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Charcos.

Sí.

Don Gerardo, doña Celia y Tensi irán directamente a la pensión Atocha. Isabel y Manolita van a recoger el pastel de bodas que han encargado en la Antigua Pastelería del Pozo, una tarta decorada para la ocasión, con rosetas de mantequilla y ribeteada de merengue, que ha elaborado el mismísimo Julián Leal, dueño del establecimiento.

Solos caminarán los recién casados bajo la lluvia. Solos, empapados y sonriendo se dirigirán hacia la Puerta del Sol, donde Jaime se comprará una gabardina y un zapatos. El apartará con sus dedos el agua que resbala en las mejillas de Pepita. Ella no podrá evitar mojar los pies en los charcos.

Al salir de la zapatería, Pepita verá los pasos aturdidos de Jaime, y cómo tropieza mientras mira a lo lejos y se apoya en su brazo.

—Estos espacios abiertos, tanto espacio por delante se me lían los pies.

—Son los zapatos, que no te haces a ellos.

Para celebrar la boda, cenarán todos juntos en el comedor de la pensión Atocha. El preso liberado manejará con torpeza el cuchillo y el tenedor. Y don Gerardo le asegurará que no tardará en aprender a manejarlos de nuevo. Se acabaron los tiempos de rancho y cuchara, dirá.

Sí, se acabaron los tiempos de rancho y cuchara.

Tensi sonríe. Mira a Jaime con admiración y no deja de hacer preguntas. Unas veces quiere saber cosas de su madre, otras de su padre.

—Mi madre me dijo en su cuaderno que tú le enseñaste a escribir, y que mi padre era muy valiente.

Jaime replicará que su padre era muy valiente, y su madre también, mientras ayuda a Pepita a cortar la tarta.

—Déjame que os acompañe a la estación.

Ella se queda en Madrid para seguir luchando en su cédula, y para ayudar en la pensión a sus abuelos.

—Preferimos despedirnos aquí.

Se despedirán en la pensión y Tensi llorará.

—Escríbeme en cuanto llegues, mamá.

Doña Celia y Pepita también llorarán.

Los recién casados bajarán las escaleras del brazo.

Asomada al hueco de la escalera, Tensi vuelve a rogar:

—Escríbeme.

Pepita promete que escribirá.

Jaime sonríe.

Sonríen los dos.

Ella lleva en su bolso la llave de la casa de su padre. Él guarda en el bolsillo la dirección del Comité Provincial del Partido Comunista en Córdoba y las instrucciones de su libertad condicional.

Es ya noche cerrada. La pareja camina por la calle Atocha.

Pepita mira a Jaime. Y Jaime no deja de mirarla.

Llueve.

Fue larga, aquella tormenta de verano.

INSTRUCCIONES

1º Irá directamente al lugar que se le haya designado, que es Córdoba, provincia de Idem, donde permanecerá hasta que se le conceda la libertad definitiva si observa buena conducta.

2º No podrá salir del lugar que le haya asignado sin la autorización correspondiente.

Si tuviera necesidad de cambiar residencia, lo solicitará de la Junta Local de libertad Vigilada o de la Provincial, en su caso, y esperará a que solicitud se resuelva, para evitar la revocación de la gracia que disfruta con el efecto de reingreso en la Prisión.

3º Tan pronto como llegue al lugar su destino, se presentará ante las Juntas Locales de Libertad Vigilada, y, en las Capitales de Provincia, ante las Comisiones Provinciales de Libertad Vigilada, las que le instruirán de dónde ha presentarse en lo sucesivo. El incumplimiento de este precepto será puesto conocimiento de la Comisión Central de Libertad Vigilada, quien tomará medidas oportunas, pudiendo, incluso, solicitar del Excmo. Sr. Ministro de Justicia, por medio de Organismo competente, la revocación de los beneficios de libertad condicional que disfruta. Al objeto de identificar su persona, exhibirá el presente documento hasta tanto que por la Comisión Central se expida el carnet de protección y tutela a que hace referencia el articulo 11 del Decreto del 22 de mayo de 1943.

4º Queda obligado a dirigir, por correo, el primer día de cada mes, un conciso informe referente a su propia persona escrito por si mismo. Este informe se presentará a las Autoridades anteriormente citadas para que lo visen y lo remitan al Director de la Prisión.

Si quedare sin ocupación, lo manifestará a las Juntas Provinciales o Juntas locales de libertad Vigilada de quien de penda, consignando el motivo, para practicar por ésta las gestiones posibles a fin de proporcionarle otra nueva si su proceder lo merece.

Habrá de ser veraz en sus informes, y con todo interés se le recomienda que evite las malas compañías y todo lo que pueda conducirle a una vida relajada o a la comisión de nuevos delitos.

Burgos, a veinte de julio de mil novecientos sesenta y tres.

Y era miércoles.

Gran parte de esta novela se la debo a una cordobesa de ojos azulísimos. A Pepita, que sigue siendo hermosísima. Y a Jaime, que murió junto a ella el día 29 de abril de 1976 en Córdoba, poco antes de que la policía se presentara a buscarlo, como todos los años, para evitar que se sumara a la manifestación del 1.° de Mayo. Pasen, y llévenselo, les dijo Pepita, y los condujo ante el cadáver de Jaime.

Y a Felipe, el amor de Hortensia, que salió de casa con veintiún años y regresó con cuarenta y siete.

A Elvira, la dueña de la maleta que llegó de Trijueque con dos uniformes de su padre, dos pares de leguis y una gorra de plato.

A Enrique, hijo de una mujer fusilada después del parto.

Y a Mercedes, que buscó a Pura, y me presentó a José Luis Silva.

A José Luis Silva, que estuvo 16 años en Burgos.

A Isabel Sanz Toledano, que compartió celda con Las Trece Rosas.

A Manolita del Arco, que estuvo condenada a muerte durante 5 meses, y pasó 18 años en la cárcel.

A Soledad Real, condenada a 30 años por un tribunal contra el comunismo y la masonería.

A José Amalia Villa, que presenció la desesperación de una mujer de Granada que no reconocía a sus hijas, y el dolor insoportable de otra, su llanto desgarrador, porque no tenía hijos y le llegó la menopausia en la cárcel.

Y a una mujer que no quiere que mencione su nombre ni el de su pueblo, y que me pidió que cerrara la ventana antes de comenzar a hablar en voz baja.

Y a Rafaela, que nunca había contado su historia y habló conmigo en Cádiz.

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