—Nunca he pensado en ella. Ahora no se utiliza, ¿verdad? Se recurre a la expulsión.
—¿Y sobre el proyecto Sirio?
—No estoy demasiado interesado en él.
—¿Sueña usted en amplias extensiones de agua?
—No he vuelto a soñar en ellas desde que era niño.
No tenía ningún motivo para temer lo que pudiera señalar el Comprobador, de modo que no me puse nervioso. El globo seguía proyectando su luz rosada, mientras iban brotando las preguntas.
Pinski dijo:
—¿Qué estaba usted haciendo en el lugar donde le encontraron los médicos?
—Tengo la impresión de que lo sabe usted perfectamente. Estaba buscando al capitán Gains. Tal vez pueda usted decirme dónde le encontraré —dije.
Pinski sonrió.
—No soy yo quien está bajo el Comprobador, capitán Newsam. —Dio un paso atrás—. Creo que todo está en regla. Lamento haberle molestado. Dentro de un par de minutos podrá usted marcharse por su propio pie. Al salir, pase por el bar. La tercera puerta a la derecha, siguiendo el pasillo. Me encontrará allí. Tendré mucho gusto en invitarle a una copa.
Le encontré en el bar, tal como me había dicho. Estaba sentado ante una mesa, con dos vasos delante de él. Alguien debió decirle que yo bebía ginebra de endrina. Me senté en la silla vacía.
—Me alegro de conocerle en circunstancias más «normales», capitán Newsam —dijo Pinski—. Beba, por favor.
Cogí el vaso.
—Ahora, dígame por qué...
Alzó una mano.
—Siento decirle que no puedo darle a usted ninguna información acerca de los motivos por los cuales ha sido usted sometido al Comprobador.
—De acuerdo —dije—. Entonces, ¿sabe usted dónde puedo encontrar a Gains?
Vaciló un brevísimo instante.
—La respuesta tiene que ser no —dijo.
Apuré el contenido del vaso.
—Le agradezco mucho su hospitalidad. Buenas noches, capitán Pinski.
—Permítame darle un consejo puramente médico —dijo—. Váyase directamente a la cama y procure dormir.
—¡Gracias! —dije. Y me marché.
Forbeston, al igual que todas las estaciones de tránsito de las rutas interplanetarias, tenía su lado menos respetable. Me dirigí directamente al East Side, en la confluencia de las calles 90 y J. El «Persépolis» es un pequeño club situado al final de la calle 90. Soy un antiguo cliente del club, pero cada vez que voy allí me siento menos satisfecho de ello. Me tomé un par de ginebras de endrina en el bar. Estaba terminando con la segunda cuando se me acercó Cynthia.
—¡Hola! Cuanto tiempo sin verte...
—Lo mismo digo. Oye, ¿has visto a Larry por aquí?
—¿Larry? No he vuelto a verle desde la última vez que estuvisteis aquí los dos. Pero he estado una temporada fuera, viajando por el Gran Canal. Espera, se lo preguntaré a Sue.
—Gracias —dije.
Estuvo ausente dos o tres minutos. Cuando regresó, me dijo:
—No. No le han visto por aquí desde entonces.
Pero Cynthia había dejado de mostrarse espontánea; su actitud de recelo era evidente. Y no parecía sentir la menor curiosidad acerca de lo que podía haberle sucedido a Larry.
—Creí que éramos amigos, Cynth... Vamos, ¿qué es lo que pasa? —dije.
—¿Lo que pasa? No sé que pase nada. Ni siquiera me has invitado a beber.
Dejé caer un billete sobre la mesa.
—Tómate una copa a la salud de Larry. Buenas noches, Cynthia.
Me alcanzó antes de que llegara a la puerta.
—No lo sé, Jake, palabra que no lo sé. Lo único que me han dicho es que no me convenía hacer preguntas acerca de Larry.
Ahora me estaba diciendo la verdad.
—Gracias —le dije—. De todos modos, buenas noches.
—¿A dónde vas ahora?
—Sólo hay un lugar donde puedo obtener alguna información.
La Oficina Terminal tenía controlados a todos los oficiales que navegaban por el espacio. Allí tenían que conocer forzosamente el paradero de Larry.
Subí a mi automóvil y solté los frenos. Detrás de mí, una voz familiar dijo:
—No parece haber tenido mucha suerte en lo que respecta a encontrar a su amigo, capitán Newsam.
Era Matthews. Estaba retrepado en el asiento trasero del automóvil.
—No esperaba encontrarle aquí —dije.
—He pensado que no tendría usted inconveniente en llevarme a casa. Vivo en la calle 72.
—¿Qué me dará a cambio? ¿Información?
—Un trago. Y tal vez información.
—De acuerdo —dije—. ¿Qué número?
Era un apartamento más lujoso de lo que yo hubiera imaginado que podía costearse Matthews. Cuatro habitaciones, muy bien montadas. Me hizo sentar en una cómoda butaca delante de un chisporroteante fuego, y me sirvió un vaso de ginebra de endrina. El hecho de que todo el mundo supiera la clase de bebida que me gustaba había dejado de preocuparme.
—Ahora —dije—, deseo saber dónde está Larry Gains.
Matthews frunció las cejas.
—¿Gains? ¡Ah, sí, ese amigo al que usted no encuentra...!
Dije, desabridamente:
—¿Qué información puede usted darme?
—Creí que había venido por la ginebra... —dijo—. No, no se marche. Si va usted a la Oficina Terminal a esta hora, no encontrará allí más que al guardián nocturno, el cual le dirá a usted que vuelva mañana. Termine su ginebra, y sírvase otra. Tengo entendido que le llevaron a usted a comprobación a primera hora de la noche, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué clase de preguntas le hicieron?
Se lo dije, y él asintió.
—Leopold... Stark... Muy interesante.
—Ahora, dígame: ¿qué hay detrás de todo esto?
Tardó unos segundos en contestar, y lo hizo con otra pregunta:
—¿Recuerda la conversación que hemos sostenido esta tarde?
—Más o menos. Hablaba usted de los inadaptados.
Matthews me miró fijamente.
—El capitán Larry Gains fue clasificado como inadaptado hace tres semanas. Fue expulsado a la Tierra hace una semana. ¿Es eso lo que quería saber?
—Creo que está usted confundido. Larry se encontraba perfectamente cuando le vi por última vez, hace cosa de dos meses. Y para que a uno le clasifiquen de inadaptado tienen que transcurrir tres meses. —dije.
—No, si la clasificación es 3-K —dijo Matthews suavemente.
—¿3-K?
—Actividades organizadas contra el Estado.
—Esto me resulta aún más increíble, tratándose de Larry.
—Dígame —inquirió Matthews—, ¿qué sabe usted acerca de la Tierra?
—Lo que todo el mundo sabe. Que cuando estalló la tercera guerra atómica, las colonias de la Luna y las de Marte declararon su neutralidad. La mayor parte de los estados mayores técnicos de las bases terrestres se apresuraron a unirse a ellas, y los que no lo hicieron es de suponer que perecieron en el conflicto. El curso de la guerra fue seguido por radio hasta que la última emisora desapareció del éter, señalando el derrumbamiento. Las colonias se concentraron en su propia expansión, primero sobre la Luna y sobre Marte; más tarde sobre Venus ysobre las lunas de Júpiter, Saturno y Urano. Hubiera sido descabellado regresar a una Tierra envenenada de gases radioactivos, con una población salvaje minada por las enfermedades y por las radiaciones. Lo más lógico era extenderse hacia otros sistemas.
—Y, desde luego —dijo Matthews—, existía el Protocolo.
Supongo que el Protocolo puede ser llamado la base de nuestra educación. En él se afirma que lo antiguo y caduco debe ser dejado atrás; que el hombre debe ir en busca de cosas más valiosas, y no regresar al mundo de desgracia y de miseria al cual estuvo atado tanto tiempo. Se afirman muchas más cosas, pero ésas son las fundamentales. Los chiquillos tienen que aprenderse el Protocolo de memoria.
—Sí, el Protocolo —dije—. El Protocolo surgió de un modo natural de las circunstancias.
—Desde luego —convino Matthews—. De las circunstancias. Pero las circunstancias cambian. Y el Protocolo sigue siendo el mismo.
—¿Por qué tendría que cambiar?
—Bueno, ¿cree usted que la mejor existencia que puede tener un hombre es pasar de un medio ambiente artificial a otro? ¿Volverle la espalda a un planeta increíblemente productivo?