Una reserva, aunque de poca relevancia: las actas taquigráficas publicadas no coinciden plenamente con lo que se dijo en los procesos. Un escritor que disponía de pase y figuraba entre el público escogido tomó unas notas rápidas y pudo convencerse más tarde de esta falta de coincidencia. Tampoco escapó a los corresponsales lo ocurrido con Krestinski, cuando fue preciso anunciar un receso para ponerlo de nuevo en la senda de las declaraciones acordadas. (Me imagino que ocurriría de la siguiente manera: antes del proceso se compuso una tablilla de emergencia. En la primera columna iría el nombre del acusado; en la segunda, qué procedimiento aplicar durante el receso si se había salido del guión en el juicio; en la tercera, el chekista responsable de aplicar el procedimiento en cuestión. Y si Krestinski se aturullaba, ya se sabía de antemano quién debía acudir a él y qué debía hacer.)
La imprecisión de las notas taquigráficas, sin embargo, no altera el cuadro ni supone disculpa alguna. El mundo contempló asombrado tres obras de teatro seguidas, tres suntuosos y costosos espectáculos en los que importantes líderes del intrépido partido comunista, que había aterrorizado y vuelto del revés al mundo, se presentaban ahora como abatidos y dóciles chivos balando todo cuanto les habían ordenado, escupiendo sobre sí mismos, humillando servilmente sus personas y sus convicciones y confesando unos crímenes que de ningún modo podían haber cometido.
Nunca se había dado nada igual en la Historia desde que el hombre tiene memoria. Resultaba especialmente asombroso en contraste con el reciente proceso contra Dimitrov en Leipzig: Dimitrov había respondido a los jueces nazis como un rugiente león, mientras que aquí, los camaradas de esta misma inflexible cohorte ante la que temblaba todo el mundo, los más importantes de ellos, aquellos a los que llamaban la «guardia de Lenin», comparecían ahora ante el tribunal empapados por sus propios orines.
Y aunque desde entonces pudiera creerse que ya se han aclarado muchas cosas (con especial acierto por parte de Arthur Koestler), el enigmasigue siendo moneda corriente.
Se ha especulado sobre el empleo de una hierba tibetana que paraliza la voluntad, se ha hablado incluso de hipnosis. Si pretendemos dar con una explicación, no podemos rechazar de plano nada de esto, porque suponiendo que el NKVD dispusiera de estos medios, no cabe concebir norma ética alguna que pudiera impedirles el recurrir a ellos. ¿Por qué no debilitar y enturbiar la voluntad? Sabido es que en los años veinte, hubo grandes hipnotizadores que dejaron de dar giras para entrar al servicio de la GPU. Se sabe de manera fehaciente que en los años treinta el NKVD contaba con su propia escuela de hipnotizadores. A la esposa de Kámenev se le permitió entrevistarse con su marido justo antes del proceso y lo encontró abotargado, muy distinto a como era normalmente. (La esposa tuvo tiempo de contar todo esto antes de que la detuvieran también a ella.)
Pero entonces, ¿por qué no doblegaron a Palchinski ni a Jrénnikov mediante un filtro tibetano o hipnosis?
No, resulta imprescindible una explicación de índole superior, psicológica.
Si surgen dudas es porque se ha presentado a estos hombres como antiguos revolucionarios que no habían temblado en las cámaras de tortura zaristas, como luchadores forjados, fogueados, curtidos, etcétera, etcétera. Pero esto es un simple error. No se trataba de aquellos viejos revolucionarios, sino de otros que habían heredado esa fama por su vecindad con «Naródnaya Volia», el socialismo revolucionario, el anarquismo. Aquéllos arrojaron bombas, conspiraron, conocieron el presidio con trabajos forzados y supieron qué era cumplir una sentencia,aunque ni en sueños llegaron a ver una auténtica e implacable instrucción sumarial(porque, simplemente, no existía en la Rusia zarista). En cambio, éstos no habían conocido ni instrucciones sumariales ni sentencias. Los bolcheviques no habían pasado por ninguna «mazmorra» de tortura, por ninguna isla de Sajalín, por ningún presidio especial en Yakutia. Se sabe de Dzerzhinski que le tocó un destino más duro que a los demás, que se había pasado toda la vida de cárcel en cárcel. Pero medido con nuestro rasero resulta que cumplió los diez años de rigor, que no le cayó más que un billete de a diez,como, en nuestra época, a cualquier campesino de un koljós; cierto sin embargo, que de los diez años cumplió tres de presidio central con trabajos forzados, pero hoy en día esto tampoco es nada del otro jueves.
Los líderes del partido que nos presentaron en los procesos de los años 1936-1938 tenían en su pasado revolucionario encarcelamientos breves y leves, así como destierros de poca duración. En cuanto al presidio con trabajos forzados, ni siquiera lo habían olido. Bujarin tenía en su haber cantidad de pequeños arrestos, pero eran cosa de broma; es evidente que nunca estuvo encerrado en parte alguna durante un año entero y que apenas permaneció en su destierro en la península de Onega. [221] 23Pese a sus largos años de agitación por todas las ciudades de Rusia, Kámenev sólo estuvo dos años en algunas prisiones, y año y medio en el destierro. Pero ahora, en nuestro país, hasta a críos de dieciséis años les han endilgado cinco años de golpe. Zinóviev —pero si resulta ridículo decirlo— ¡no estuvo encerrado ni tres meses!¡Nunca le cayó ni una sola condena!Comparados con los habitantes corrientes de nuestro Archipiélago, no fueron sino niños de teta, no vieron las cárceles. Rykov y I.N. Smirnov fueron detenidos varias veces, estuvieron entre rejas unos cinco años cada uno, pero en cierto modo sus estancias en prisión fueron leves, huyeron sin dificultad de todos sus destierros o se acogieron a alguna amnistía. Antes de que los encerraran en la Lubianka no se imaginaban siquiera lo que era una verdadera cárcel ni lo que significaban las tenazas de una injusta instrucción sumarial. (No hay fundamento para suponer que si Trotski hubiera caído bajo esas tenazas no se hubiera comportado de la misma forma humillante, ni tampoco para suponer que su espinazo fuera más fuerte: ¿por qué iba a ser él distinto a los demás? Él tampoco había conocido sino prisiones suaves, nunca pasó por instrucciones sumariales severas y a lo sumo tuvo dos años de destierro en Ust-Kut. El aura terrible de Trotski como presidente del Consejo Militar Revolucionario y creador de los tribunales revolucionarios la había adquirido a bajo precio y no acreditaba una verdadera firmeza de espíritu: ¡quienes han mandado fusilar a muchos a menudo se estremecen ante su propia muerte! El que alguien sea firme para lo uno no implica que lo sea para lo otro.) Radek era un provocador. (¡Y no fue el único en los tres procesos!) Y Yagoda un delincuente común manifiesto.
(A este asesino de millones no podía caberle en la cabeza que en el último instante el corazón del Asesino —que aún lo era más que él— no albergara solidaridad alguna para con él. Como si Stalin se hallase sentado en la sala, Yagoda le pidió clemencia directamente a él, con aplomo e insistencia: «¡A usted recurro! ¡Dos grandes canales he construido para usted ! » . Cuenta uno de los presentes que, en aquel momento, tras una pequeña ventana del primer piso de la sala, en la penumbra, como tras una muselina, se encendió una cerilla, y mientras ésta alumbraba pudo verse la sombra de una pipa. Quién haya estado en Bajchisarái recordará este refinamiento oriental: en la sala de sesiones del Consejo de Estado, a la altura del primer piso, había unas ventanas cubiertas con planchas de hojalata en las que se habían practicado diminutos orificios y tras las cuales discurría una galería sin iluminar. Desde la sala nunca era posible adivinar si había alguien tras la ventana. El Kan permanecía invisible y era como si estuviese presente en cada reunión del Consejo. Dado el declarado carácter oriental de Stalin, me siento muy inclinado a creer que estuvo observando las comedias en la sala de Octubre. Me resisto a admitir que se privara de semejante espectáculo, de semejante placer.)