—¡Dios mío! ¿Y a eso lo llaman paperas?
—Es lo que dijo la señorita Mary Jane.
—Bueno, y, ¿por qué diablo lo llaman paperas?
—Bueno, porque son las paperas. Empieza por ahí.
—Bueno, pues no tiene sentido. Alguien podría pin charse en el pie, infectarse, caerse por un pozo y romperse el cuello y que se le salieran los sesos y entonces vendría un imbécil a decir que se había muerto porque se había cortado en un pie. ¿Tendría sentido eso? No, y esto tampoco tiene sentido. ¿Es contagioso?
—¿Que si es contagioso? Qué cosas decís. ¿Se puede uno enganchar con un rastrillo en la oscuridad? Si no le pega uno en un diente le pega en el otro, ¿no? Y no se puede uno quitar el diente sin arrastrar todo el rastrillo, ¿no? Bueno, pues las paperas de este tipo son como una especie de rastrillo, como si dijéramos, y no un rastrillito de juguete, sino que cuando te quedas con él te quedas enganchado de verdad.
—Bueno, pues me parece horrible —dijo la del labio leporino—; voy a ver al tío Harvey y…
—Ah, sí —dije—. Es lo que haría yo. Naturalmente que sí. No perdería ni un momento.
—Bueno, ¿por qué no?
—No tienes más que pensarlo un minuto y a lo mejor lo entiendes. ¿No están vuestros tíos obligados a volver a Inglaterra lo antes que puedan? ¿Y creéis que van a ser lo bastante mezquinos como para marcharse y dejaros que hagáis todo ese viaje solas? Sabéis que os esperarán. Muy bien. Vuestro tío Harvey es predicador, ¿no? Muy bien, entonces. ¿Va un predicador a engañar a un empleado de la línea de barcos? ¿Va a engañar al sobrecargo de un barco? ¿Para conseguir que dejen embarcar a la señorita Mary Jane? Sabéis perfectamente que no. ¿Entonces qué va a hacer? Pues dirá: «Es una pena, pero las cosas de mi iglesia tendrán que arreglárselas como puedan, porque mi sobrina ha estado expuesta a esas horribles paperas pluribusunum, de manera que tengo la obligación de quedarme aquí esperando los tres meses que hacen falta para ver si le han contagiado». Pero no importa, si creéis que es mejor decírselo a vuestro tío Harvey…
—Eso, y quedarnos aquí haciendo el tonto cuando podríamos estar divirtiéndonos en Inglaterra mientras esperábamos si a Mary Jane le habían dado o no. Qué tonterías dices.
—Bueno, en todo caso, a lo mejor tendríais que decírselo a alguno de los vecinos.
—Mira ahora lo que dice. Eres lo más estúpido que he visto. ¿No entiendes que ellos lo contarían todo? Lo único que hay que hacer es no decírselo a nadie.
—Bueno, a lo mejor tienes razón… Sí, creo que tienes razón.
—Pero creo que de todas formas tendríamos que decirle al tío Harvey que se ha ido un tiempo para que no se intranquilice por ella.
—Sí, la señorita Mary Jane quería que se lo dijerais. Me ha dicho: «Decidle que saluden al tío Harvey y al tío William de mi parte y que les den un beso y les digan que he ido al otro lado del río a ver al señor… Al señor…» ¿Cómo se llama esa familia tan rica a la que estimaba tanto vuestro tío Peter?… Me refiero a la que…
—Hombre, debes referirte a los Apthorp, ¿no?
—Naturalmente, malditos nombres, no sé por qué pero la mitad del tiempo se me olvidan. Sí, me encargó que dijerais que ha ido a ver a los Apthorp para decirles que estén seguros de que vienen a la subasta y de que compran esta casa, porque sabe que su tío Peter preferiría que la tuvieran ellos mejor que nadie, y que va a quedarse con ellos hasta que digan que van a venir, y después, si no está demasiado cansada, volverá a casa, y si está cansada volverá por la mañana de todas formas. Me encargó que no dijese nada de los Proctor, y que no hablase más que de los Apthorp, lo cual es perfectamente verdad, porque va a ir allí a hablar de la compra de la casa; lo sé porque me lo dijo ella misma.
—Muy bien —dijeron, y se marcharon a buscar a sus tíos y a darles los saludos y los besos y contarles el recado.
Ahora todo estaba en orden. Las chicas no dirían nada porque querían ir a Inglaterra, y el rey y el duque preferirían que Mary Jane se hubiera ido a trabajar para que saliera bien la subasta y no estuviera al alcance del doctor Robinson. Yo me sentía estupendo, y calculaba que lo había hecho muy bien… Calculaba que ni el mismo Tom Sawyer lo podría haber hecho mejor. Naturalmente, él lo habría hecho con más estilo, pero eso a mí no me sale fácil, porque no me he educado de esa forma.
Bueno, organizaron la subasta en la plaza pública, hacia media tarde, y duró y duró; y allí estaba el viejo, con sus aires de santurrón, justo al lado del subastador, citando de vez en cuando algo de las Escrituras o algún dicho piadoso, y el duque iba de un lado a otro haciendo «gu—gu» para que todo el mundo sintiera compasión, y sonriéndoles a todos.
Pero poco a poco fueron acabándose las cosas y vendiéndose todas, salvo unas pocas que quedaban en el cementerio. Entonces se pusieron a tratar de vender aquello; en mi vida he visto ni siquiera una jirafa como el rey, tan dispuesta a tragárselo todo. Y cuando estaban en ésas atracó un barco de vapor y unos dos minutos después llegó un grupo pegando gritos y chillidos, riéndose y armando jaleo y gritando:
—¡Aquí llega la oposición! Ahora tenemos dos grupos de herederos de Peter Wilks: ¡Pasen, paguen y vean!
Capítulo 29
Traían a un caballero anciano de muy buen aspecto y a otro más joven también de buen aspecto, con el brazo derecho en cabestrillo. ¡Dios mío, cómo gritaba y reía aquella gente, sin parar un momento! Pero yo no le veía la gracia y supuse que al duque y al rey también les costaría trabajo verla. Me daba la sensación de que se iban a poner pálidos. Pero no, ellos no palidecieron. El duque no dejó ver que sospechaba lo que pasaba, sino que siguió haciendo «gu—gu» a la gente, feliz y contento, como un cántaro del que se vierte la leche, y en cuanto al rey, no hizo más que mirar con pena a los recién llegados, como si le doliese el estómago sólo de pensar que podía haber en el mundo gente con tan poca vergüenza. ¡Ah!, lo hizo admirablemente. Muchos de los personajes del pueblo fueron junto al rey para demostrarle que estaban de su parte. El viejo caballero que acababa de llegar parecía muerto de confusión. En seguida empezó a hablar y vi inmediatamente que tenían un acento igual que el de un inglés, no al estilo del rey, aunque el rey hacía muy bien las imitaciones. No sé escribir exactamente lo que dijo el anciano, ni puedo imitarlo, pero se volvió hacia la gente y va y dice algo así:
—Ésta es una sorpresa que no me esperaba, y reconozco con toda sinceridad que no estoy muy bien preparado para reaccionar a ella y responder, pues mi hermano y yo hemos sufrido algunas desgracias; él se ha roto el brazo y anoche dejaron nuestro equipaje en un pueblo más arriba por equivocación. Soy Harvey, el hermano de Peter Wilks, y éste, su hermano William, que es sordomudo, y ahora ni siquiera puede hablar mucho por señas, dado que sólo tiene una mano libre. Somos quienes decimos que somos, y dentro de un día o dos, cuando llegue el equipaje, podré demostrarlo. Pero hasta entonces no voy a decir más, sino que me voy al hotel a esperar.