—Soy un representante acreditado de los Estados Unidos de América —dijo Jerry lentamente, alzando la voz.—, y el primogénito del Senador de Idaho. Cuando mi padre muera me sentaré en el Senado en su lugar. Soy un hombre que ha nacido libre, que participa en los consejos de su nación, y el que me llame descamisado es un asqueroso embustero.
Ya estaba hecho. Jerry aguardó, mientras Generador de Radiaciones se ponía en pie. Observó con desaliento el musculoso y bien formado cuerpo del joven guerrero. No tendría ninguna posibilidad contra él, en una lucha mano a mano... que era lo que le esperaba.
Generador de Radiaciones recogió la espada del suelo y apuntó con ella a Jerry Franklin.
—Podría ensartarte ahora mismo como a una cebolla —dijo—. O podría luchar contigo a cuchillo y abrirte el vientre en canal. He luchado y he matado Seminolas, he luchado contra los Apaches, incluso he luchado y he matado Comanches. Pero nunca me he ensuciado las manos con la sangre de un rostro pálido, y no voy a hacerlo ahora. Dejo esa puerca tarea a los verdugos de nuestros Estados. Padre, me quedaré fuera hasta que hayan limpiado el jacal.
Arrojó desdeñosamente la espada a los pies de Jerry y se dirigió a la puerta. Antes de atravesarla, se detuvo, y dijo por encima de su hombro:
—¡El primogénito del Senador de Idaho! Idaho ha formado parte de las posesiones de la familia de mi madre durante los últimos cuarenta y cinco años. ¿Cuándo dejarán estos cretinos románticos de jugar y empezarán a vivir en el mundo tal como es ahora?
—¡Este hijo mío! —murmuró el jefe—. Las jóvenes generaciones. ya se sabe... Un poco salvaje, un poco intolerante, desde luego. Pero es un gran muchacho. De veras. Un gran muchacho.
Hizo una seña a los esclavos blancos, los cuales trajeron una especie de baúl cubierto de grandes salpicaduras de color.
Mientras el jefe rebuscaba en el baúl, Jerry Franklin se relajó pulgada a pulgada. Era casi demasiado bueno para ser verdad: ni tenía que luchar contra Generador de Radiaciones, ni había perdido el honor. Las cosas no podían marchar mejor de lo que marchaban.
En cuanto al último comentario de Generador de Radiaciones... bueno, ¿cómo podía esperarse que un indio comprendiera ciertas cosas, como por ejemplo la tradición y la gloria que podían residir siempre en un símbolo? Cuando su padre se puso en pie bajo el cuarteado techo del Madison Square Garden y se encaró con el vicepresidente de los Estados Unidos para decirle: “El pueblo del Estado Soberano de Idaho no ha consentido nunca, y nunca consentirá, pagar un impuesto sobre las patatas. Desde épocas inmemoriales, las patatas han estado asociadas con Idaho, han sido el orgullo de Idaho. La población de Boise dice que no a un impuesto sobre las patatas, la población de Pocatello dice que no a un impuesto sobre las patatas, todos los granjeros de la Gema de la Montaña dicen que no, y mil veces no, a un impuesto sobre las patatas...”, cuando su padre hablaba de ese modo, estaba hablando en nombre de Boise y de Pocatello. No del aplastado Boise ni del asolado Pocatello de hoy, sino de las magníficas ciudades que habían sido en otro tiempo... y de las florecientes granjas del otro lado del Snake River... Y de Sun Valley, Idaho Falls, American Falls, Weiser, Grangeville, Twin Falls...
—No te esperábamos, de modo que no tenemos muchos regalos que ofrecerte —estaba explicándole Tres Bombas de Hidrógeno—. Sin embargo, aquí hay una cosa para ti.
Jerry se quedó con la boca abierta al verla. ¡Era una pistola, una pistola de verdad, completamente nueva! Y una cajita de municiones. Proyectadas y realizadas en una de las fábricas que los Sioux poseían en el Middle West y de las cuales había oído hablar. Pero, ¡tenerla en sus manos, y saber que le pertenecía! Era una Caballo Loco del cuarenta y cinco, y, según todos los informes, muy superior al arma Apache que durante tanto tiempo había predominado en el Oeste: la Gerónimo del treinta y dos. Era la clase de arma que un General del Ejército o un Presidente de los Estados Unidos, nunca esperarían poseer... ¡y era suya!
—No sé cómo... Realmente, yo... yo...
—Está bien, está bien —dijo el jefe en tono condescendiente—. Está bien. Mi hijo no aprobaría este regalo a un rostro pálido, pero para mí los rostros pálidos son personas como las demás... Lo que cuenta es el individuo. Tú pareces un hombre responsable aun siendo un rostro pálido, estoy seguro de que utilizarás la pistola de un modo cuerdo. Ahora, tu mensaje.
Jerry se concentró y abrió la bolsa que colgaba de su cuello. Reverentemente, extrajo el precioso documento y se lo entregó al jefe.
Tres Bombas de Hidrógeno lo leyó rápidamente y lo pasó a sus guerreros. El último en leerlo, Brillante Cubierta de Libro, lo arrugó hasta convertirlo en una bola y lo tiró a los pies del hombre blanco.
—Muy mal escrito —dijo—. “Cambio” está escrito con “v”, y la regla es “b” detrás de “m”. Además, ¿qué tiene que ver con nosotros? Está dirigido al jefe Seminola, Osceola VII, solicitando que ordene a sus guerreros que se marchen de la orilla meridional del río Delaware, o que devuelvan los rehenes que le fueron entregados por el Gobierno de los Estados Unidos como prueba de buena voluntad y de intenciones pacíficas. Nosotros no somos Seminolas: ¿por qué nos lo das a nosotros?
Mientras Jerry Franklin alisaba cuidadosamente el documento y volvía a ponerlo en su bolsa, el embajador de la Confederación, Sylvester Thomas, tomó la palabra.
—Creo que puedo explicarlo —dijo, mirando interrogativamente a unos y a otro—. Si a los caballeros no les importa. Es evidente que el Gobierno de los Estados Unidos se ha enterado de que una tribu india ha cruzado el Delaware por ese punto, y ha supuesto que se trataba de los Seminolas. El último movimiento de los Seminolas, como ustedes recordarán, fue en Filadelfia, obligando una vez más a evacuar la capital y a trasladarla a la ciudad de Nueva York. Ha sido un error natural: las comunicaciones de los Estados Americanos, lo mismo Confederados que Unidos —aquí una breve y diplomática risita—, no han sido tan buenas como cabía esperar en los últimos años. Es evidente que ni este joven ni el gobierno al cual representa tenían la menor idea de que los Sioux habían decidido ganar por la mano a su majestad Osceola VII y cruzar el Delaware por Lambertville.
—Exacto —se apresuró a decir Jerry—. Completamente exacto. Y ahora, como emisario acreditado del presidente de los Estados Unidos, tengo el deber de solicitar formalmente de la nación Sioux que haga honor al tratado firmado hace once años, así como al tratado firmado hace quince —creo que son quince— años, y se retire una vez más detrás de las orillas del río Susquehanna. Debo recordarle que cuando nos retiramos de Pittsburgh, Altoona y Johnstown, juraron ustedes que los Sioux no nos quitarían más terrenos, y nos protegerían en el poco que nos habían dejado. Y estoy seguro de que los Sioux desean ser conocidos como una nación que mantiene sus promesas.
Tres Bombas de Hidrógeno miró interrogativamente los rostros de Brillante Cubierta de Libro y de Polemista Incisivo. Luego se inclinó hacia adelante y colocó sus codos sobre sus cruzadas piernas.
—Hablas bien, joven —comentó—. Tu jefe puede estar satisfecho de ti... Desde luego, los Sioux desean ser conocidos como una nación que hace honor a sus tratados y mantiene sus promesas. Y etcétera, etcétera. Pero tenemos una población en constante crecimiento. Vosotros no tenéis una población en constante crecimiento. Vosotros no necesitáis más tierras. Vosotros no utilizáis la mayor parte del terreno que poseéis. ¿Tenemos que quedarnos cruzados de brazos viendo como se desperdicia la tierra, peor aún, viendo como se apoderan de ella los Seminolas, dueños ya de unos dominios que se extienden desde Filadelfia a Cayo Oeste? Tenéis que ser razonables. Podéis retiraros a... otros lugares. Sois dueños de la mayor parte de Nueva Inglaterra y de una gran parte del Estado de Nueva York. Para vosotros no sería ninguna extorsión renunciar a New Jersey.