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—Para los estadistas, el problema consiste en saber quién llegará antes, y quizá en saber quién controlará las rutas del espacio —dijo después, describiendo el lanzamiento en marcha. Pero para los pueblos del mundo, esto representa al género humano alcanzando las estrellas. Se ignora —dijo solemnemente— si el fracaso de muchos de nuestros lanzamientos se ha debido a error humano o a sabotaje. El error humano es una debilidad de los hombres. El sabotaje se debe a una imperfección del mundo, que sigue dividido cuando se dispone a alcanzar las estrellas. ¿Existe algún error mecánico en el lanzamiento de esta noche? ¿Hay algún saboteador en acción? O, cuando el lanzamiento sea una realidad, dentro de una hora, ¿cruzará la nave la atmósfera terrestre en la primera etapa de la conquista de las estrellas por el hombre? ¿Es perfecto nuestro pájaro esta vez? —preguntó, mientras se producía el fundido.

Las brujas bailaron y entonaron su canto:

¡Brujas del mundo, uníos!

¡Uníos para hacerlo limpio limpio, limpio!

¡Witch limpia, AHORA!

Randolph se mordía aún el labio inferior cuando se acostó aquella noche. El agente de la Brigada de Narcóticos se había marchado tranquilamente. Existían respuestas a todas las preguntas, y esto no le preocupaba en absoluto.

Por otra parte, se alegraba de que la niña tuviera su operación. Injertar huesos y músculos podía ser milagroso, pero se trataba de un milagro explicable, que todo el mundo comprendía.

No se hablaba ya de una investigación del FCC, pero aquellos rumores habían sido como para excitar a cualquiera. Últimamente, todas las cosas habían resultado excitantes. Pero, a pesar de ello, la curva de ventas de los productos Witch mantenía con firmeza su tónica ascendente.

La nave espacial norteamericana aterrizó en la luna la mañana del día en que la niña inválida debía aparecer en el programa Witch.

Para el pueblo norteamericano. fue un día de fiesta comparable al Cuatro de Julio. En la Casa Blanca, la tristeza colgaba como un sudario.

—Ahora tendrán que moverse rápidamente —le estaba informando el Secretario de Defensa a su jefe—. No pueden permitirse el lujo de dejar que pongamos a nuestro hombre en la luna.

—No podemos lanzar a un hombre a la luna hasta que hayamos demostrado con otro par de lanzamientos, por lo menos, que podemos situarle con éxito —declaró el jefe de los servicios de seguridad—. La amenaza de nuestros enemigos no es nada comparada con la de la opinión pública si fracasáramos en un intento estando una vida humana en juego.

—Formosa está dejando filtrar información —admitió el jefe de la CIA—. No podremos mantenerlo oculto más de tres días.

El Presidente apoyó una mano en su escritorio.

—Otros dos lanzamientos significan al menos seis meses antes de que un hombre llegue a la luna armado. Tres días significan que Formosa estará en los periódicos de esta semana. Cuando se difunda la noticia, hay que agregar que nuestros médicos y bacteriólogos están en camino de encontrar un antídoto. Hay que decirlo de modo que, si ellos se deciden a cortar su epidemia, como hicieron en Suez, el triunfo sea nuestro. Esto es lo mejor que podemos hacer ahora. Además de esperar un milagro. Y los milagros son populares en estos días —añadió amargamente.

A la mañana siguiente, cuando Randolph fue a abrir su puerta respondiendo a una llamada, se encontró frente al rostro ancho y feo de Bill Howard.

—He venido a hacerle una pregunta a la que creo no podrá usted contestar —dijo Howard premiosamente, desde el umbral de la puerta—. He venido a preguntarle a usted qué hay acerca de las brujas.

Randolph se mordió el labio inferior, de pie junto a su visitante, mucho más alto que él, consciente de lo refinado de su propio aspecto en comparación con el aspecto descuidado del otro. Como un lanudo perro, pensó Randolph. Un enorme, desgreñado y lanudo perro de San Bernardo.

—¿Qué es lo que pasa con las brujas? —preguntó finalmente.

—Verá... han ocurrido algunas cosas muy raras. Aquel barrio pobre, desde luego. Yo estuve allí, desde luego. Lo vi. Y hablé con la gente.

Se produjo un breve silencio antes de que Randolph contestara.

—¿Y bien?

—Bueno, sucedieron unas cuantas cosas más. Un agente de la Brigada de Narcóticos vino a verme. Sólo a título personal. Sólo por curiosidad. Estaban tratando de localizar a los que dirigen el tráfico de drogas, por medio... a base de los informes obtenidos de los individuos capturados en la redada. ¿Y el asunto de Cabo Cañaveral? ¿Estaba usted escuchando aquella noche?

—Siempre sintonizo su programa. Me ha parecido que hoy era un día de fiesta. La nave espacial aterrizó.

—Sí, sí, un día de fiesta. Soy periodista, y estoy enterado de muchas historias que no trascienden al público. Estoy enterado, por ejemplo, de que una hora antes del lanzamiento, un hombre murió repentinamente de un ataque al corazón. El técnico que ocupó su lugar —no va a interrumpirse un lanzamiento como éste por un ataque al corazón— comprobó los mecanismos de la nave y descubrió un fallo que podía haber dado al traste con todo. También había un circuito que había sido cambiado, pero lo atribuyeron a causas obligadas, ya que el nuevo circuito era más exacto. Y creyeron que era obra del individuo que había muerto.

—¿Y qué?

—Pues... bueno, nada. Sólo quería hacerle una pregunta. Las brujas no tocan nada real en nuestros días, desde luego, de modo que incluso en el caso de que... de que fueran... bueno, algo mágico, no podrían haber estado mezcladas en todo esto.

Esta vez no existió ni siquiera una pausa para morderse el labio.

—¿Está usted tratando de insinuar que los productos Witch...?

La pregunta quedó colgada en el aire, pero Bill Howard no apartó la mirada de los ojos de su interlocutor.

—Mister Randolph, no trato de insinuar absolutamente nada. Ni siquiera he hablado de esto con nadie, ya que si lo hiciera se reirían de mí, usted el primero. Lo único que le digo es que llevo unos días tratando de sumar dos y dos, para que me dé cuatro. ¿Puedo preguntarle si sabe algo que pueda ayudarme en la operación?

Randolph volvió a morderse el labio inferior y los dos hombres se miraron fijamente unos instantes. Luego, Randolph dijo en tono grave:

—Mister Howard, hace veinticinco años que fabrico los productos Witch. Desde que empecé a fabricarlos, con una fórmula muy buena, han sido ampliamente mejorados. Creo sinceramente que son los mejores productos de limpieza que actualmente pueden obtenerse en el mundo. Son eso, exactamente, y nada más que eso. De modo que tendrá usted que buscarle otra solución a sus dos y dos, los cuales tengo que admitir que constituyen una espectacular acumulación de coincidencias, aunque no por encima de los límites de lo creíble. Yo mismo sospeché que BDD amp;O estaba llevando a cabo una especie de fraude en el primer caso. Si se producen otros casos semejantes, suspenderé los programas, prescindiré de los servicios de la agencia, y pediré que el FCC efectúe una investigación a fin de que quede limpio el nombre de Witch, que no ha sido ni será nunca cómplice de ninguna clase de fraude, y mucho menos de un fraude de la importancia del que ha tenido lugar, el cual confieso que no entiendo, aunque espero que el FCC conseguir aclarar por completo. Buenos días, mister Howard.

Con estas últimas palabras, Randolph dio por terminado su desacostumbradamente largo discurso. A continuación giró sobre sus talones y dejó que Bill Howard encontrara por sí mismo el camino de la puerta.

Aquella noche, cuando Bill Howard terminó con su boletín de noticias, la cámara no recogió a las brujas. En su lugar apareció un locutor.

—Esta noche, los productos Witch se complacen en presentarles a una simpática niña —dijo el locutor, en un tono suave que contrastaba con el agresivo utilizado por Bill Howard.

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