¡Estaba bien claro que aquello había sido traición a la patria! ¡Por supuesto que había sido una cruel traición! Pero.... del propio Stalin. Traicionar no es necesariamente venderse. La ignorancia y la negligencia en la preparación de la guerra, el desconcierto y la cobardía en su comienzo, el absurdo sacrificio de ejércitos y regimientos sólo para seguir luciendo un uniforme de mariscal, ¿acaso puede cometer traición más grave un Comandante Supremo?
A diferencia de Samsónov, Vlásov no se suicidó. Perdido su ejército, erró por bosques y pantanos hasta rendirse el 12 de julio en la región del río Síverskaya. Pronto se encontró en Vínnitsa, en un campo especial para oficiales prisioneros de alta graduación creado por el conde Von Staufienberg, futuro participante en una conspiración contra Hitler. Los siguientes dos años de la vida de Vlásov transcurrieron bajo la protección de los círculos militares oposicionistas (más tarde, muchos de sus integrantes saldrían a relucir y morirían en la confabulación contra Hitler). En las primeras semanas de cautiverio, él y el coronel Boyarski, ex comandante de la 41ª División de la Guardia, redactaron un informe: la mayoría de la población soviética, tanto civiles como militares, vería con agrado el derrocamiento del Gobierno soviético si Alemania reconociera a la nueva Rusia en pie de igualdad (quizás influyera en este apresurado dictamen la experiencia personal de Vlásov: sus suegros habían sido «colectivizados» y su esposa obligada a renegar oficialmente de sus padres, aunque los ayudaba bajo mano. Mas ahora, ella y su hijo iban a ser inmolados por ese cambio de actitud del general en cautiverio: un buen día desaparecieron en las fauces del NKVD).
Con aquella octavilla en la mano resultaba difícil creer de buenas a primeras que se tratara de un hombre eminente, que toda su vida hubiera servido con fidelidad al régimen soviético, o que sintiera profundamente y desde hacía tiempo inquietud por los destinos de Rusia. La siguiente remesa de octavillas, que anunciaba la creación del ROA, el «Ejército Ruso de Liberación» del general Vlásov, no sólo estaba escrita en un pésimo ruso, sino que además rezumaba un espíritu extranjero, claramente alemán, e incluso cierto desinterés por el asunto. En cambio, las octavillas mostraban una grosera jactancia al hablar de gachas suculentas y de la alegría reinante entre los soldados. Costaba creer en la existencia de aquel Ejército. Y si en verdad existía, ¿de qué podían estar tan alegres? Solo un alemán podría mentir así.
En realidad no hubo tal ROA casi hasta al final de la guerra. Lo que sí hubo todos esos años fue unos cuantos cientos de mil esde auxiliares voluntarios —los Hilfwillige— diseminados por todas las unidades alemanas, con los mismos derechos que un soldado, ya fuera total o parcialmente. Existieron además formaciones de voluntariosantisoviéticos compuestas por hombres que habían sido hasta hacía poco ciudadanos de la URSS, pero al mando de oficiales alemanes. Los primeros en brindar apoyo a los nazis fueron los lituanos (¡tantas faenas les habíamos hecho en sólo un año!). Luego aparecerían una división de voluntarios de las SS compuesta por ucranianos y unos destacamentos, también de las SS, formados por estonios. En Bielorrusia se reclutó una milicia popularcontra los guerrilleros (¡que llegó a tener cien mil hombres!). Un batallón turkestano. Otro, tártaro, en Crimea. (Y todo esto lo habían sembrado los propios soviets. Por ejemplo, en Crimea, con la estúpida persecución de las mezquitas, cuando en otro tiempo la perspicaz Catalina la Grande afianzaba sus conquistas asignando recursos del Estado para construirlas y ampliarlas. También los hitlerianos, al llegar, tuvieron el acierto de proteger las mezquitas.) Cuando los alemanes conquistaron nuestro sur, el número de batallones de voluntarios aumentó todavía más: uno georgiano, uno armenio, uno norcaucásico y dieciséis kal-mucos (mientras que en el Sur casi no aparecieron guerrilleros soviéticos.) Cuando los alemanes se retiraron del Don, marchó con ellos una columna de unos quince mil cosacos, de los que la mitad eran aptos para el combate. En los alrededores de Lokot (región de Briansk), en 1941, los habitantes del lugar abolieron los koljoses antes de que llegaran los alemanes, se armaron contra los guerrilleros soviéticos y crearon una región autónoma que tenían previsto que durara hasta 1943 (presidida por el ingeniero K.P. Voskobóinikov), con una brigada armada de veinte mil hombres (bajo la bandera de San jorge), que se autodenominaba ROÑA, Ejército Popular Ruso de Liberación. Sin embargo, no llegó a constituirse un auténtico ejército de liberación de toda Rusia, por más que abundaran intentos y proyectos, tanto por parte de los propios rusos que ansiaban empuñar las armas para liberar a su país, como de grupos de militares alemanes —con escasa influencia y puestos de mediana importancia— realistas y conscientes de que con la política hitleriana de colonización a ultranza no se podía ganar la guerra contra la URSS. Entre dichos militares había bastantes alemanes del Báltico, y entre ellos veteranos del antiguo Ejército del zar que percibían con especial sensibilidad la situación en que se encontraba Rusia, como por ejemplo el capitán Strick-Strickfeldt. Este grupo intentaba en vano hacer comprender a la cúpula hitleriana que era necesaria una alianza germano-rusa. A su fantasía se debe el nombre de ese ejército, el futuro estatuto que se esperaba conferirle y el bordado en la bocamanga (sobre campo de San Andrés)* que se llevaría sobre el uniforme alemán. En 1942, en la aldea Osintorf, cerca de Orsha, se creó con la ayuda de algunos emigrados rusos (Ivanov, Kromiadi, Igor Sájarov, Grigori Lamsdorf) una «unidad experimental» con prisioneros nuestros: llevaban uniformes y armas soviéticos, pero con los antiguos galones y escarapela rusos. A finales de 1942 esta formación contaba con siete mil hombres; eran cuatro batallones destinados a convertirse en regimientos, conscientes además de que eran el germen de un futuro RNNA, un Ejército Popular Nacional Ruso. Había más voluntarios de los que la unidad podía admitir, pero no tenían ninguna seguridad, pues no podían fiarse de los alemanes, y ello con razón. En diciembre de 1942 la unidad se vio afectada por una orden de reforma: debía disolverse en batallones separados, vestir uniforme alemán e incorporarse a las unidades alemanas. Aquella misma noche trescientos hombres se pasaron a la guerrilla soviética.
En otoño de 1942, Vlásov dio autorización para que se utilizara su nombre para la unificación de todas las formaciones antibolcheviques, el mismo otoño de 1942 en que el Gran Cuartel General de Hitler rechazó las propuestas de los mandos intermedios del Ejército para que Alemania renunciara a los planes de colonización del este y emprendiera en su lugar la creación de fuerzas nacionales rusas. De este modo, apenas tomada esta decisiva elección, apenas dado ya el primer paso por la senda elegida, Vlásov se veía privado de todo papel que no fuera la propaganda, y así iba a ser hasta el final. Los círculos militares que protegían a Vlásov pensaron que su proyecto se vería fortalecido si lograban ponerlo en movimiento. De ahí que lanzaran esa proclama diciendo que se había constituido un «Comité de Smolensk» (la esparcieron por el frente soviético el 13 de enero de 1943) prometiendo todas las libertades democráticas, así como la abolición de los koljoses y del trabajo forzoso. (Era el mismo enero de 1943 en que se prohibía toda unidad rusa por encima de los batallones...) Aunque no había sido autorizada, la proclama se difundió también en las regiones ocupadas por los alemanes, donde provocó muchas emociones y expectación. Los guerrilleros la desmentían diciendo que no había ningún Comité de Smolensk, ni tampoco ningún Ejército Ruso de Liberación, que aquello eran mentiras de los alemanes. El plan inicial estaba haciendo necesario un segundo proyecto: unas giras de propaganda de Vlásov por las regiones ocupadas (de nuevo estaban obrando según su albedrío, sin conocimiento ni consentimiento del Gran Cuartel General ni del mismo Hitler; a nuestro espíritu, sometido al totalitarismo, le habría sido difícil concebir semejante espontaneidad, en nuestro país no se podía dar un solo paso importante sin autorización desde lo más alto, pero es que en nuestro país el sistema era incomparablemente más rígido que el nazi, llevábamos con él un cuarto de siglo y los nazis sólo diez años). Con un capote confeccionado de forma artesanal, que no pertenecía a ningún ejército —marrón, con solapas rojas de general pero sin distintivos de graduación— Vlásov llevó a cabo el primero de esos viajes en marzo de 1943 (Smolensk-Moguiliov-Bobruisk) y un segundo en abril (Riga-Pechori-Pskov-Gdov-Luga). Estos viajes enardecieron a la población rusa, creaban la impresión tangible de que estaba naciendo un movimiento ruso independiente, de que podía renacer una Rusia independiente. Vlásov pronunció discursos en los teatros de Smo-lensk y de Pskov, llenos hasta los topes, habló de los objetivos del movimiento de liberación, y dijo abiertamente que el nacionalsocialismo era inaceptable para Rusia, pero que era imposible derribar al bolchevismo sin los alemanes. Con la misma franqueza, el público le preguntaba si era cierto que los alemanes tenían la intención de convertir Rusia en una colonia y al pueblo ruso en animales de labor. ¿Por qué seguía sin haber nadie que explicara qué iba a pasar con Rusia después de la guerra? ¿Por qué los alemanes no permitían que los rusos se autogobernasen en las regiones ocupadas? ¿Por qué los voluntarios antiestalinistas no podían luchar si no era bajo mando alemán? Vlásov respondía con apuro, aunque con más optimismo del que pudiera quedarle a esas alturas. Por su parte, el Gran Cuartel General Alemán respondió con una orden del mariscal de campo Keitel: «En vista de las irresponsables y vergonzosas declaraciones del general ruso prisionero Vlásov durante su viaje al Grupo de Ejército del Norte, que ha tenido lugar sin conocimiento del Führer ni mío, se dispone su inmediato traslado a un campo de prisioneros». Sólo se permitía utilizar el nombre del general con fines propagandísticos, y si el general volvía a hablar a título personal, debería ser entregado a la Gestapo y neutralizado.