Moscú y Eichmans se mantenían a la expectativa: a fin de cuentas, ellos estaban bien comidos, los periódicos de la capital no habían puesto el grito en el cielo por lo de la huelga, y los estudiantes no convocaban mítines ante la catedral de la Virgen de Kazán. [247]Un hermético silencio había comenzado a conformar de forma inexorable nuestra historia.
Las ermitas cesaron la huelga. Por tanto no alcanzaron ninguna victoria. Pero, según se vio después, tampoco habían perdido: durante el invierno se mantuvo el antiguo régimen, al que sólo se añadió la tarea de recoger leña en el bosque, lo cual no estaba exento de cierta lógica. En la primavera de 1925 pareció, por el contrario, que la huelga se había ganado: ¡Se llevaron de Solovki a los presos de las tres ermitas que habían tomado parte en la huelga! ¡Se los llevaban al continente! ¡Se acabaron la noche polar y los seis meses anuales de incomunicación!
Pero la escolta que debía conducirlos era tan rigurosa (para lo que era aquella época) como exiguos eran los víveres previstos para el viaje. Pronto fueron víctimas de un pérfido engaño: los separaron de sus dirigentes con el pretexto de que los síndicos estarían más cómodos en el vagón de «intendencia», que transportaba los pertrechos y provisiones. El vagón de los síndicos fue desengachado en Viatka y enviado al izoliatorde Tobolsk. Hasta llegar a este punto no comprendieron que la huelga de hambre del pasado otoño había fracasado: los separaban de sus síndicos, fuertes e influyentes, para poder someter al resto al nuevo régimen penitenciario. Yagoda y Katanián dirigieron en persona el traslado de los antiguos reclusos de Solovki a un centro penitenciario que ya existía desde hacía tiempo pero que hasta entonces no había estado habitado, el izoliatorde Verjne-Uralsk, que este grupo «inauguró» en la primavera de 1925 (Dupper fue el alcaide) y que en décadas sucesivas sería un célebre y temido lugar.
En el nuevo lugar los veteranos de Solovki perdieron inmediatamente su libertad de movimiento, pues las celdas se cerraban con llave. Consiguieron pese a todo elegir a unos nuevos síndicos, pero éstos no estaban autorizados para ir de celda en celda. Se prohibió el derecho, hasta entonces ilimitado, a intercambiar dinero, objetos y libros entre celdas. Los reclusos se hablaban a gritos por las ventanas, hasta que un día el centinela disparó contra las celdas desde su torre. Aquellos veteranos respondieron organizando lo que denominaban una «protesta por obstrucción»: rompieron los cristales y dañaron el material de la prisión. (Pero en nuestras cárceles hay que pensárselo muy bien antes de romper una ventana, pues puede que no las reparen en todo el invierno, no tendría nada de extraño. En tiempos del zar sí se podía, porque el vidriero acudía al instante.) La lucha continuó, pero ya con desesperación y llevando las de perder.
Hacia el año 1928 (según cuenta Piotr Petróvich Rubin), hubo algún motivo que provocó una nueva huelga de hambre colectiva de todo el izoliatorde Verjne-Uralsk. Pero ahora ya no había esa atmósfera rigurosa y solemne, ni el aliento de los compañeros, ni la atención de un médico propio. Un día, en plena huelga de hambre, los carceleros irrumpieron en las celdas en número muy superior al de los reclusos y la emprendieron a estacazos y patadas contra aquellos hombres debilitados. Los apalizaron a conciencia y se terminó la huelga de hambre.
* * *
Aquella fe ingenua en la efectividad de la huelga de hambre nos venía de la experiencia del pasado y de la literatura de antaño. No obstante, la huelga de hambre es un arma meramente moral y presupone que el carcelero conserve aún un vestigio de conciencia. O bien que tema a la opinión pública. Sólo entonces puede ser eficaz.
En esto, los carceleros zaristas aún no habían madurado; en cuanto un preso se declaraba en huelga de hambre se mostraban muy inquietos, lanzaban exclamaciones, cuidaban de él, lo ingresaban en un hospital. Abundan los ejemplos, pero no son ellos el propósito de esta obra. Hasta da risa decir que a Valentínov le bastaron doce días de huelga de hambre para conseguir... no algún privilegio en el régimen de reclusión, sino el levantamiento totalde la prisión preventiva y el sobreseimiento del sumario (partió para Suiza para unirse a Lenin). Hasta en el Presidio Central de Orel, los que hacían huelga de hambre siempre se salían con la suya. En 1912 consiguieron suavizar el régimen carcelario; y en 1913 nuevos privilegios, entre ellos que a la hora del paseo pudieran salir a la vez todos los presos políticos, a los que —según se deja ver— vigilaban tan poco, que consiguieron redactar y enviar a la calle un llamamiento «Al pueblo ruso» (¡de parte de los presidiarios de una casa central!). Y por si fuera poco, encima lo publicaron (¡Cosas así le dejan a uno de piedra! ¿Quién se ha vuelto loco, ellos o nosotros?) en 1914, en el primer número del Heraldo del Presidio y el Destierro. [248] 42 (¿Y qué les parece la existencia misma de este Heraldo?¡A ver quién intenta publicar uno ahora!) En 1914, con sólo cinco días de huelga de hambre —aunque debemos reconocer que sin agua—, Dzerzhinski y cuatro de sus compañeros vieron completamente satisfechas sus numerosas exigencias (relativas todas a las condiciones materiales.) [249] 43
En aquellos años, una huelga de hambre no presentaba para el preso más peligro ni molestia que los sufrimientos propios del ayuno. Por una huelga de hambre no lo podían apalizar, ni juzgar de nuevo, ni prolongarle la pena, ni fusilarlo, n itrasladarlo. (Todo esto vino después.)
Durante la revolución de 1905, y en los años que siguieron, los presos se sentían tan dueños de la cárcel que ya ni se molestaban en declarar huelgas de hambre. En vez de eso, practicaban la «protesta por obstrucción» (destruir material de la prisión) o bien organizaban una simple huelga,aunque ello pueda parecer un sinsentido tratándose de presos. Pero veamos: en 1906, en la ciudad de Nikoláyev, 197 presos se declararon en «huelga», no sin antes haberse puesto de acuerdo con los de fuera.Sus camaradas en el exterior difundieron octavillas acerca de la huelga y convocaron mítines diarios ante la cárcel. Con los mítines (y las voces de los propios presos, que como se comprenderá, se asomaban a las ventanas desprovistas de «bozales») la administración no tuvo más remedio que prestar oídos a las reivindicaciones de los «huelguistas». Después de los mítines, todos juntos, los de la calle y los que estaban tras las rejas, entonaban cánticos revolucionarios. ¡Y así durante ocho días! (¡Sin que nadie levantara un dedo! ¡Y eso en el año de represión reaccionaria que siguió a la revolución!) ¡Al noveno día, fueron satisfechas todas las reivindicaciones de los presos! Por aquel entonces hubo episodios semejantes en Odessa, Jérson y en Elisavetgrado. ¡Qué fácil era entonces conseguir la victoria!
Sería curioso comparar, de pasada, cómo se hacían las huelgas de hambre durante el Gobierno Provisional, pero los pocos bolcheviques que estuvieron encerrados entre julio y el pronunciamiento de Kornílov (Kámenev, Trotski y Raskólnikov, este último un poco más) no tuvieron motivos para declararse en huelga de hambre, pues aquello no era un régimen penitenciario, ni mucho menos.
En los años veinte empieza a ensombrecerse este cuadro de las huelgas de hambre hasta ahora tan animado (bueno, animado según desde qué ángulo se mire...). Este medio de lucha, bien conocido de todos y que con tanta gloria había demostrado su efectividad, pasa a ser empleado no sólo por los presos reconocidos como «políticos», sino también por los «KR» (los del Artículo 58) que no entraban en dicha categoría, así como por toda clase de reclusos de diversa adscripción. Sin embargo, esas flechas, antes tan penetrantes, tenían ahora la punta algo roma, o bien una mano de hierro las cazaba al vuelo. Cierto que todavía se admitían declaraciones de huelga de hambre por escrito y que no se veía en ellas nada subversivo. Pero se impusieron nuevas y muy molestas condiciones: el preso en huelga de hambre debía ser aislado en un calabozo especial (en Butyrki está en la Torre de Pugachov); de la huelga de hambre no podían tener conocimiento ni los camaradas de la calle, tan propensos a organizar mítines, ni los reclusos de las celdas vecinas, y ni siquiera los de aquella celda en la que había estado el preso hasta entonces, pues también ellos son opinión pública de la que conviene aislarlo. Se justificaba esta medida diciendo que la administración debía tener la certeza de que se observaba el ayuno sin trampas, que los compañeros de celda no proporcionaban comida al preso. (¿Y antes cómo se cercioraban? ¿Les bastaba con su «palabra de honor»?)