«¡Ay, si lo hubiera sabido...!»: éste era el estribillo en las celdas esa primavera. «¡Si hubiera sabido que me iban a recibir así!, ¡que me iban a engañar así! ¡que me esperaba esta suerte! ¿Iba a volver yo a la patria ? ¡Por nada del mundo! ¡Hubiera hecho todo lo posible por llegar a Suiza, a Francia! ¡Habría cruzado el mar! ¡El océano! ¡Hasta la otra punta del mundo!»
Sin embargo, aunque los prisioneros lo supieran, con frecuencia obraban igual. Vasili Alexandrov cayó prisionero en Finlandia. Ahí dio con él un viejo mercader de San Petersburgo quien, después de preguntar su nombre y patronímico, le dijo: «El año 1917 quedé en prenda con su padre de usted por una importante suma que después no tuve ocasión de pagar. ¡Tenga usted a bien cobrármela!». ¡Menuda ganga! Después de la guerra, Alexandrov fue admitido en el círculo de los emigrados rusos, ahí conoció a una chica a la que amaba y con la que se prometió muy en serio. Para contribuir a su formación, el futuro suegro le dio a leer una colección de Pravda auténtica, tal como se publicó de 1918 a 1941, sin amaños ni enmiendas. Al mismo tiempo le puso al corriente de la historia de las riadas , más o menos como en el capítulo 2. Y pese a todo... Alexandrov abandonó novia y bienes, volvió a la URSS y le cayeron, como es fácil colegir, diez años de cárcel más cinco de bozal. En 1953, en un campo especial, se sentía feliz de poder engancharse como jefe de cuadrilla...*
Los más juiciosos ahora rectificaban: ¡Nuestro error fue mucho antes! ¡Quién me mandaba a mí meterme en primera línea en 1941! Si no quieres mal comercio, no te metas en el tercio. Debí haberme hecho un huequecito en la retaguardia desde el principio, ahí sí que se estaba tranquilo. A ésos ahora los tienen como héroes. Y aun mejor hubiera sido desertar: seguramente habríamos conservado el pellejo entero y no nos caerían diez años, sino siete u ocho; en los campos el desertor puede tener el cargo que le dé la gana, y es que ya se sabe, no es un enemigo, un traidor o un político, es de los nuestros, un preso común.Otros objetan exaltados: sí, pero los desertores tendrán que cumplir integramente la condena, hasta que se pudran, no habrá perdón para ellos, mientras que nosotros tendremos pronto una amnistía y nos soltarán a todos. (¡Aún desconocían el principal privilegio del desertor!)
Los que habían sido detenidos por el punto 10, en su casa o en el Ejército Rojo, solían envidiar a los prisioneros de guerra: ¡Qué diablos, por el mismo precio(por los mismos diez años), cuántas cosas interesantes habría visto, en cuántos sitios habría estado! Y nosotros vamos a estirar la pata en un campo sin haber visto más que el pestilente portal de casa. (De todos modos, los del 58-10 apenas lograban ocultar su ilusionado presentimiento de que serían amnistiados en primer lugar.)
Los únicos que no suspiraban diciendo «¡Ay, si lo hubiera sabido!» (porque sabían a lo que iban), los únicos que no esperaban clemencia ni amnistía, eran los vlasovistas.
* * *
Mucho antes de nuestro inesperado encuentro en los catres de las cárceles, yo tenía conocimiento de su existencia, aunque no sabía qué pensar de ellos.
Primero fueron unas octavillas, mojadas muchas veces por
la lluvia y muchas veces secadas por el sol, perdidas en una franja del frente de Orel, entre altas hierbas que llevaban tres años sin conocer la siega. Las octavillas llevaban una fotografía del general Vlásov, acompañada de su biografía. En esa fotografía borrosa, su cara parecía la de un hombre bien comido y que había triunfado, como la de todos nuestros generales formados ya en época soviética. (En realidad no era así. Vlásov era alto y delgado, y en fotografías más detalladas puede verse que parecía un campesino que hubiera estudiado y se hubiera puesto unas gafas de concha.) La biografía parecía confirmar su brillante carrera: en los años de los encarcelamientos masivos estuvo de asesor militar con Chiang Kai-chek. ¿Pero a qué frases de aquella biografía podía darse crédito?
Andréi Andréyevich Vlásov nació en 1900, en una familia campesina de la región de Nizhni-Nóvgorod. Bajo el tutelaje de su hermano, maestro rural, estudió en la academia eclesiástica de Nizhni-Nóvgorod, pero antes de pasar al seminario le sorprendió la Revolución. En la primavera de 1919 fue movilizado por el Ejército Rojo y al final del mismo año ya era jefe de pelotón en el frente contra Denikin. Al terminar la guerra ascendió a jefe de compañía y se quedó en el Ejército. En 1928 siguió los cursos «Vystrel»* y más tarde se incorporó al Estado Mayor. En 1930 ingresó en el VKP(b), lo que le abrió nuevas posibilidades de ascenso. En 1938, ya con el grado de jefe de regimiento, fue enviado como asesor militar a China. Al no estar relacionado con las altas esferas militares o del partido, Vlásov se vio dentro de esa «segunda promoción» que Stalin ascendió para relevar a los jefes de Ejército, de división y de brigada que habían sido liquidados. En 1939 recibió el mando de una división, y en 1940, en la primera hornada de nuevos (antiguos) grados militares, obtuvo el de mayor general. Por lo que siguió después se puede concluir que entre los generales de aquel reemplazo, muchos de ellos completamente obtusos e inexpertos, Vlásov resultó ser uno de los más capacitados. Su división de tiradores n° 99, que hasta entonces era el furgón de cola del Ejército Rojo, ahora era citada como ejemplo en el Estrella Roja*y en la guerra no fue cogida por sorpresa cuando Hitler atacó, al contrario: cuando nuestro retroceso hacia el Este se hizo general, la división avanzó hacia Occidente, recuperó Przemysl y lo mantuvo durante seis días. Después de pasar fugazmente por el cargo de jefe de cuerpo del Ejército, en 1941 Vlásov ya dirigía, en Kiev, el 37º Ejército. Cogido en la enorme bolsa de Kiev, logró abrirse paso al frente de un gran destacamento. En noviembre Stalin le confió el 20º Ejército e inmediatamente entró en combate en Jimki, tras lo cual lanzó una contraofensiva que llegó hasta Rzhev y se convirtió en uno de los salvadores de Moscú. (En un parte de la Oficina de Información* del 12 de diciembre, la enumeración de generales era la siguiente: Zhúkov, Leliushenko, Kuznetsov, Vlásov, Rokossovski...) Con el ritmo precipitado de aquellos meses, Vlásov tuvo tiempo de convertirse en adjunto del comandante del Frente del Voljov (general Meretskov), y en marzo, de tomar el mando del Segundo Ejército de choque que había quedado cercado en un imprudente avance para romper el bloqueo de Leningrado. Vlásov asumió el mando ahí mismo, en el interior de la bolsa. Aún estaban practicables los últimos caminos de invierno, pero Stalin prohibió la retirada y, al contrario, ordenó a las tropas, que ya estaban peligrosamente adentradas, seguir adelante por parajes pantanosos que empezaban a deshelarse, sin víveres, sin armamento y sin apoyo aéreo. Tras dos meses de hambre y agonía (con posterioridad, aquellos soldados me contarían en las celdas de Butyrki que raspaban los cascos de los caballos muertos, en descomposición, que cocían aquellas virutas y se las comían), el 14 de mayo de 1942 los alemanes lanzaron una ofensiva concéntrica sobre el ejército rodeado (y en el aire, como es natural, sólo había aviones alemanes). Y sólo entonces, como una burla, recibieron permiso de Stalin para retroceder a la otra orilla del Voljov. ¡Y aún hubo intentos desesperados de romper el cerco! Hasta comienzos de julio.
Así (como si repitiera la suerte del Segundo Ejército de Samsónov, arrojado insensatamente a una bolsa) sucumbió el Segundo Ejército de Choque de Vlásov.