Querido amigo:
A mi marido y a mí nos ha impresionado profundamente la espantosa noticia, fue a mí —¡y no lo olvidaré nunca! —a quien la pobre chica se dirigió, casi en vísperas de su muerte, para arreglar las cosas en el Tobakoff, que siempre está lleno, y que ya no volveré a tomar, un poco por superstición y un mucho por simpatía hacia la dulce y tierna Lucette. Yo estaba tan contenta por haber puesto de mi parte todo lo posible, porque alguien me había dicho que tú también estarías a bordo. Por otra parte, también ella me lo dijo: parecía muy feliz de pasar unos días sobre cubierta con su querido primo. La psicología del suicidio es un misterio que ningún sabio puede explicar.
Nunca he derramado tantas lágrimas, la pluma se me cae de los dedos. Volveremos a Malbrook a mediados de agosto. Siempre tuya,
Córdula de Prey-Tobak.
Van:
Andrei y yo hemos quedado profundamente conmovidos por los detalles complementarios que nos proporciona tu cara (¡es decir, insuficientemente franqueada!) carta. Ya habíamos recibido, por mediación de mister Grombchevski, una nota de los Robinson, que no se perdonan, pobre gente, haberle dado ese medicamento contra el mareo, una dosis excesiva del cual, junto con los efectos del alcohol, debió disminuir su capacidad de supervivencia... si cambió de idea una vez en el agua, negra y fría. No puedes saber, querido Van, hasta qué punto me siento desgraciada, tanto más, ¡ay!, cuanto que bajo los árboles de Ardis no habíamos aprendido que pudiera existir tanta desdicha.
Mi único amor:
Esta carta no será nunca confiada al correo. "Dentro de una caja de acero será enterrada bajo un ciprés en el jardín de nuestra Villa Armina, y si, por azar, dentro de quinientos años sale a la luz, nadie sabrá quién la ha escrito, ni para quién. Por otra parte, no habría sido escrita en absoluto si tu última línea, tu grito de desdicha, no fuese mi grito de triunfo. La carga de esta fiebre tiene que ser... [el final de la frase había sido borrado por una mancha de humedad cuando la caja fue exhumada en 1928. La carta continúa así]:...de vuelta a los Estados Unidos, me lancé a una búsqueda singular. En Manhattan, en Kingston, en Ladore, en docenas de ciudades, perseguía incansablemente, de cine en cine, el film que no había [aquí la tinta está completamente borrosa] en el barco, y cada vez descubría en tu representación una nueva muestra de glorioso martirio, una nueva convulsión de belleza. Ése [ilegible] es una perentoria refutación de las infames instantáneas del infame Kim. Artística y ardisíacamente hablando, el mejor momento es una de las últimas imágenes: aquélla en que sigues descalza a Don Juan, que atraviesa una larga galería de mármol y marcha hacia su destino, el cadalso del lecho de cortinas negras de Doña Ana, en torno al cual revoloteas, mi mariposa zegrí, enderezas una vela que se tuerce cómicamente y cuchicheas al oído de la dama, que frunce el ceño ante consejos tan encantadores como inútiles; y en la escena siguiente aventuras una mirada por encima de la mampara morisca y, de pronto, estallas en una risa tan natural, tan desarmante, tan deliciosa, que uno se pregunta si existe alguna forma de arte que pueda prescindir de esa explosión erótica de alegría juvenil. ¡Y pensar, mi Aurora de España, que tu cabriola mágica no dura en total más que once minutos reloj en mano! ¡Cuatro o cinco escenas de dos a tres minutos cada una!
¡Ay!, llegó una noche en que, en un barrio lúgubre repleto de talleres y de tabernuchas llenas de humo, por la que iba a ser definitivamente la última vez, y nada más que a medias (ya que, al llegar a la escena de la seducción, la película empezó a parpadear antes de interrumpirse), pude ver... [todo el final de la carta está deteriorado].
VII
Saludó el comienzo de este siglo próspero y sereno (más de la mitad del cual ya hemos vivido Ada y yo) poniéndose a trabajar en su segundo cuento filosófico, una «denuncia del espacio» (que nunca acabaría, pero que, en visión retrospectiva, constituye un prefacio a su Textura del Tiempo). Un fragmento de este tratado, de un estilo más bien amanerado, pero desafiante y sólido, apareció en el primer número (enero de 1904) de una revista mensual americana, hoy famosa, El artesano Puede leerse un comentario del mismo en una de las cartas trágicamente correctas (todas han sido destruidas, excepto ésta) que su hermana le enviaba por correo alguna que otra vez. Aquel tipo de correspondencia no clandestina se había iniciado con el acuerdo tácito de Demon, después del intercambio epistolar que siguió a la muerte de Lucette.
Y, triste, por encima del Cáucaso,
el Demonio vuela lentamente.
Bajo él, el glaciar Bek brilla
como la faceta de un diamante.
Parecería, en efecto, que de continuar ignorándose mutuamente Van y Ada, habrían podido suscitar más sospechas que la carta siguiente:
Rancho de Agavia
5 de febrero de 1905
Acabo de leer Reflexiones en Sidra, de Ivan Veen, y lo considero un gran libro, querido profesor. Las «flechas perdidas del destino» y otros muchos rasgos poéticos me han recordado las dos o tres veces en que viniste a nuestra casa de campo para tomar el té y probar nuestros muffins hace una veintena de años. Yo era entonces, como recordarás (frase presuntuosa), una niña modelo que practicaba el tiro de arco cerca de un jarrón y de una balaustrada; tú eras un escolar tímido (del que podría ser que yo estuviese un poquitín enamorada, o eso decía mi madre) y recogías sumisamente las flechas que yo había perdido en los bosquecillos perdidos del castillo perdido en que transcurrió la infancia de la pobre Lucette y de la muy feliz Adette, y que hoy es un Hogar de Negros Ciegos. Mi madre y Lucette habrían aprobado seguramente la opinión de Dasha, que deseaba que Ardis fuese piadosamente ofrecido a su secta. Dasha, mi cuñada (tienes que verla pronto, sí, sí, es mucho más soñadora, y encantadora, e inteligente que yo), que es la que me ha dado a conocer tu libro, me pide que te diga que espera «renovar» el trato contigo —quizás en Bellevue, en Mont-Roux (Suiza)—, en octubre. Creo que en cierta ocasión conociste a Miss «Kim» Chantas; pues bien, exactamente ése es el tipo de nuestra querida Dasha. Es una artista en la percepción y persecución de la originalidad; se consagra a toda clase de estudios, de los que yo ignoro hasta el nombre. Ya acabó con Chose, donde enseñaba Historia (sale histoire, como solía decir Lucette, ¡qué gracioso y qué triste!). Para ella, tú eres el beau ténébreux, porque un día, llegado en alas de libélula, poco antes de mi matrimonio, asistió (quiero decir, simplemente, un hermoso día, me pierdo en mi estilo, mi peristilo) a una de tus conferencias sobre los sueños, y, al terminar ésta, se acercó a hablarte de su última pequeña pesadilla cuidadosamente mecanografiada en cuartillas ordenadas y cosidas, y tú la miraste sombríamente y te negaste a recoger el informe. En resumen, se ha dirigido al tío Dementiy para que éste exhorte al beau ténébreux a ir al Mont-Roux, Hotel Bellevue, en octubre, hacia el día 17, según creo, pero él se ha limitado a reír, y a decir que es a Dashenka y a mí a quien corresponde arreglar las cosas.