Verso 502: I.P.H.
El buen gusto y la ley sobre los libelos me impiden revelar el verdadero nombre del respetable instituto de alta filosofía que nuestro poeta ridículiza con mucha fantasía en este canto. Sus últimas iniciales, H.P., sugieren a los estudiantes la abreviatura Hi-Pi, y Shade parodia netamente esto en sus combinaciones I.P.H. o If. El instituto está muy pintorescamente situado en un estado del Sudoeste que debe permanecer anónimo aquí.
Me veo también obligado a señalar que desapruebo enérgicamente la irreverencia con que nuestro poeta trata, en este canto, ciertos aspectos de la esperanza espiritual que sólo la religión puede satisfacer (véase también la nota al verso 549).
Verso 549: Poniendo a los dioses en su lugar, incluso al D. con mayúscula
Aquí está en efecto el meollo de la cuestión. Y esto, creo, no sólo el instituto (véase verso 117) sino tampoco nuestro poeta lo han comprendido. Para un cristiano, no hay Más Allá aceptable o imaginable sin la participación de Dios en nuestro destino eterno, y esto implica a su vez un condigno castigo por cada pecado, mortal o venial. Hay en mi pequeño diario algunas notas relativas a una conversación que el poeta y yo sostuvimos el 23 de junio "en mi terraza, después de una partida de ajedrez, tablas". La transcribo aquí únicamente porque arroja una luz fascinante sobre su actitud con respecto al tema.
He mencionado -no recuerdo a propósito de qué- ciertas diferencias entre mi Iglesia y la suya. Debe señalarse que la rama zemblana del protestantismo tiene una relación bastante íntima con las Iglesias "más altas" de la comunión anglicana, pero algunas magníficas peculiaridades que le son propias. La Reforma en nuestro país fue encabezada por un compositor de genio; nuestra liturgia está penetrada de rica música; nuestros coros de niños son los más dulces del mundo. Sybil Shade procedía de una familia católica, pero desde la infancia se creó, como me lo contó ella misma, "una religión propia", lo cual suele ser sinónimo, en el mejor de los casos, de una adhesión tibia a alguna secta semi-pagana o, en el peor de los casos, de ateísmo indiferente. Había apartado a su marido no sólo de la Iglesia Episcopal de sus padres, sino también de toda forma de culto sacramental.
Empezamos a hablar de la nebulosidad que caracteriza actualmente a la noción de "pecado", de su confusión con la idea mucho más coloreada carnalmente de "crimen", y yo aludí someramente a mis contactos de infancia con ciertos rjtos de nuestra Iglesia. La confesión entre nosotros es auricular y se efectúa en un cubículo ricamente ornamentado, el penitente está de pie, con una vela encendida en la mano, junto al sacerdote sentado en una silla de respaldo alto que tiene casi la misma forma que el sitial de coronación de un rey escocés. Yo, como niño bien educado que era, siempre temía manchar la manga del sacerdote, de un morado oscuro, con las lágrimas hirvientes de la cera que goteaban en mis nudillos, cubriéndolos de costras finas, y me fascinaba la concavidad iluminada de su oreja que parecía una caracola o una orquídea lustrosa, un receptáculo enroscado demasiado amplio para depositar en él mis pecadillos.
SHADE: Los siete pecados capitales son pecadillos, pero sin tres de ellos: el Orgullo, la Lujuria y la Pereza, quizá nunca hubiese nacido la poesía.
KINBOTE: ¿ES justo basar las objeciones en una terminología pasada de moda?
SHADE: Todas las religiones se basan en una terminología pasada de moda.
KINBOTE: Lo que llamamos Pecado Original no puede jamás pasar de moda.
SHADE: No sé nada. Cuando era chico, creía que eso significaba que Caín mataba a Abel. Personalmente estoy con los viejos tomadores de rapé: L'homme est né bon.
KINBOTE: Sin embargo la desobediencia de la Voluntad Divina es una definición fundamental del Pecado.
SHADE: No puedo desobedecer a algo que no conozco y cuya realidad tengo el derecho de negar.
KINBOTE: Vamos, vamos. ¿Negará usted también que hay pecados?
SHADE: No puedo nombrar más que dos: el asesinato y la provocación deliberada del sufrimiento.
KINBOTE: ¿Entonces un hombre que pasara su vida en una soledad absoluta no podría ser un pecador?
SHADE: Podría torturar a los animales. Podría envenenar los manantiales de su isla. Podría denunciar a un inocente en un manifiesto póstumo.
KINBOTE: ¿Y entonces la contraseña es…?
SHADE: Piedad.
KINBOTE: ¿Pero quién la imbuyó en nosotros, John? ¿Quién es el Juez de la vida y el Inventor de la muerte?
SHADE: La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no ha de ser otra mayor.
KINBOTE: Ahora lo he atrapado, John: en cuanto negamos la existencia de una Inteligencia Superior que establece y administra nuestros más allá individuales, estamos obligados a aceptar la noción indeciblemente temible de un Azar que se extiende hasta la eternidad. Analice la situación. A través de la eternidad nuestros pobres espectros están expuestos a indecibles vicisitudes. No hay recurso, no hay consejo, no hay sostén, no hay protección, no hay nada. El fantasma del pobre Kinbote, la sombra del pobre Shade pueden haber errado, pueden haberse descarriado en alguna parte -oh, por pura distracción, o simplemente por ignorar una regla trivial en el absurdo juego de la naturaleza, si es que hay reglas.
SHADE: Hay reglas en los problemas de ajedrez: prohibición de las soluciones duales, por ejemplo.
KINBOTE: YO pensaba en reglas diabólicas susceptibles de ser infringidas por la otra parte en cuanto llegamos a comprenderlas. Por eso la magia goética no siempre funciona. Los demonios en su malicia prismática traicionan el acuerdo que existe entre nosotros y ellos, y estamos una vez más en el caos del azar. Aunque atemperemos el Azar con la Necesidad y admitamos un determinismo sin Dios, el mecanismo de la causa y el efecto, para proporcionar a nuestras almas después de la muerte el dudoso consuelo de la metastática, aún debemos tener en cuenta el accidente individual, el milésimo y segundo accidente de la circulación de los que ha planeado el Hades para el Día de la Independencia. No, no, si queremos ser serios en cuanto al Más Allá no empecemos por degradarlo al nivel de un cuento de ciencia ficción o de un caso tipo de espiritualismo. La idea de que un alma se sumerja en la ilimitada y caótica vida futura sin una Providencia que la dirija…
SHADE: Hay siempre una deidad psicopompa a la vuelta de la esquina, ¿verdad?
KINBOTE: No de esa esquina, John. Sin la Providencia el alma debe confiar en el polvo de su envoltura, en la experiencia recogida en el curso de su reclusión corporal, y aferrarse puerilmente a principios provincianos, a reglamentos municipales y a una personalidad consistente sobre todo en las sombras de los barrotes de su propia prisión. Un espíritu religioso no puede pensar ni un instante esa idea. Es tanto más inteligente, aun desde el punto de vista de un orgulloso infiel, aceptar la Presencia de Dios, primero una débil fosforescencia, una luz pálida en la confusión de la vida corporal y después de ella un resplandor enceguecedor. Yo también, mi querido John, fui asaltado en una época por dudas religiosas. La Iglesia me ayudó a combatirlas. También me ayudó a no pedir demasiado, a no pedir una imagen demasiado clara de lo que es inimaginable. San Agustín ha dicho…