A finales de septiembre llevaron a los acusados a Kady, donde debía tener lugar el juicio público. El camino no era corto (¡con lo baratos que salían la OSO y los juicios a puerta cerrada!): de Ivánovo a Kineshma en un vagón-zafe,'' de Kineshma a Kady, ciento diez kilómetros en automóvil; más de una decena de automóviles formando una insólita columna por una vieja pista desierta, provocando a su paso por las aldeas asombro y terror, suscitando el presentimiento de una guerra. El responsable de que el proceso transcurriera de manera irreprochable e intimidatoria era Kliuguin (jefe de la sección especial secreta del NKVD regional, encargada de organizaciones contrarrevolucionarias). Del 24 al 27 de septiembre la guardia, compuesta por cuarenta reservistas de la policía montada, condujo cada día a los acusados por Kady a punta de sable y pistola en mano. Los llevaba desde el NKVD del distrito hasta un club* a medio edificar y luego de vuelta, cruzando ese mismo pueblo que hasta hacía poco habían gobernado. En el club los vidrios de las ventanas ya estaban puestos, pero quedaba por terminar el estrado y no había electricidad (como no la había en todo Kady), por lo que al anochecer el juicio seguía a la luz de quinqués de petróleo. Al público lo traían de los koljoses formando grupos que se alternaban. Y acudía también en tropel todo Kady. No sólo llenaban los bancos y el antepecho de las ventanas, sino que también se agolpaban en los pasillos, de modo que en total habría unos setecientos asistentes en cada sesión. Los bancos de primera fila, sin embargo, se destinaban siempre a los militantes del partido, para que el tribunal pudiera contar siempre con un apoyo de fiar.
Se había constituido una sesión extraordinaria del tribunal regional, compuesta por el vicepresidente de la audiencia regional, Shubin, y los vocales Biche y Zaoziorov. Llevaba la acusación el fiscal regional Karasik, licenciado por la universidad regional de Dorpat (aunque todos los acusados habían renunciado a la defensa, se les asignó un abogado de oficio para que quedara justificada la presencia del fiscal). El extenso, solemne y amenazador escrito de la acusación se reducía a lo siguiente: en el distrito de Kady actuaba un grupo clandestino de bujarinistas de derechas, creado en Ivánovo (en otras palabras: también allí iba a haber detenciones) con el propósito de derribar al régimen soviético en Kady por medio del empecimiento. (¡Los de derechasno podían haber elegido un lugar más recóndito para ponerse manos a la obra!)
El fiscal presentó una interpelación: aunque Stavrov hubiera muerto en la cárcel, sus declaraciones previas a la muerte debían ser leídas en el juicio y consideradas como hechas ante el tribunal (¡todos los cargos contra el grupo se basaban en el testimonio de Stavrov!). El tribunal admitió que se incluyeran las declaraciones del interfecto como si siguiera con vida (con la ventaja, además, de que ninguno de los acusados sería capaz de impugnarlas).
Pero los rústicos habitantes de Kady no percibían estas eruditas sutilezas y sólo les interesaba oír lo que venía a continuación. Se dio lectura y se incluyeron de nuevo en el acta las declaraciones del que había sido torturado hasta la muerte durante los interrogatorios. Empezaron a tomar declaración a los acusados y —¡menudo chasco!— todos ellos se retractaron de las confesiones que habían hecho durante la instrucción.
Quién sabe qué habrían hecho en semejante caso en Moscú, en la sala Octubre* de la Casa de los Sindicatos, ¡pero aquí, sin sonrojarse, decidieron seguir adelante! El juez les reprocha: ¿Cómo es que declararon ustedes otra cosa durante la instrucción del sumario? Univer, muy maltrecho, con un hilo de voz apenas perceptible: «Como comunista, no puedo referir en un juicio público los métodos que utiliza el NKVD en los interrogatorios». (¡He aquí el modelo del proceso de Bujarin! Esto era lo que los paralizaba: procuraban ante todo que el pueblo no llegara a pensar mal del partido. En cambio, los jueces se habían deshecho de estos escrúpulos hacía tiempo.)
Durante el receso Kliuguin recorrió las celdas de los acusados. A Vlásov le dijo: «¡Ya has visto en qué par de putas se han convertido Smirnov y Univer, los muy cabrones! ¡Pero tú debes confesarte culpable y contar toda la verdad!». «¡Eso, la pura verdad!», acepta de todo corazón Vlásov, al que aún quedan redaños. «¡Sólo la verdad: que no os distinguís en nada de los fascistas alemanes!» Kliuguin se puso furioso: «¡Ten cuidado, hijo de perra, porque vas a pagarlo con sangre!». [224] 26Desde ese momento, Vlásov pasa de un papel secundario a un papel de protagonista como inspirador ideológicodel grupo.
La multitud agolpada en los pasillos empieza a entenderlo todo mejor desde este preciso instante: el momento en que el tribunal se lanza a hablar impertérrito de las colas del pan, algo que duele a cada uno en lo más hondo (aunque, naturalmente, antes del proceso se vendiera el pan sin escatimarlo y ahora ya no hubiera colas). Pregunta al acusado Smirnov: «¿Tenía usted conocimiento de la existencia de colas para comprar pan en el distrito?». «Sí, naturalmente, se extendían de la panadería hasta el propio edificio del comité del distrito.» «¿Y qué medidas adoptó usted?» Pese a las torturas, Smirnov conservaba un sonoro timbre de voz y la serena certeza de tener razón. Aquel hombre rubio y corpulento, de rostro franco, respondía sin prisas, y la sala podía oír cada una de sus palabras: «Como quiera que ya había recurrido en vano a los organismos regionales, encargué a Vlásov que redactase un informe al camarada Stalin». «¿Y por qué no llegaron a escribirlo?» (¡Todavía no lo saben! ¡Ésta se les ha escapado!) «Sí que lo escribimos, y yo mismo lo cursé directamente con un mensajero al Comité Central, sin que pasara por las autoridades de la región. Una copia del mismo obra aún en los archivos del comité del distrito.»
La sala contuvo la respiración. El tribunal estaba desbordado, no debía haber seguido con las preguntas, pero uno de ellos, pese a todo, quiso saber más:
—¿Y qué pasó entonces?
Todos en la sala tenían esa pregunta en los labios: «¿Y qué pasó entonces?».
Smirnov no solloza ni gime por el ideal perdido. (¡Eso era lo que se echaba a faltar en los procesos de Moscú!) Responde con voz fuerte y tranquila:
—Nada. No hubo respuesta.
Y su voz cansina daba a entender: tampoco esperaba yo otra cosa.
¡No hubo respuesta! ¡No hubo respuesta del Padre y Maestro! ¡El proceso público había llegado a su punto culminante! ¡Había descubierto ya a las masas las negras entrañas del Caníbal! ¡El juicio ya podía clausurarse! Pero no, les faltaba tacto e inteligencia para ello, aún pasarían tres días pateando el suelo enfangado.
El fiscal se enfureció: ¡Conque seguíais un doble juego! ¡Así es como sois vosotros: con una mano empeciendo y con la otra os atrevíais a escribir al camarada Stalin! ¿Y encima esperabais que os respondiera? Que nos explique el acusado Vlásov: ¿Cómo se pudo llegar a tanto empecimiento, a esta pesadilla, a interrumpir la venta de harina, a impedir que se cociese pan de centeno en la capital del distrito?
A Vlásov, el gallo de pelea, no había que ayudarlo a levantarse, él mismo se puso de pie de un salto y gritó para que se le oyera en toda la sala: