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Mientras hablaba, la cámara retrocedió para ampliar su ángulo de visión e incluir en la pantalla, detrás del locutor, a una niña rubia sentada en una silla de ruedas. El pelo le caía en cascada sobre los hombros y estaba cuidadosamente peinado. Sus ojos tenían una expresión entre tímida y asustada. Sus manos se aferraban a los brazos de la silla de ruedas, como buscando un punto de apoyo. Sus piernas estaban cubiertas con un chal.

—Esta es Mary —dijo el locutor, inclinándose hacia la niña—. ¿Quieres saludar al auditorio, Mary?

La niña fijó unos segundos en la cámara sus profundos ojos azules, para volver a apartarlos rápidamente.

—Hola —dijo, con voz apenas audible.

—Mary no está acostumbrada a encontrarse delante de tanta gente —explicó el locutor—. Mary ha estado sentada en esa silla de ruedas durante tres años, desde que una terrible enfermedad le dejó paralizadas las piernas. Confiamos en que Mary podrá volver a andar. Los mejores cirujanos del país han sido consultados, y creen que una operación podrá devolverle el uso de sus piernas. La International Witch Corporation lo ha arreglado todo para que la operación se lleve a efecto. Mañana, Mary ingresará en el hospital. Será intervenida muy pronto. Y, dentro de unas semanas, es probable que vuelva a andar. ¿Te gustaría, Mary? ¿Te gustaría volver a andar? —preguntó, inclinándose hacia la niña.

De nuevo, los ojos se alzaron un breve instante. De nuevo, se apartaron tímidamente.

—Sí —dijo Mary, con su voz apenas audible.

—Entonces, volverás a andar, si es que la cosa es factible —dijo el locutor, mientras la cámara retrocedía todavía más, para incluir un escenario en el cual bailaban las brujas.

Las brujas se movían en el escenario, no en dirección a Mary sino hacia el centro, bailando y entonando su canto.

¡ Brujas del mundo, uníos!

¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!

¡Witch limpia AHORA!

En un ángulo de la pantalla, el cuerpo infantil se estremeció repentinamente en su silla de ruedas. Mary respiró profundamente, se puso pálida, y luego roja. Con un gesto violento apartó el chal y se quedó mirando sus piernas. Su mano se inclinó hasta tocarlas.

En el escenario, una de las brujas dejó de bailar para mirar lo que estaba sucediendo. Las otras se dieron cuenta e interrumpieron también su baile. El canto cesó...

Y Mary se puso en pie, mirándose las piernas. Dio un paso hacia la cámara, y otro. Sus ojos azules se alzaron, maravillados.

En medio de un silencio absoluto, Mary anduvo hacia la cámara, con los ojos abiertos como platos. Con voz apenas audible, habló.

—Estoy... estoy andando —dijo Mary.

Los periódicos lo calificaron del fraude más cruel de todos. Publicaron la noticia de la suspensión del programa Witch, por orden de la emisora y por orden de la International Witch Corporation.

Publicaron las declaraciones de oficiales del FCC anunciando que iba a abrirse una investigación.

Publicaron las declaraciones de Randolph anunciando que iba a demandar a la BBD amp;O.

Publicaron las declaraciones de Oswald anunciando que iba a demandar a los productos Witch.

Pero en lo que más insistieron fue en la historia de una niña, que había desaparecido y no podía ser localizada. Que probablemente había recibido el beneficio de una operación que le había permitido recobrar el uso de sus piernas, pero que se había visto obligada a pagar la operación tomando parte en un cruel fraude de una increíble magnitud.

Bill Howard continuó en la emisora, aunque, de momento, sin patrocinador. Había sido descartado, por todas las partes interesadas, la posibilidad de que Bill hubiera sido cómplice del fraude, y su reputación era inmejorable. Le pidieron que permaneciera en la ciudad para comparecer como testigo en caso necesario, pero la emisora siguió otorgándole su confianza y le mantuvo en su puesto. Era uno de los mejores informadores de la TV, y su modo de hacer que las noticias calasen en el ánimo de la gente hasta conseguir que las aceptasen como parte de sus propias vidas, era único. La emisora decidió, pues, mantenerle en su puesto.

A la noche siguiente la crisis de Formosa había trascendido y era la noticia del día.

Los detalles eran horribles, y fueron explicados minuciosamente. Los que se habían comprometido a guardar el secreto, al ser desligados de su compromiso, contaron todo lo que sabían.

Los efectos del avión infectado, de las bombas portadoras de bacterias, eran los más terribles que podían ser desarrollados en los laboratorios bacteriológicos... y superaban a las epidemias naturales que habían azotado al género humano a través de su historia.

Estos efectos estaban extendiéndose con la rapidez de un fuego en la pradera en un día de viento fuerte.

Toda la zona estaba sometida a una rigurosa cuarentena, y diariamente había que ampliar su extensión. Ningún avión podía aterrizar y volver a despegar. Ningún barco podía entrar y volver a salir. Se estaba organizando un servicio de suministros aéreos lanzados con paracaídas.

La propaganda que intentaba hacer creer que la duración de la epidemia era cuestión de horas, o de días, no era creída por nadie. Se recordó Suez, pero fue recordado como un fraude... y el país estaba más que harto de fraudes.

Randolph recibía una interminable serie de lo que él denominaba llamadas de chiflados, preguntándole por qué no entraban en acción los maravillosos productos Witch.

Oswald recibía también llamadas de chiflados, y también Bill Howard.

Bill Howard estaba preocupado, y seguía tratando de sumar dos y dos, y cada noche informaba de los detalles de la situación de Formosa. Los detalles llegaban por telégrafo con toda su crudeza, y Bill tenía que ir suavizándolos a medida que los transmitía.

Bill Howard sudaba en el mes de enero, y cada día hurgaba un poco más, tratando de penetrar en la realidad que se escondía detrás de las noticias mutiladas por la censura, que ahora se ejercía de un modo riguroso, incluso sobre los telegramas. Por teléfono, a través de comentarios y de habladurías, iba reconstruyendo la verdadera historia... los verdaderos horrores que no podía transmitir en su boletín.

A veces se rebelaba contra los censores y contra sí mismo, diciéndose que todo el mundo tenía derecho a saber lo que pasaba en realidad.

Así es como termina el mundo, pensaba. Con un sollozo que llega después de la agonía, cuando la agonía es demasiado intensa.

Y seguía recordando a una niña que andaba hacia la cámara con los ojos muy abiertos.

Si yo fuese un científico —se decía a sí mismo—, si fuera un científico en lugar de un periodista, podría fabricar un cerebro electrónico que me aclarase las probabilidades que tengo de obtener una respuesta a mis preguntas. Las probabilidades, indudablemente, no serían superiores a una entre un billón. Las probabilidades serían nulas. Las brujas son para quemarlas, se dijo a sí mismo.

Se dijo a sí mismo un montón de cosas, y siguió sudando sumergido en el frío de enero.

Habían transcurrido dos semanas desde que el mundo oyó los primeros detalles acerca de Formosa, y los detalles eran ahora tan macabros, que no podían ser transmitidos.

Aquella noche, con el mapa del mundo detrás de su mesa, Bill Howard se inclinó hacia su auditorio.

Les habló del aspecto humano de la historia de Formosa.

Habló de la gente que estaba allí, sometido a mil torturas, personas de carne y hueso y no simple material de estadística.

Describió a una familia, y la convirtió en una familia que vivía en la puerta de al lado. Madre, padre, hijos, esperando la llegada de la muerte, entre los peores tormentos que todos los laboratorios del mundo juntos pudieran crear. Una familia que esperaba de un momento a otro que uno de sus miembros fuera atacado por la locura. Una familia que esperaba de un momento a otro la más horrible de las muertes.

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