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—De aquí a un par de años —dijo Van —entraré en posesión de mis propios milloncetes (se refería a la fortuna que Aqua le había dejado). Pero no tienes que preocuparte, hemos interrumpido, de común acuerdo, nuestras relaciones por una temporada... hasta que yo vuelva a vivir en su girlinière(argot de Canadia).

Demon, no poco orgulloso de su olfato, quiso saber si Van, o bien su amiguita, tenían dificultades con la policía. Y al mismo tiempo indicó, con un movimiento de cabeza, hacia Jim o John, mientras éste, que tenía algún otro mensaje que entregar, esperaba sentado ojeando el periódico (Crimen... Copulación... Besarmenia...).

—¿Por qué gris? —preguntó Demon, refiriéndose al gabán de Van—. ¿Y por qué ese corte militar? Ya es demasiado tarde para alistarse.

—Yo no podría alistarme. En la caja de recluta me mandarían a casa.

—¿Cómo va la herida?

Komsi-komsa.Ahora parece que el cirujano de Kalugano me ha hecho una chapuza. La cicatriz se ha vuelto roja y sanguinolenta, sin ninguna razón, y tengo un bulto en la axila. Habrá que recurrir otra vez a la cirugía... pero ahora será en Londres, donde los carniceros cortan mucho mejor. Pero, ¿dónde está aquí el mestechko? ¡Ah, ya lo veo! Encantador: una genciana en la puerta de caballeros y un helecho hembra en la otra. ¡Corramos al herbario!

Van no contestó a la carta, y, quince días más tarde, John James, disfrazado esta vez de turista alemán (pseudo- tweeda cuadros de la cabeza a los pies), entregaba a Van un segundo mensaje en pleno Louvre, ante el Bateau ivredel Bosco, aquél en que se ve a un bufón vaciando su copa en los obenques. (¡Dan, el pobre viejo, lo creía más o menos inspirado en el poema satírico de Brandt!)

Van no deseaba contestar, aunque, según observó el honrado mensajero, el importe de la respuesta estaba incluido en el precio del mensaje.

Nevaba, pero James, en un acceso de abstracta obstinación, de pie ante la puerta de la elegante casita de campo de Van en el Ranta, cerca de Chose, se abanicaba con una tercera carta. Van le rogó que dejase de llevarle mensajes.

En el curso de los dos años siguientes dos misivas más le fueron entregadas, ambas en Londres, en el vestíbulo del Albania Palace Hotel, por otro emisario de la CMC, un señor maduro, con sombrero hongo, cuyo aspecto prosaico y propio de un empresario de pompas fúnebres quizás irritase menos al señor Van Veen, según el modesto y sensible Jim, que el de un detective privado de novela. Una sexta carta llegó a Park Lane por la vía normal. El conjunto de estos escritos (a excepción del último, que trataba exclusivamente de las empresas escénicas y cinematográficas de Ada) es reproducido en las páginas siguientes. Ada desdeñaba las fechas; pero hemos podido restablecerlas aproximadamente.

[Los Angeles, primeros días de septiembre de 1888]

Tienes que perdonarme por haber hecho uso de un medio tan snob, y, al mismo tiempo, tan vulgar, de hacerte llegar una carta; pero no he podido encontrar otro más seguro.

Al decirte que me era imposible hablarte y que te escribiría, quería decir que no me habría sido posible encontrar sin reflexión las palabras precisas: te imploro. Me daba cuenta de que no había podido sacar de mí esas palabras, ni disponerlas en su orden conveniente. Te imploro. Me daba cuenta de que una palabra inoportuna o mal colocada me sería fatal, que te alejarías de mí, como lo has hecho, y que volverías a marcharte, una vez, y otra, y otra. Te imploro: intenta comprender todo lo que suflo [así, en lugar de «sufro». Nota del editor]. Pero ahora creo que hubiera debido arriesgarme a hablar, a tartamudear, porque descubro que me es igual de difícil, de espantosamente difícil, poner en letra escrita mi corazón y mi honor. Y aún más difícil: porque, al hablar, un balbuceo puede servirnos de velo; podemos invocar un accidental defecto de pronunciación, como la liebre ensangrentada a la que un disparo ha volado media mandíbula, o bien podemos zigzaguear y mejorar la posición, mientras que sobre un fondo de nieve (aunque sea la nieve azul de este papel de cartas) los desatinos quedan grabados en rojo y son definitivos. Te imploro.

Una cosa debe quedar bien establecida, de una vez para todas, irreversiblemente. No he amado, ni amo, ni amaré a nadie más que a ti. Te imploro y te amo con un sufrimiento y una pasión que durarán siempre, amor mío. Ti tut stoyal (tú viviste aquí), en este karavansaray, Van presente en el corazón de todas las cosas, siempre, siempre tú, cuando yo no debía tener más de siete u ocho años. ¿No es así?

[Los Ángeles, mediados de septiembre de 1888]

Ésta es mi segunda llamada iz ada (desde el Hades). De un modo extraño, me he enterado el mismo día y por tres fuentes diferentes, de tu duelo en K., de la muerte de P. y de tu convalecencia en casa de su prima («felicis», como nos decíamos ella y yo). La he telefoneado y me ha dicho que habías salido para París, y que también R. había muerto, no a tus manos, como creí al principio, sino a las de su mujer. Ni él ni P. habían sido técnicamente amantes míos, pero eso ya no tiene importancia, ahora que los dos están en Terra.

[Los Ángeles, 1889]

Seguimos en el albergue rosa-caramelo y verde-pisang en el que tú te hospedaste una vez con tu padre, quien, dicho sea de paso, es extraordinariamente amable conmigo. Me gusta viajar con él. Hemos ido a jugar a Nevada, la ciudad que rima con mi nombre; pero tú también estás allí, como el río legendario de la Vieja Rus. ¡Da! Oh, Van, escríbeme una cartita. ¡Me esfuerzo tanto en complacerte! ¿Quieres alguna otra (desesperada) pequeña noticia? El nuevo director-espiritual artístico de Marina define el Infinito como el punto más alejado de la cámara cuya imagen no está aún desenfocada. Marina tiene que hacer el papel de Varvara, la monja sorda (que es, en cierta manera, la más interesante de las Cuatro Hermanas de Chejov). De acuerdo con el precepto de Stan, según el cual el actor debe impregnarse de su personaje hasta en los detalles de la vida cotidiana, en el comedor del hotel quiere seguir siendo Varvara, bebe el té v prikusku («mordisqueando» azúcar entre sorbo y sorbo) y finge comprender mal lo que se le pregunta, de la misma curiosa forma que tiene Varvara de fingir estupidez (un doble embrollo que importuna a todo el mundo, pero que, no sé por qué, hace que yo me sienta más hija suya de lo que me sentía en los tiempos de Ardis). En conjunto, tiene aquí un gran éxito. Le han dado (no del todo gratis, me temo) un bungalow especial en la Universal City, con el rótulo MARINA DURMA-NOVA. En cuanto a mí, sólo soy una criada episódica que aparece fugazmente en un western de cuarto orden, moviendo las caderas entre borrachos que golpean en las mesas; pero no me disgusta el ambiente de Houssaie, su arte concienzudo, sus caminos sinuosos bordeando colinas, y un pueblo artificial con sus calles y su plaza pública, y un letrero malva en una casa de madera muy adornada, y, a medio día, los extras con trajes de época haciendo cola ante una cabina de cristal. Sólo yo no tengo a quién telefonear.

A propósito de conferencias, la otra noche vi, con Demon, una maravillosa película ornitológica. Nunca había captado el hecho de que los suimangas paleotropicales (busca en el Austin) son «mimotipos» de los colibríes del Nuevo Mundo, y de que todos mis pensamientos, amor mío, son los mimotipos de los tuyos. ¡Ya sé, ya sé! Ya sé que has dejado de leer al llegar a «ornitológica»... como en los viejos tiempos.

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