Todo esto lo soportarían aún los de la escolta, acarrearían el agua y la repartirían, si encima esos puercos no pidieran ir al retrete apenas satisfecha su sed. Porque la verdad es que si no les das agua durante veinticuatro horas, no pedirán ir al retrete; si les das una sola vez, también una vez querrán ir al retrete; pero si te compadeces y les das agua dos veces, dos veces querrán salir a orinar. Las cuentas están bien claras: no darles agua y sanseacabó.
Y no es porque les sepa mal que desahoguen el cuerpo ni porque les ensucien el urinario, sino porque es una operación de responsabilidad —uno hasta diría que una operación militar— que moviliza por largo rato al cabo y a dos soldados. Primero hay que colocar dos centinelas: uno ante la puerta del retrete y otro en el extremo opuesto del pasillo (para que no se precipiten hacia allí). Mientras tanto, el cabo abre y cierra sin cesar la puerta del compartimiento, primero para meter al que regresa y luego para dejar salir al siguiente. El reglamento sólo permite dejarlos salir de uno en uno, no vaya a ser que se echen sobre la guardia y se declare un motín. ¡Así resulta que el preso que sale al retrete tiene inmovilizados a los otros treinta de su compartimiento y a los ciento veinte en todo el vagón, eso sin contar al cuerpo de guardia! Por el camino el cabo y los soldados le azuzan: «¡Venga! ¡Venga! ¡Aprisa! ¡Aprisa!», y el preso se apresura, tropieza, como si se dispusiera a robarle al Estado la luna del retrete. En 1949, en el stalin Moscú-Kúibyshev, Schulz, un alemán cojo que ya comprendía las voces rusas de apremio, cubría el camino de ida y vuelta hasta el retrete saltando sobre su única pierna mientras la guardia se reía a carcajadas y le exigía que saltara más aprisa. En una de estas idas, al llegar a la plataforma del final del pasillo, un centinela lo empujó ante el retrete, y Schulz cayó de bruces. Entonces el soldado, furioso, empezó a darle golpes y Schulz, incapaz de levantarse mientras le seguían pegando, se metió a rastras en el inmundo urinario. El resto de guardias se desternillaba de risa. [255] 47
Para atajar todo intento de huida durante los segundos pasados en el retrete, y para aligerar, además, la circulación, la puerta no se cierra, de manera que el soldado pueda observar desde fuera el proceso y acuciar al reo: «¡Venga, venga! ¡Ya está bien, basta!». A veces, se trata de una orden previa: «¡Sólo aguas menores!», y en este caso, el centinela no permite nada más. Y naturalmente, uno no se lava las manos jamás: esos depósitos de pared no tienen bastante agua, ni tampoco se dispone de tiempo. Apenas el preso roza la válvula del agua, ruge el soldado desde la plataforma: «¡Venga ya, no toques, fuera!». (Si alguien guarda en el saco un poco de jabón o una toalla procura no sacarlos por pura vergüenza: ello sería actuar como un panoli.)*El retrete rebosa inmundicia. Pero no importa, —¡rápido, rápido!— el preso vuelve a embutirse en el compartimiento. Con las suelas empapadas de heces líquidas, trepa hacia arriba pisando manos y hombros, hasta que finalmente sus sucios zapatos cuelgan de la tercera litera y gotean sobre la segunda.
Cuando las mujeres hacen sus necesidades, las ordenanzas y el sentido común requieren también que la puerta del retrete permanezca abierta, pero no todos los centinelas se empeñan en ello, los hay permisivos: está bien, de acuerdo, cierre si quiere. (Cuando ya han pasado todas, una de las detenidas debe fregar el retrete y de nuevo habrá un soldado a su vera para que no intente evadirse.)
A pesar de este ritmo trepidante, llevar al retrete a ciento veinte personas requiere más de dos horas, ¡más de la cuarta parte de lo que dura un relevo de tres soldados! ¡Y pese a todo, los presos no se dan por satisfechos! Siempre hay algún vejestorio incontinente que a la media hora ya está lloriqueando y pidiendo que le vuelvan a dejar salir; naturalmente, no se lo permiten y acaba haciéndoselo en el mismo compartimiento, lo que de nuevo trae de cabeza al cabo: ahora habrá que obligarle a recogerlo todo con las manos y a sacarlo fuera.
Conclusión: ¡cuanto menos retrete, mejor! O sea: ¡cuanta menos agua, mejor! Y también poca comida, así no se quejarán de diarrea ni apestarán el aire. ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Si es que ni respirar se puede en el vagón!
¡Cuanta menos agua, mejor! ¡Pero los arenques, tantos como toquen! No dar agua es una medida sensata, pero escatimar el arenque sería una grave falta disciplinaria.
¡Nadie, absolutamente nadie se había propuesto como meta martirizarnos! ¡El proceder de la guardia era del todo sensato! Y sin embargo, estábamos encerrados en una jaula como los primeros cristianos y nos echaban sal en nuestras lenguas laceradas.
La guardia tampoco se habia propuesto como meta (aunque a veces sí) mezclar en un mismo compartimiento a reos del artículo cincuenta y ocho con cofrades del hampa y simples delincuentes: sencillamente, los presos eran muchos, mientras que escaseaban los vagones y los compartimientos, y además, el tiempo apremiaba. ¿Cuándo si no iban a clasificarlos? Con uno de los cuatro compartimientos reservado a las mujeres, si había que clasificar los tres restantes, lo más conveniente era hacerlo por estaciones de destino y agilizar así la descarga.
¿Acaso crucificaron a Cristo entre dos ladrones porque Pi-lato quisiera humillarlo? Simplemente, era el día reservado a las crucifixiones, Gólgota no había más que uno, y tiempo, poco. Y fue contado entre los malvados. [256]
* * *
Siento temor de sólo pensar cuánto habría sufrido de encontrarme en la situación de un preso común... Durante el traslado por etapas, tanto los soldados como los oficiales se dirigían a mí y a mis compañeros con atenta cortesía... Como preso político, viajé hasta la penitenciaría con relativa comodidad: en las prisiones de tránsito disfruté de un local aparte, \separado del grupo de delincuentes comunes, tuve a mi disposición un carro en el que iban mis cerca de veinte kilos de equipaje...
...No he querido poner comillas en este párrafo para que' el lector penetrara mejor en su sentido. ¿Verdad que sin comillas el párrafo resulta chocante?
Lo escribió P.F. Yakubóvich en los años noventa del siglo pasado. Ahora que han reeditado el libro para sermonearnos sobre aquellos tiempos tenebrosos, podemos enterarnos de que los presos políticos tenían un cuarto especial hasta en las gabarras, además de una zona especial en cubierta para dar paseos. (Lo mismo que en Resurrección,donde, además, el príncipe Nejliúdov, una persona ajena a la penitenciaría, tiene la posibilidad de visitar a los presos políticos y mantener conversaciones con ellos.) [257]Y sólo porque en la lista de presos «olvidaron poner frente al apellido Yakubóvich la inscripción "preso político", esa palabra mágica»(así lo escribe el autor), en Ust-Kara fue «recibido por el inspector del penal... como un vulgar delincuente común: con grosería, provocación e insolencia». Por lo demás, el equívoco se solucionó felizmente.
¡Qué tiempos increíbles! ¡Mezclar presos políticos con delincuentes comunes casi les parecía un crimen! A los presos comunes los conducían a pie hasta la estación por el centro de la calzada para público escarnio, pero en cambio los presos políticos podían ir en coche (como el bolchevique Olminski en 1899). A los presos políticos no les daban de comer del caldero común, sino que les pagaban unas dietas que les permitían encargar las comidas en algún figón. El mismo bolchevique Olminski rechazó hasta el rancho del hospital porque le pareció basto. [258] 48Y en Butyrki un jefe de bloque presentó disculpas a Olminski porque un carcelero le había tuteado: es que aquí, vino a decir, nos llegan muy pocos presos políticos. ¿Cómo iba a saber el carcelero que usted...?