Calculé que ya lo teníamos todo encaminado y dije:
—Déjelos usted con su subasta y no se preocupe. Nadie tendrá que pagar lo que compre hasta un día después de la subasta, al haberse anunciado con tantas prisas, y no se van a marchar hasta que consigan ese dinero; tal como lo hemos arreglado la venta no va a contar y no van a conseguir ningún dinero. Es igual que lo que pasó con los negros: no vale la venta y los negros volverán dentro de muy poco. Fíjese que todavía no pueden cobrar el dinero de los negros… Están en una situación malísima, señorita Mary.
—Bueno —respondió ella—, voy a bajar a desayunar y después me iré directamente a casa del señor Lothrop. —Eso no puede ser, señorita Mary Jane —le indiqué—, en absoluto; váyase antes del desayuno.
—¿Por qué?
—¿Por qué cree usted que quería yo que hiciera todo esto, señorita Mary Jane?
—Bueno, no se me había ocurrido… Y ahora que lo pienso, no lo sé. ¿Por qué?
—Pues porque no es usted una caradura. A mí me gusta su cara tal como es. Puede uno sentarse a leerla como si estuviera escrita en letras mayúsculas. ¿Cree usted que puede ir a ver a sus tíos cuando vayan a darle los buenos días con un beso y no…?
—¡Vamos, vamos, no sigas! Sí, me marcharé antes del desayuno y muy contenta. ¿Y dejo a mis hermanas con ellos?
—Sí, no se preocupe por ellas. Tienen que seguir aguantando un tiempo. Podrían sospechar algo si desaparecieran todas ustedes. No quiero que usted los vea a ellos, ni a sus hermanas ni a nadie del pueblo; si un vecino le pregunta cómo están sus tíos esta mañana, a lo mejor usted les revelaba algo con un gesto. No, váyase inmediatamente, señorita Mary Jane, y ya lo arreglaré yo con todos ellos. Le diré a la señorita Susan que salude afectuosamente a sus tíos y que diga que se ha marchado usted unas horas a descansar un poco y cambiarse, o a ver a una amiga, y que volverá esta noche o a primera hora de la mañana.
—Está bien lo de que he ido a ver a unos amigos, pero no quiero que los salude de mi parte.
—Bueno, pues que no les diga nada.
Aquello se lo podía decir a ella, porque no hacía daño a nadie, era algo sin importancia y que no traía problemas, y son las cosas sin importancia las que le facilitan la vida a la gente aquí abajo; Mary Jane se quedaría tranquila, y no costaba nada. Después añadí:
—Queda otra cosa: la bolsa con el dinero.
—Bueno, eso ya lo tienen, y me siento muy tonta al pensar cómo la han conseguido.
—No, ahí se equivoca. No la tienen.
—Pues, ¿quién la tiene?
—Ojalá lo supiera, pero no lo sé. La tuve yo, porque se la robé, y se la robé para dársela a usted, y sé dónde la escondí pero me temo que ya no está allí. Lo siento muchísimo, señorita Mary Jane, no lo puedo sentir más; pero hice todo lo que pude; de verdad que sí. Casi me pillaron y tuve que meterla en el primer sitio que encontré y echar a correr, pero no era un buen sitio.
—Bueno, deja de echarte la culpa; te hace sentir mal y no te lo consiento; no pudiste evitarlo; no fue culpa tuya. ¿Dónde la escondiste?
No quería que volviera a pensar en sus problemas y no podía conseguir que mi boca le dijera algo que volvería a hacer que viese aquel cadáver con la bolsa de dinero en el estómago. Así que durante un momento no dije nada y después respondí:
—Prefiero no decirle dónde la puse, señorita Mary Jane, si no le importa perdonarme; pero se lo escribiré en un trozo de papel y puede leerlo camino de casa del señor Lothrop, si quiere. ¿Le parece bien así?
—Ah, sí.
Así que escribí: «La puse en el ataúd. Allí estaba cuando se pasó usted la noche llorando. Yo estaba detrás de la puerta y me sentía muy triste por usted, señorita Mary Jane».
Se me saltaron un poco las lágrimas al recordar cómo se había quedado llorando allí sola toda la noche mientras aquellos diablos dormían bajo su propio techo, engañándola y robándola, y cuando doblé la nota y se la di vi que también a ella se le habían saltado las lágrimas, y me agarró de la mano muy fuerte y me dijo:
—Adiós. Voy a hacer todo exactamente como me has dicho, y si no vuelvo a verte, jamás te olvidaré y pensaré en ti muchas, muchísimas veces, ¡y siempre rezaré por ti! —y se fue.
¡Rezar por mí! Pensé que si me conociera se habría impuesto una tarea más digna de ella. Pero apuesto a que de todos modos lo hizo: ella era así. Tenía fuerzas para rezar por judas si se le ocurría, y nunca se echaba atrás. Pueden decir lo que quieran, pero para mí era la chica más valiente que había conocido; para mí que estaba llena de valor. Parece un halago, pero no lo es. Y en cuanto a belleza —y también a bondad—, tenía más que nadie en el mundo. No la he vuelto a ver desde aquella vez que salió por la puerta; no, no la he vuelto a ver desde entonces, pero creo que he pensado en ella muchos, muchísimos millones de veces y en cómo dijo que iba a rezar por mí, y si alguna vez se me hubiera ocurrido que valdría de algo el que yo rezase por ella, seguro que o rezo o reviento.
Bueno, calculo que Mary Jane se fue por la puerta de atrás, porque nadie la vio salir. Cuando me encontré con Susan y la del labio leporino les dije:
—¿Cómo se llama esa familia del otro lado del río que vais a ver a veces?
Contestaron:
—Hay varias; pero sobre todo la familia Proctor.
—Ése es el nombre —dije—; casi se me olvidaba. Bueno, la señorita Mary Jane me encargó que os dijera que había tenido que irse a toda prisa: hay alguien enfermo.
—¿Cuál?
—No lo sé: o si lo sé se me ha olvidado; pero creo que es…
—Dios mío. ¡Espero que no sea Hanna!
—Siento decirlo —añadí—, pero es precisamente ella. —¡Dios mío, con lo bien que estaba la semana pasada! ¿Está muy enferma?
—No tengo ni idea. Se quedaron sentados con ella toda la noche, dijo la señorita Mary Jane, y no creen que dure muchas horas.
—¡Quién iba a pensarlo! ¿Qué le pasa?
No se me ocurrió nada razonable que decir inmediatamente, así que contesté:
—Tiene paperas.
—¡Paperas tu abuela! La gente no se queda a acompañar a las personas con paperas.
—¿Conque no, eh? Pues apuesto a que sí cuando son paperas como las suyas. Estas paperas son diferentes. Son de un tipo nuevo, me dijo la señorita Mary Jane.
—¿Qué tipo nuevo?
—Mezcladas con otras cosas.
—¿Qué otras cosas?
—Bueno, sarampión, tos ferina, erisipela y consunción y la inciricia y fiebre cerebral y no sé qué más.