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—¿Qué quieres que le pida?

Las dos manos de Pepita sujetaban la vela encendida, él las rodeó con las suyas y contestó:

—Tú lo sabes, chiqueta.

Y se marchó. Ella le vio caminar hacia la puerta. Le vio tomar agua bendita y persignarse torpemente, mirándola.

Cuando Paulino iba a besarse el pulgar, Pepita se santiguó y acercó también el suyo a sus labios. Mirándole.

30

Cuando un camarada cae, es preciso tomar precauciones. Carmina ha caído. Felipe y Paulino deben abandonar el número dieciséis de la calle Ave María. Se marcharán esa misma mañana, en cuanto Paulino regrese; la familia de Peñaranda de Bracamonte los alojará en su casa, en la calle Ayala, hasta el día de Navidad. Desde allí irán con ellos al penal de Ventas. Inmediatamente después, emprenderán camino hacia Toulouse. Felipe aguarda inquieto a Paulino, que ha cometido la estupidez de salir a la calle. El no pudo evitarlo, El Chaqueta Negra es testarudo, se negaba a dar explicaciones y a tomar en consideración el riesgo a ser descubierto. Salió a la calle, después de discutir con Felipe, que le increpó a voz en grito:

—¿Adónde vas?

—Voy a salir un momento, enseguida vuelvo.

—¿Te has vuelto loco? A ver si te has creído que porque hayas dejado la chaqueta de pana ya no eres un huido.

—Llevo un buen disfraz, de burgués.

—Pero no para exponerse tontamente, ¿qué clase de bicho te ha picado?

—Antes de una hora estoy aquí, te lo juro.

—Pero ¿adónde tienes que ir?

—Tengo que salir.

—Tú no vas a ninguna parte.

—Felipe, voy a salir.

—¿No vas a decirme siquiera adónde vas?

—Si te empeñas.

—Me empeño, por mis muertos.

—A ver a Pepita.

—¿Qué me estás diciendo?

—Que voy a ver a Pepita.

—¿Y qué tienes con ella?

—Sólo buenas intenciones. En una hora estoy aquí, camarada, te lo juro.

—No me digas camarada, cabrón, mientras te vas a rondar a una muchacha que sabes que no tiene madre, que no tiene padre, que está sola, y tú la pones en peligro. A ella, a ti, y a mí, a todos nos pones en peligro si sales a la calle.

—Más peligro es ir a ver a Tensi, ¿no?

—No la nombres siquiera, hijo puta, que te mato.

De nada sirvió la discusión, Paulino salió a la calle dejando que Felipe continuara insultándolo desde el descansillo de la escalera.

Cuando Paulino regresó, Felipe le dijo que Carmina había caído y que tenían que irse sin perder un minuto. Volvieron a discutir, pero salieron a la calle vestidos de burgueses después de haberse abrazado.

La ropa que viste le resulta incómoda, a Paulino. Una y otra vez se ahueca el cuello de la camisa con los dedos para liberar su garganta del ahogo que le provoca su rigidez. En el tranvía que le lleva hacia la plaza de Manuel Becerra, no deja de pensar en Pepita. Sentado junto a Felipe, contesta con monosílabos a su compañero. Sabe que él intenta conversar a modo de disculpa por los insultos que le profirió hace apenas una hora, pero él no tiene ganas de hablar.

—A mí no me engañas, a ti no te gusta nuestro disfraz de burgués, porque parecemos burgueses de verdad.

—Ya.

—Ya se conoce que no.

—¿Qué?

—Que ya se conoce que no te gusta, te acabarás arrancando el cuello.

—Ya.

—Ya, ya, pues déjalo ya, que me estás poniendo los nervios para arriba.

La ha abandonado. Ha abandonado a Pepita como abandonó a Elvira y a su madre en el puerto de Alicante. Es posible que no vuelva a verla, que desaparezca en la sombra de este desconcierto, al igual que desaparecieron su madre y su hermana, de las que no tiene noticias desde entonces. Paulino sólo sabe que a todos los que estaban en el puerto los consideraron prisioneros políticos. Que separaron a las mujeres de los hombres y los encerraron a todos, incluso los cines de la ciudad se convirtieron en prisiones improvisadas. También algunos conventos sirvieron de cárceles. Cuando cines y conventos estuvieron abarrotados, a las mujeres las llevaron al Campo de Los Almendros, y a los hombres al de Albatera. Un compañero del Partido le dijo que después trasladaron a un gran número de mujeres a Madrid. Las llevaron en tren. En el trayecto murieron cinco niños. Tardaron cinco días en llegar, en vagones precintados, y hacía mucho calor. El primer día les dieron una naranja y una sardina de lata. El tercero, medio chusco de pan negro. Eso fue todo lo que comieron en cinco días.

—Es bonito Madrid.

No ha podido avisar a Pepita, no ha podido decirle siquiera que se iban de Ave María. No ha podido. Y la dueña de la casa no ha querido llevarle una nota, dijo que no, que no quería llevar eso encima si la cogían. Felipe volvió a enfadarse con él cuando oyó lo que estaba pidiendo.

—A ti se te ha ido el seso como el agua se va por un caño, chiquillo, en un momento se te ha ido todo el seso.

—Sólo quería enviarle una nota.

—¡Qué nota ni qué nota, joder! ¿No te das por enterado de que esta mujer no tiene que saber de ella ni el nombre? ¡Y vas tú, y le quieres dar las señas, so merluzo!

—Le he pedido que venga esta noche.

—¿Aquí? ¿A Pepita?

—Sí.

—La has hecho buena.

Felipe descubrió en la expresión de angustia de Paulino un terror que no le había visto nunca, ni siquiera en los peores momentos de las peores atrocidades que habían presenciado juntos. Le miró a los ojos, y le dijo que no se preocupara, que avisarían a Pepita de que no debía volver a Ave María.

—Mira, ahí estuvimos nosotros poniendo sacos, se ve que no hicimos bien la faena.

El tranvía rodea la Puerta de Alcalá.

—Sí.

La buscará en la puerta del penal. Intentará acercarse a ella y le entregará una carta. Hoy mismo escribirá la carta.

—Menudos pepinazos, tiene más agujeros que un cedazo.

Es raro Felipe, le dio un abrazo inmenso antes de abrir la puerta de Ave María, cuando le dijo que no se preocupara por Pepita.

—No te preocupes por Pepita, y ven aquí, cabrón. Dame un abrazo, hijo puta, que llevas una herida más honda que la mía.

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