Acariciando a un niño, inmutable, la esposa de cabellos de lino
se duele al borde de un recordado estanque
lleno de un cielo soñador. Y rubia también,
pero con un toque leonado en la sombra,
las manos enlazando las rodillas, en una balaustrada de piedra
apoyados los pies, la otra está sentada y mira 580
con ojos húmedos la impenetrable y leve bruma azul.
¿Cómo empezar? ¿A quién besar primero? ¿Qué juguete
dar al niño? ¿Ese chiquillo solemne sabe
que un choque de frente, una salvaje noche de marzo,
mató a la madre y al hijo?
Y ella, el segundo amor, pies desnudos en negras zapatillas
de baile, ¿por qué lleva pendientes
sacados del estuche de joyas de la otra?
¿Y por qué aparta su joven y apasionado rostro?
Porque, como nos enseñan los sueños, ¡es tan difícil 590
hablar con nuestros muertos queridos! Se desentienden
de nuestra aprensión, de nuestros escrúpulos y nuestra vergüenza…
la terrible sensación de que no son del todo los mismos.
Y nuestro compañero de escuela muerto en una guerra lejana
no se sorprende de vernos a su puerta,
y con una mezcla de ligereza y melancolía
señala los charcos en su cuarto del subsuelo.
¿Pero quién puede enseñar los pensamientos a que deberíamos recurrir
cuando la mañana nos descubra caminando hacia la pared,
bajo la dirección escénica de algún político 600
cretino, de algún babuino de uniforme?
Pensaremos en cosas que sólo nosotros sabemos:
imperios de la rima, Indias del cálculo;
escuchar el canto distante de los gallos, y discernir
bajo el rugoso muro gris un polipodio raro;
y mientras nos atan las regias manos,
abrumar a nuestros inferiores con sarcasmos, alegremente ridículizar
a los imbéciles dedicados a la causa, y escupirles
en los ojos sólo por pasar el rato.
Tampoco se puede ayudar al exiliado, al viejo 610
que agoniza en un motel, con el ventilador ruidoso
girando en la tórrida noche de la sabana,
y desde afuera un poco de luz coloreada
llega hasta su cama, sombrías manos del pasado
que ofrecen gemas; y la muerte viene rápido.
Se ahoga y conjura en dos lenguas
a las nebulosas que se dilatan en sus pulmones.
Un violento dolor, un desgarrón: es todo lo que se puede prever.
Quizá descubre uno le grand néant ; quizá
otra vez de la yema del tubérculo sube uno en espiral. 620
Como lo señalaste la última vez que pasamos
delante del Instituto: "Verdaderamente no podría decir
cuál es la diferencia entre este lugar y el infierno."
Escuchamos a los partidarios de la cremación ahogarse de risa
y resoplar cuando Grabermann acusó al Horno
de atentar contra el nacimiento de los espectros.
Todos evitábamos criticar las creencias.
El gran Starover Blue analizó el papel
desempeñado por los planetas como recaladas del alma.
Se meditó en el destino de las bestias. Un chino 630
se explayó sobre el ceremonial de los tés
con los antepasados, y hasta dónde remontarse.
Yo destrocé las fantasías de Poe,
y me referí a recuerdos infantiles de extraños
fulgores nacarados que no están al alcance de los adultos.
Entre nuestros oyentes habían un joven sacerdote
y un viejo comunista. Iph podía por lo menos
rivalizar con las iglesias y la línea del partido.