SHADE: ¿Por qué tienen que citarme siempre a San Agustín?
KINBOTE: Como decía San Agustín: "Se puede saber lo que Dios no es; no se puede saber lo que es". Yo creo saber lo que no es: No es la desesperación, no es el terror, no es la tierra en la garganta estertorosa, ni el zumbido negro qUe pasa de la nada a la nada en la oreja. Sé también que el mundo no es un acontecimiento fortuito y que de algún modo el Espíritu es un factor esencial en la creación del universo. Mientras trato de encontrar un nombre apropiado para este Espíritu Universal o Causa Primera o Absoluto o Naturaleza, propongo que el Nombre de Dios tenga la prioridad.
Verso 550: desechos
Quiero decir algo sobre una nota anterior (al verso 12). La conciencia y la erudición han debatido el problema y creo ahora que los dos versos a que se refiere esa nota están falseados y teñidos por un deseo secreto. Es la única vez, en la preparación de estos difíciles comentarios, que me he detenido, en mi zozobra y mi decepción, al borde de la falsificación. Debo pedir al lector que pase por alto esos dos versos (que, mucho me temo, ni siquiera están bien medidos). Podría suprimirlos antes de la publicación, pero eso me obligaría a rehacer toda la nota, o por lo menos una buena parte, y no tengo tiempo que perder en esas estupideces.
Versos 557-558: Cómo reconocer en las tinieblas, con un sobresalto, Terra la Bella, una bola de jaspe.
El dístico más bonito de este canto.
Verso 579: la otra
Lejos de mí la idea de insinuar la existencia de alguna tra mujer en la vida de mi amigo. Desempeñó serenamente el papel del marido ejemplar que le habían atribuido sus admiradores provincianos y tenía, además, un miedo mortal de su mujer. Más de una vez detuve a los chismosos que relacionaban su nombre con el de una de sus alumnas (véase el Prólogo). Recientemente, algunos novelistas norteamericanos, en su mayoría miembros de un Departamento Unido de Inglés que, en conjunto, debe estar más impregnado de talento literario, fantasías freudianas e innoble lujuria heterosexual que el resto del mundo, han llegado a agotar el tema; por lo tanto no puedo enfrentar el tedio de presentar aquí a esa muchacha. De todos modos, apenas la conocí. Una noche la invité con los Shade a una pequeña reunión con el propósito preciso de refutar esos rumores; y esto me recuerda que debería decir algo sobre el curioso ritual de las invitaciones y contrainvitaciones en la triste New Wye.
Después de consultar mi pequeño diario, veo que durante los cinco meses de mi relación con los Shade, fui invitado a su mesa exactamente tres veces. La iniciación se produjo el sábado 14 de marzo, en que cené en casa de ellos con las siguientes personas: Nattochdag (a quien veía todos los días en su despacho); el Profesor Gordon, del Departamento de Música (que dominaba totalmente la conversación); el Jefe del Departamento de Ruso (un pedante ridículo de quien cuanto menos se hable, mejor), y tres o cuatro mujeres intercambiables, una de las cuales (la Sra. Gordon, creo) estaba embarazada, y otra, una perfecta extranjera que me habló sin parar, o más bien me llenó de palabras, de ocho a once, por obra de una desdichada distribución de los asientos disponibles después de la comida. La segunda vez, un soupermás restringido pero no por eso más íntimo, el sábado 23 de mayo, estaban Milton Stone (un nuevo bibliotecario, con quien Shade discutió hasta medianoche la clasificación de ciertas obras relativas a nuestra Universidad); el bueno de Nattochdag (a quien seguía viendo todos los días) y una francesa no desodorizada (que me trazó un cuadro completo de la situación de la enseñanza de las lenguas en la Universidad de California). La fecha de mi tercera y última comida en casa de los Shade no figura en mi libreta, pero sé que fue una mañana de junio; yo había llevado un hermoso plano del palacio del Rey, en Onhava, dibujado por mí, con toda clase de sutilezas heráldicas, y un toque de pintura dorada que me costó bastante conseguir, y me rogaron amablemente que me quedara para un almuerzo improvisado. Debería añadir que a pesar de mis protestas, en ninguna de las tres comidas se tuvieron en cuenta las limitaciones vegetarianas de mi dieta, y me vi expuesto a materias animales en, o alrededor de, algunas legumbres contaminadas que hubiera podido dignarme gustar. Me tomé un desquite bastante franco. De la docena de invitaciones que les hice, los Shade aceptaron sólo tres. Cada una de esas comidas fue elaborada en tomo a una legumbre que sometí a tantas metamorfosis exquisitas como las que Parmentier hizo sufrir a su tubérculo favorito. Cada vez tenía un invitado suplementario para entretener a la Sra. Shade (que, naturalmente -dicho sea afinando la voz para darle un tono femenino- era alérgica a las alcachofas, los aguacates y las almendras africanas, es decir, a todo lo que empezaba con a). No conozco nada mejor para cortar el apetito que sentar únicamente a personas viejas alrededor de una mesa, manchando con los restos de maquillaje la servilleta y tratando subrepticiamente, detrás de una sonrisa anodina, de desalojar la cuña punzante de un grano de frambuesa incrustado entre las encías y los dientes postizos. De modo que invitaba a jóvenes estudiantes: la primera vez al hijo de un padishah; la segunda vez, a mi jardinero; y la tercera vez a esa muchacha de medias negras, de larga cara blanca y párpados pintados de verde vampiro; pero llegó muy tarde, y los Shade se fueron muy temprano, en realidad dudo de que la confrontación haya durado más de diez minutos, tras de lo cual tuve la tarea de entretener a la muchacha pasando discos hasta una hora tardía en que finalmente telefoneó a alguien para que la acompañara a un "boliche" de Dulwich.
Verso 584: a la madre y al hijo
Es ist die Mutter mit ihrem Kind (véase nota al verso 664).
Verso 58: señala los charcos en su cuarto del subsuelo
Todos conocemos esos sueños en que se infiltra algo de estigio y en que el Leteo gotea en el tono lúgubre de una cañería defectuosa. Después de este verso hay un falso comienzo conservado en borrador, y espero que el lector sentirá algo del estremecimiento frío que corrió por mi larga y flexible columna vertebral, cuando descubrí esta variante:
¿El asesino muerto debería tratar de abrazar
a su ultrajada víctima a la que ahora debe enfrentar?
¿Tienen un alma los objetos? ¿O han de morir
como los grandes templos y el polvo de Tanagra dormido?
La última sílaba de " Tanagra " y las dos primeras letras! de dormido forman otra versión del nombre del asesino cuyo shargar(fantasma enfermizo) pronto había de enfrentarse con el radiante espíritu de nuestro poeta. "¡Simple casualidad!" exclamará el lector prosaico. Pero dejemos que intente ver, como yo lo hice, cuántas de esas combinaciones son posibles y plausibles. "¿Leningrado usurpó Petrogrado?"
Esta variante es tan prodigiosa que sólo la disciplina de la erudición y una consideración escrupulosa por la verdad me impiden insertarla aquí y hacer desaparecer en otra parte cuatro versos (por ejemplo los flojos versos 627 a 630) para preservar la longitud del poema.