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—Más bien parecen cortaplumas —dijo Veslovski en tono de broma, sin apartar los ojos de Anna.

Ésta esbozó una sonrisa apenas perceptible, pero no le respondió.

—¿No es verdad, Karl Fiódorovich, que son como tijeras? —preguntó Anna, dirigiéndose al administrador.

—O ja—respondió el alemán—. Es ist ein ganz einfaches Ding. 145

Y se puso a explicar el funcionamiento de la máquina.

—Es una lástima que no sirva para agavillar. En la exposición de Viena he visto máquinas que agavillaban con alambre —intervino Sviazhski—. Eso me parece más útil.

Es kommt drauf an... Der Preis vom Draht muss ausgerechnet werden. —El alemán, que había salido de su mutismo, se dirigió a Vronski—: Das lässt sich ausrechnen Erlaucht. —Estuvo a punto a sacar del bolsillo un lápiz y una libreta en la que hacía los cálculos, pero, al recordar que estaba sentado a la mesa y reparar en la fría mirada de Vronski, se abstuvo—. Zu complicirt, macht zu viel Klopot 146—concluyó.

Wünst man Dochots, so hat man auch Klopots—dijo Vásenka Veslovski, burlándose del alemán—. J'adore l'allemand 147—añadió, dirigiéndose a Anna con la misma sonrisa de antes.

Cessez 148—replicó Anna, medio en broma, medio en serio—. Esperábamos encontrarle a usted en el campo, Vasili Semiónich —añadió, dirigiéndose al médico, hombre de aspecto enfermizo—. ¿Ha estado usted allí?

—Sí, pero me volatilicé —respondió el médico, con un sentido del humor bastante lúgubre.

—Seguro que ha hecho usted mucho ejercicio.

—En efecto.

—¿Y cómo sigue de salud la vieja? Espero que no sea tifus.

—No es tifus, pero su estado no es nada bueno.

—¡Cuánto lo siento! —exclamó Anna, y, después de esa muestra de cortesía con la gente de la casa, se dirigió a sus amigos.

—Sería difícil construir una máquina a partir de su descripción, Anna Arkádevna —le dijo Sviazhski en broma.

—No, ¿por qué? —replicó Anna con una sonrisa, consciente de que Sviazhski había sucumbido al encanto de su explicación. Ese nuevo rasgo de coquetería juvenil causó en Dolly una impresión desagradable.

—En cambio, los conocimientos de arquitectura de Anna Arkádevna son asombrosos —dijo Tushkévich.

—¡Ya lo creo! —exclamó Veslovski—. Ayer la oía hablar de plintos y frontones. ¿Lo digo bien?

—No tiene nada de sorprendente cuando se ven y se oyen tantas cosas relacionadas con la construcción —dijo Anna—. ¿Sabe usted al menos con qué se hacen las casas?

Daria Aleksándrovna se daba cuenta de que a Anna le desagradaba ese tono burlón con el que le hablaba Veslovski, aunque involuntariamente acababa adoptándolo también ella.

En ese caso, Vronski se comportaba de manera completamente distinta a Levin. No sólo no concedía la menor importancia a la charla de Veslovski, sino que hasta le estimulaba en sus bromas.

—Dígame, Veslovski, ¿con qué se unen los ladrillos?

—Con cemento, naturalmente.

—¡Bravo! ¿Y qué es el cemento?

—Algo así como una pasta... O más bien una masilla —respondió Veslovski, suscitando una carcajada general.

La conversación no decayó en ningún momento (sólo el médico, el arquitecto y el administrador guardaban un sombrío silencio), tan pronto fluyendo apaciblemente como enredándose en descalificaciones y ataques personales. En una ocasión Daria Aleksándrovna se sintió herida en lo vivo, se excitó mucho y se puso colorada. Más tarde, al recordar la escena, pensó si no habría dicho algo desagradable y fuera de lugar. Al hablar de las máquinas, Sviazhski se refirió a la extraña teoría de Levin, que las juzgaba perjudiciales para la agricultura rusa.

—No tengo el gusto de conocer al señor Levin —dijo Vronski con una sonrisa—, pero es posible que no haya visto nunca las máquinas que condena, o al menos que sólo haya visto las de fabricación rusa, sin prestarles demasiada atención. Eso explica su opinión.

—La verdad es que, en general, sus ideas son dignas de un turco —dijo Veslovski con una sonrisa, dirigiéndose a Anna.

—No me corresponde a mí defender sus opiniones —exclamó Daria Aleksándrovna, acalorándose—, pero puedo decir que es un hombre muy instruido y que, si estuviera aquí, sabría cómo responderle a usted, cosa que yo no sé hacer.

—Yo le tengo mucho aprecio y somos grandes amigos —dijo Sviazhski con una sonrisa bondadosa—. Mais pardon, il est un petit peu toqué. 149Por ejemplo, considera que la asamblea rural y los jueces de paz son completamente innecesarios y se niega a participar en nada de eso.

—Es nuestra indiferencia rusa —intervino Vronski, vertiendo agua de una garrafa helada en su fina copa—. Nos negamos a aceptar que los derechos de los que gozamos entrañan ciertas responsabilidades.

—No conozco a un hombre que sea más estricto que Levin en el cumplimiento de su deber —replicó Daria Aleksándrovna, a quien irritaba el tono de superioridad de Vronski.

—Pues yo, ahí donde me ven —prosiguió Vronski, herido en lo vivo por esa conversación—, le estoy muy agradecido a Nikolái Ivánovich —señaló a Sviazhski— por haberme concedido el honor de nombrarme juez de paz. Considero tan importante asistir a las sesiones o juzgar una disputa entre campesinos por un caballo como cualquier otra de mis actividades. Y será para mí un honor que me elijan vocal. Sólo de ese modo puedo saldar la deuda que he contraído con la sociedad por los beneficios de los que disfruto como terrateniente. Por desgracia, la gente no comprende el importante papel que deben desempeñar los grandes propietarios en los asuntos del Estado.

A Daria Aleksándrovna le resultaba extraño que Vronski, en su propia casa, defendiera con tanta seguridad sus ideas. Se acordó de que Levin, que albergaba opiniones diametralmente opuestas, se mostraba igual de firme cuando, sentado a la mesa, exponía sus propios juicios. Pero, como apreciaba a Levin, se puso de su parte.

—Entonces, conde, ¿podemos contar con usted para la próxima sesión? —preguntó Sviazhski—. Pero tendremos que partir un poco antes, para llegar allí el día ocho. Si me concediera el honor de venir a mi casa...

—Pues yo, en parte, comparto la opinión de tu beau frère—intervino Anna—, aunque por motivos diferentes —añadió con una sonrisa—. Tengo la sospecha de que en los últimos tiempos las obligaciones sociales se han multiplicado. Lo mismo que antes había tantos funcionarios que había que dirigirse a uno distinto para cada caso, ahora todo el mundo se ocupa de cuestiones sociales. Llevamos aquí seis meses, y Alekséi ya es miembro, si no me equivoco, de cinco o seis instituciones sociales diferentes: es miembro de un patronazgo, juez de paz, vocal, jurado y ha desempeñado algún otro cargo relacionado con los caballos. Du train que cela va 150acabará ocupándose sólo de eso. Y me temo que con tal cantidad de funciones todo acabará convirtiéndose en puro formalismo. ¿De cuántas instituciones es usted miembro, Nikolái Ivánovich? —preguntó, dirigiéndose a Sviazhski—. De más de veinte, si no recuerdo mal.

Anna hablaba en broma, pero su tono denotaba cierto enfado. Daria Aleksándrovna, que observaba con atención a Anna y a Vronski, lo advirtió en el acto, como también que a lo largo de la conversación el rostro de Vronski había adoptado una expresión seria y obstinada. Atando cabos —todos esos detalles, el hecho de que la princesa Varvara se apresurara a cambiar de conversación, poniéndose a hablar de sus conocidos petersburgueses, y el recuerdo de la extemporánea digresión de Vronski en el jardín, cuando se refirió a sus actividades—, Dolly llegó a la conclusión de que el asunto era fuente de disgustos entre Anna y Vronski.

La comida, el vino y el servicio eran excelentes, pero todo tenía ese carácter impersonal y esa tirantez de las cenas y bailes de gala, de los que tanto se había desacostumbrado. La fastuosidad no cuadraba con un día corriente y un círculo reducido. Por eso produjo en Dolly una impresión desagradable.

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