de enmienda ya apenas creíble por el escaso tiempo restante de quien se lo hiciera, los ancianos debían de recorrer en ascuas sus trechos finales, procurando no caer en tentaciones intempestivas, o lo que es lo mismo, tratando de evitarse cualquier error o borrón narrativo que los marcara en el desenlace y los condenara en el juicio. Parecía un sistema injusto; no sé si divino pero desde luego poco humano, dependiente en exceso de la sucesión o el orden de las palabras, obras, omisiones y pensamientos, no pude dejar de acordarme de una de las razones que mi padre me había dado para no haber intentado nada contra su delator Del Real, ningún ajuste de cuentas o resarcimiento tardío, cuando por fin le habría sido posible buscarlos tras la muerte del tirano, el ahora remoto Franco al que el traidor prestó un servicio temprano que le fue correspondido con prebendas universitarias y con la protección asegurada de sus leyes bárbaras, en lo referente a ese servicio, durante treinta y seis años y medio. Treinta y seis años inmune, de 1939 a 1975 y de aquel mayo a este noviembre: unos cuantos más de los que tuvo Marlowe, el doble de los vividos por mi tío Alfonso... 'Le habría dado una especie de justificación a posteriori, un falso asidero, un motivo anacrónico para su acción', había dicho mi padre al preguntarle yo por su mal amigo. 'Ten en cuenta que en el conjunto de una vida lo cronológico va perdiendo importancia, no se distingue tanto lo que vino antes de lo que vino luego, ni los actos de sus consecuencias, ni las decisiones de lo que desencadenan. Él habría podido pensar que al fin y al cabo yo le había hecho algo, qué más daba cuándo, y haberse ido a la tumba más conforme consigo mismo. Y no fue así, no ha sido así. Yo nunca lo perjudiqué, nunca le hice ni le había hecho nada, ni antes ni después ni desde luego entonces...'