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—Donde reside nuestro jefe —repitió apresuradamente—. Traigo un mensaje muy importante y muchos regalos.

—Come con nosotros —dijo el anciano—. Luego nos darás tus regalos y tu mensaje.

Agradecido, Jerry se sentó en cuclillas a poca distancia de ellos. Estaba hambriento, y entre la fruta de los cuencos había visto algo que debía ser una naranja. ¡Había oído hablar tanto del exquisito sabor de las naranjas!

Pasado unos instantes, el anciano habló:

—Yo soy el jefe Tres Bombas de Hidrógeno. Este —señalando al más joven de los indios— es mi hijo, Generador de Radiaciones. Y éste —señalando al negro— es una especie de compatriota tuyo.

A la mirada interrogadora de Jerry, y después de que el jefe levantó su dedo índice concediéndole permiso para hablar, el negro explicó:

—Sylvester Thomas. Embajador ante los Sioux de los Estados Confederados de América.

—¿La Confederación? ¿Existe todavía? Oí decir, hace diez años...

—La Confederación está muy viva, señor. Es decir, la Confederación Occidental, con su capital en Jackson, Mississippi. La Confederación Oriental, con su capital en Richmond, Virginia, desapareció a manos de los Seminolas. Nosotros hemos sido más afortunados. Los Arapahoes, los Cheyennes y —con una inclinación de cabeza hacia el jefe— especialmente los Sioux, han sido muy amables con nosotros. Nos permiten vivir en paz, mientras nos limitemos a cultivar nuestras tierras y a pagar nuestros tributos.

—Entonces, debe usted saber una cosa, mister Thomas... —empezó Jerry ávidamente—. Me refiero a... la República de la Estrella Solitaria... a Texas... ¿Es posible que también Texas...?

Mister Thomas miró hacia la puerta del jacal con expresión desalentada.

—Lo siento, señor, la República de la Bandera de la Estrella Solitaria cayó ante los Kiowas y los Comanches hace ya muchos años, cuando yo era aún muy niño. No recuerdo la fecha exacta, pero sé que fue incluso antes de que California fuese ocupada por los Apaches y los Navajos, y mucho antes de que la nación de los mormones quedase...

Generador de Radiaciones alzó sus hombros y flexionó sus musculosos brazos.

—¡Cuánta cháchara! —exclamó—. Estoy cansado de oír la cháchara de los rostros pálidos.

—Mister Thomas no es un rostro pálido —le respondió su padre—. ¡Un poco más de respeto! Es nuestro huésped y un embajador acreditado. Procura no pronunciar la palabra rostro pálido en su presencia.

Otro de los guerreros sentado cerca del jefe, tomó la palabra.

—En otra época, en la época de los héroes, un muchacho de la edad de Generador de Radiaciones no se hubiera atrevido a levantar la voz en un consejo delante de su padre. Y, desde luego, nunca hubiese dicho las mismas cosas que él. Puedo citar como referencia, para los que estén interesados en ello, el definitivo volumen de Robert Lowie, Los Cuervos Indios, y la excelente obra de investigación antropológica de Lesser, Tres Tipos de Parentesco Sioux. Ahora, en tanto que no hemos sido aún capaces de reconstruir un tipo de parentesco Sioux de acuerdo con el modelo clásico descrito por Lesser, hemos desarrollado un sistema de trabajo que...

—Lo malo que tienes. Brillante Cubierta de Libro —le interrumpió el guerrero sentado a su izquierda— es que eres demasiado clásico. Siempre tratas de vivir en la Edad de Oro en vez de hacerlo en el presente, y en una Edad de Oro que en realidad tiene muy poco que ver con los Sioux. Sí, admito que tenemos muchos puntos de contacto con los indios citados por Lowie, especialmente desde el punto de vista lingüístico; pero, ¿qué ocurre cuando tratamos de aplicar sus preceptos a la vida diaria?

—¡Basta! —exclamó el jefe—. ¡Basta, Polemista Incisivo! Y tú también, Brillante Cubierta de Libro... ¡Basta! Esos son asuntos privados de la tribu. Aunque sirven para recordarnos que el rostro pálido fue grande antes de convertirse en un enfermo corrompido y asustado. Aquellos hombres cuyos libros sagrados nos enseñan el perdido arte de vivir como Sioux, hombres como Lesser, hombres como Robert H. Lowie, ¿no eran acaso hombres de rostro pálido? En su memoria, hemos de mostrarnos tolerantes.

—¡Ah-ah! —dijo Generador de Radiaciones con impaciencia—. En lo que a mí respecta, los únicos rostros pálidos buenos son los que están muertos. Eso es. —Pensó unos instantes—. Excepto sus mujeres. Las mujeres de rostro pálido son divertidas cuando uno se encuentra lejos del hogar y siente que en su interior se levanta un pequeño infierno.

El jefe Tres Bombas de Hidrógeno contempló a su hijo en silencio. Luego se volvió hacia Jerry Franklin.

—Tu mensaje y tus regalos. Primero tu mensaje.

—No, jefe —intervino Brillante Cubierta de Libro respetuosa pero firmemente—. Primero los regalos. Luego el mensaje. Así es cómo hay que hacerlo.

—Voy a buscarlos. En seguida vuelvo...

Jerry salió de la tienda y corrió hacia el lugar donde Sam Rutherford había trabado los caballos.

—Los regalos —le apremió—. Los regalos para el jefe.

Desataron los paquete que llevaba el caballo de carga. Jerry los cogió y regresó con ellos a la tienda a través de los guerreros que se habían reunido para contemplar, con tranquila arrogancia, lo que estaba haciendo. Jerry entró en el jacal, dejó los regalos en el suelo y se inclinó de nuevo.

—Abalorios brillantes para el jefe —dijo, entregándole dos zafiros en forma de estrella y un gran diamante blanco. El mejor que los ingenieros habían sacado de las ruinas de Nueva York en los últimos diez años.

—Tela para el jefe —dijo, entregándole una pieza de lino y una pieza de lana, hiladas y tejidas en New Hampshire especialmente para aquella ocasión, y transportadas a costa de enormes esfuerzos hasta Nueva York.

—Bonitas baratijas para el jefe —dijo, entregándole un reloj despertador, sólo ligeramente enmohecido, y una hermosa máquina de escribir, que funcionaban gracias a los esfuerzos mancomunados de un grupo de artesanos y otro de ingenieros (estos últimos interpretando los enrevesados documentos antiguos para los artesanos) durante dos meses y medio.

—Armas para el jefe —dijo, entregándole un sable de caballería primorosamente tallado, preciado tesoro que había pertenecido al Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, el cual había protestado amargamente cuando el Presidente le obligó a entregarlo (“Diablos, señor Presidente, ¿acaso quiere usted que luche contra esos indios con las manos vacías?” “No, Johnny, no es eso lo que quiero, pero estoy seguro de que podrás encontrar otro como éste en poder de alguno de tus más vehementes oficiales jóvenes”).

Tres Bombas de Hidrógeno examinó los regalos, especialmente la máquina de escribir, con cierto interés. Luego los distribuyó solemnemente entre los miembros de su consejo, reservándose únicamente la máquina de escribir y uno de los zafiros. El sable se lo entregó a su hijo.

Generador de Radiaciones golpeó el acero con su uña.

—Poca cosa —afirmó—. Poca cosa. Mister Thomas trajo mejores regalos que éstos de los Estados Confederados de América para la ceremonia de la pubertad de mi hermana. —Dejó caer el sable desdeñosamente al suelo—. Pero, ¿qué puede esperarse de una pandilla de apestosos descamisados de piel blanca que no sirven para nada?

Al oír aquellas palabras, Jerry Franklin se puso rígido. Aquello significaba que tenía que luchar con Generador de Radiaciones... y la perspectiva le asustó tanto que su espalda quedó empapada en un frío sudor. La alternativa era perder todo prestigio ante los Sioux.

“Descamisado” era un vocablo del sistema Natchez y en aquellos días se aplicaba a todos los hombres blancos que trabajaban en las plantaciones o en las factorías al servicio de sus aristocráticos dueños indios. Un “descamisado” era algo peor que un esclavo.

Si alguien dejaba que otro le llamase descamisado y no le mataba... bueno, en tal caso era un descamisado.

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