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—Por la Luna. Clarke's Point. ¿Por qué?

—Nosotros pasamos por Tycho. Tienen un telescopio bastante bueno. Acostumbro a ir al observatorio. Pueden verse pequeños grupos de edificios, cuando el tiempo es bueno.

La conversación estaba haciéndose embarazosa. Mencionar la Tierra era ya malo de por sí; hablar del «tiempo» era algo peor. Miré a Matthews. Su aspecto era completamente normal, pero me pareció notar una expresión de alerta detrás de la placidez de su rostro.

—Nunca pienso en ello. —Dije, deliberadamente:

—A veces, la gente resulta divertida —dijo Matthews—. A bordo teníamos un segundo oficial que llevaba con nosotros tres o cuatro años. Se le metió en la cabeza la idea de que la Tierra estaba organizando una flota de combate. Se pasaba el tiempo libre en la pantalla de observación, esperando ver acercarse a los cruceros enemigos.

Me eché a reír.

—¿Qué hicieron con él?

—Le expulsaron. Supongo que a estas horas estará mejor informado.

—Si es que está vivo.

Matthews hizo una breve pausa.

—¿Ha pensado usted alguna vez en los motivos de que expulsemos a la Tierra a los inadaptados?

Le miré de nuevo.

—No creo que haya que pensar en ello. El motivo es evidente. Dado que se promulgó una ley contra la lobotomía prefrontal, es la única alternativa que existe para librarse de ellos. A no ser que se opte por recluirlos en instituciones a nuestro cargo.

Matthews apuró su café.

—Sé que algunos dicen que nunca debimos abandonar la Tierra. Es más rica en recursos naturales que todos los planetas juntos.

Añadí:

—Y está poblada por unos mil millones de salvajes. No hubiésemos podido disponer de aquellos recursos, ni hubiésemos podido evitar la contaminación de habernos quedado a vivir entre aquella gente. El motivo que empujó a los de nuestra raza a trasladarse a los planetas fue el de poder desarrollar nuestra personalidad superior en paz y sin interrupción. Nuestro proyecto Sirio está en marcha. Dentro de un par de siglos, podemos estar juntos en un sistema distinto.

—O podemos no estar en él —dijo Matthews—. No sería el primer proyecto que fracasara, empezando por el Próximo Centauro. Esto fue hace doscientos años.

—Es usted muy pesimista —dije.

—Consecuencias del viaje a Uranio —dijo. Sonrió—. Olvídelo. Un lugar es igual que otro. ¿Tiene algún plan para esta noche?

—Poca cosa. Estoy tratando de localizar a un amigo mío.

—Sí —dijo—. Es lo que me imaginaba.

La observación resultó algo enigmática para mí. Pero Matthews se marchó antes de que pudiera hacerle más preguntas.

Al salir del club pasé por el cubículo de Steve.

—¿Ha localizado al capitán Gains? —le pregunté.

Sacudió la cabeza.

—Bueno, déjelo correr. Voy a llegarme a su casa. Si no está allí, habrá algún mensaje suyo.

Steve asintió. Al marcharme vi que conectaba el vidifono que tenía en frente de él.

La vivienda de Larry se encontraba a unos siete u ocho kilómetros en las afueras de la ciudad. Recogí mi automóvil en el West Lock y me puse en camino. El sol se había puesto cuando salí de la ciudad, pero Phobos había salido ya, de modo que no necesité encender los faros del coche. Un cuarto de hora después me encontraba ante la casa de Larry. Pude verla iluminada por la claridad de la luna, pero en su interior no brillaba ninguna luz.

Aparqué el automóvil y me dirigí hacia la casa. Empujé la puerta, que estaba abierta. El saloncito estaba razonablemente limpio. Pero los muebles tenían una capa de polvo, lo cual demostraba que hacía algunas semanas, por lo menos, que nadie había habitado allí. Me acerqué al vidifono y lo conecté. La pantalla no se iluminó.

El hecho resultaba sorprendente. Larry debió dejar algún mensaje. Husmeé por toda la casa en busca de alguna pista. Pero no pude encontrar nada.

Larry Gains y yo habíamos ido juntos a la escuela, habíamos ingresado juntos en la Universidad de Tycho y nos habíamos graduado juntos. Nuestros primeros cuatro años en el espacio los hicimos a bordo de la misma nave —el Greylance,del Circuito Asteroides—, y cuando sobrevino la inevitable separación, con mi nombramiento de capitán del Ironrod,continuamos viéndonos todo lo que las circunstancias nos permitían. Afortunadamente, las dos naves tenían su base en Forbeston. Seis meses antes, el viejo Greylancehabía dado su última vuelta alrededor del Cinturón; un trozo de roca con un peso de más de veinte toneladas lo había abierto en dos. Larry había sido uno de los supervivientes, pero con heridas lo bastante graves como para mantenerle un año, como mínimo, fuera de servicio. Entonces había comprado la casa, y yo había pasado aquí con él un par de permisos. Ahora, el lugar estaba desierto. ¿Le habrían enviado de nuevo al espacio en una nave especial? En tal caso, hubiera dejado un mensaje, aunque también pudo ocurrir que pensara estar ausente menos tiempo... Ésta parecía ser la única explicación posible. Pero había el hecho de la espesa capa de polvo, y había el hecho de la extraña expresión de los ojos de Steve cuando mencioné el nombre de Larry. Di otra vuelta por la casa, con una sensación de desconcierto. Encontré una cinta de la edición de Forbeston de la Tycho Capsule.La hice deslizar por la pantalla: 24 del VII... Era una cinta atrasada. Más de dos meses.

No oí ningún ruido en el exterior de la casa. Oí que se abría la puerta detrás de mí y me volví en redondo, pensando que iba a encontrarme ante el propio Larry. Pero, en vez de Larry, vi a dos hombres que llevaban el uniforme médico. Uno de ellos dio un paso hacia adelante.

—¿Capitán Newsan? —Sonó como una pregunta, pero en realidad era una afirmación.

Asentí.

—Le necesitamos a usted para una comprobación —dijo—. No le retendremos mucho tiempo.

—Ya he pasado la revisión. Esta tarde. Cuando llegué en el Ironrod.

—Lo sé, lo sé —dijo el médico—. No le retendremos mucho tiempo.

—No me retendrán ustedes absolutamente nada —dije—. He pasado mi revisión. Si quieren algo de mí, diríjanse a la Base Venus.

Me dispuse a marcharme. El hombre que había hablado no hizo nada. El otro alzó su mano izquierda y la agitó suavemente. Arodato venusino, desde luego, contra el cual estaban inmunizados. Vi el polvillo dorado avanzar hacia mí, y sólo pude dar un par de pasos antes de sentir que se paralizaban mis músculos. Perdí el conocimiento.

Desperté en el edificio Médico de Forbeston. Mis músculos estaban aún rígidos. Me encontraba en una camilla, debajo del Comprobador. Los dos médicos estaban allí, y un capitán médico. Era un hombre bajito y rechoncho, de largas patillas, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.

—Lamento haber tenido que utilizar estos procedimientos. Incidentalmente, puedo asegurarle que estábamos autorizados para actuar de este modo. Se lo digo por si se le ocurre la idea de presentar una querella contra nosotros. —Dijo.

El estar debajo del Comprobador explicaba lo del aerodato, pero no explicaba por qué. Estuve a punto de decir algo, pero decidí mantener la boca cerrada. Colocaron los electrodos detrás de mis orejas. El globo del Comprobador se encendió, con su color rosado normal.

El capitán dijo:

—Me llamo Pinski. Ahora, capitán Newsan, dígame: ¿es usted comandante de navío del Ironrod,de la línea Venus-Mercurio?

—Sí.

—¿Aterrizó usted hace cinco horas?

—Si llevo aquí media hora... sí.

Las preguntas continuaron, la mayor parte de ellas pura rutina. Pinski miraba de soslayo el globo del Comprobador. Luego empezó a formular unas cuantas preguntas menos «normales».

—¿Ha estado alguna vez en los otros planetas?

—¿Más allá de los Asteroides? No.

—¿Conoce usted al comandante Leopold?

—No.

—¿Y al comandante Stark?

—No.

—¿Qué opina usted de la lobotomía?

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