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A la mañana siguiente, en el saloncito del diván negro con cojines amarillos y la ventana salediza de cierre hermético cuyos cristales nuevos Parecían agrandar los copos de nieve en su caída lenta y vertical (estilizados por una curiosa coincidencia en la portada del último número de Lo bello y la mariposaposado en el alféizar), Ada hablaba de su «carrera teatral». El tema debatido asqueaba en secreto a Van (en tal medida que por contraste, la pasión de Ada por la historia natural adquiría a sus ojos un esplendor nostálgico). Para él, la palabra escrita no existía más que en su abstracta pureza, en su irrepetible llamada a un espíritu igualmente ideal. Pertenecía en exclusiva a su creador y (contrariamente a lo que sostenía Ada) no podía ser pronunciada o representada por un mimo sin que, ipso facto, un espíritu extraño destruyera al artista, de una puñalada mortal, en el mismísimo antro de su arte. Una obra escrita era intrínsecamente superior a la mejor de las representaciones, aun cuando el mismo autor hubiera dirigido personalmente su puesta en escena. Por lo demás, Van coincidía con Ada en que la pantalla sonora era ciertamente preferible al teatro en vivo, por la sencilla razón de que permitía al director alcanzar y mantener sus propias normas de perfección durante un número ilimitado de representaciones.

Ninguno de los dos tenía en cuenta las separaciones que la vida profesional de Ada podría exigir. Ninguno de los dos consideraba la posibilidad de viajar juntos con un destino expuesto a los cien ojos de Argos, de vivir juntos en Hollywood, U.S.A., en Ivydell, Inglaterra, o incluso en el Hotel Cohnritz (ese blanco palacio de azúcar) de El Cairo. A decir verdad, no se imaginaban otra forma de existencia que aquel cuadro viviente que componían en aquel instante bajo el bello cielo azul paloma de Manhattan.

A los catorce años Ada había tenido la convicción de que subiría en vuelo de cohete al cielo de las estrellas, para estallar allí, con un gran estampido, en triunfales lágrimas prismáticas. Estudió en escuelas especializadas. Actrices de talento, pero que no habían conocido el éxito, y el propio Stan Slavsky (sin vínculo de parentesco, aunque tampoco se trataba de mTñombrecle teatro) le habían dado lecciones particulares de arte dramático, de desesperación, de esperanza. Su debut fue un pequeño desastre que pasó inadvertido. Sus posteriores apariciones sólo fueron aplaudidas por los amigos íntimos.

—Nuestro primer amor —dijo a Van —es la primera ovación de una sala puesta en pie, y es estolo que hace a los grandes artistas. Así me lo han asegurado Stan y su amiguita, que hizo el papel de Miss Spangle Triangle en Flyings Rings. Aunque la verdadera consagración puede no llegar hasta la última corona.

—Música celestial —dijo Van.

—Precisamente, a él también le abuchearon los reventadores, en Amsterdams muchos más antiguos, y mira dónde estamos después de tres siglos: no hay cachorro de grupo popque no le copie. Todavía creo que tengo talento, pero quién sabe si, en el fondo, no estoy confundiendo el enfoque correcto con el talento, que se burla de las reglas deducidas del arte pretérito.

—Bueno, al menos sabes eso —dijo Van —; y lo has explicado por extenso en una de tus cartas.

—Me parece, por ejemplo, haber oído siempre que el actor no debe poner el eje de su representación en un «personaje», ni en un «tipo» de tal o cual ralea, ni en las charlatanerías de un tema social, sino exclusivamente en la poesía subjetiva y única del autor, porque los dramaturgos (como lo ha evidenciado el más grande de ellos) están más cerca de los poetas que de los novelistas. En la vida «real» somos criaturas de azar, sumergidas en un vacío absoluto, a menos, naturalmente, que nosotros mismos seamos artistas; pero en una buena comedia yo me siento protegida por el autor, aceptada por el tribunal censor, me siento segura, sjn otra cosa ante mí que esa total oscuridad que respira (en lugar de nuestro Tiempo de Cuatro Muros), me siento rodeada por los brazos de un Will perplejo (que creía que yo era tú) o de un Anton Pavlovich (cuyos gustos son mucho más normales y que siempre ha estado apasionadamente enamorado de los largos cabellos negros).

También eso me lo escribiste una vez.

Los comienzos de la carrera de Ada, en 1891, coincidieron con el final de la de su madre, que había durado veinticinco años. Y lo que es más, ambas interpretaron la misma obra, Las cuatro hermanasde Chejov. Ada hacía de Irina en el modesto escenario de la Academia de Arte Dramático de Yakima, en una versión algo abreviada en la que el personaje de la hermana Varvara, la locuaz originalka(«excéntrica», como la llama Marsha), sólo era dada a conocer mediante las alusiones de los demás personajes, pero sus escenas habían sido suprimidas, de modo que la obra debía haber llevado el título de Las tres hermanas(que, de hecho, ya le asignó el más ingenioso de los críticos locales). Era justamente el papel de la religiosa (notablemente ampliado) el que Marina representaba en una adaptación cinematográfica muy lamida de la obra de Chejov: la película y la Durmanova fueron celebradas por un concierto de alabanzas no demasiado merecidas.

—Desde que decidí subir a las tablas —dijo Ada (aquí nos servimos de sus notas) —me sentí obsesionada por el fantasma de la mediocridad de Marina; juzgaba yo por la actitud de la crítica, que unas veces fingía ignorarla y otras la enviaba a la fosa común. Cuando su papel era lo suficientemente importante para que no pudiesen silenciarlo, la gama de los calificativos iba desde «inerte» hasta «sensible» (el más elogioso cumplido que merecieron sus interpretaciones). Y en el momento más delicado de micarrera, ella hacía fotocopiar, para enviarlos a amigos y enemigos, comentarios exasperantes como: «la Durmanova está soberbia en el papel de la monja neurótica; ha conseguido convertir un papel esencialmente episódico y estático en» etc., etc., etc. Naturalmente, el cine no plantea problemas de lenguaje (Van se tragó, más que reprimió, un bostezo). Marina y tres de sus colegas no tenían ninguna necesidad del excelente doblaje que se proporcionó a los otros actores, desconocedores de la lengua de Chejov. Pero nuestro pobre espectáculo de Yakima sólo podía contar con dos auténticos rusos, Altshuler, el protegido de Stan, en el papel del barón Nikolai Lvovich Tuzenbach-Krone-Altschaeur, y yo misma, en el de Irina, la pauvre et noble enfant, que es telegrafista en el primer acto, secretaria de un ayuntamiento en el segundo y maestra de escuela al final de la obra. Todo el resto no era más que una macedonia de acentos inglés, francés, italiano. A propósito, ¿cómo se dice «ventana» en italiano?

—Finestra, sestra —dijo Van, imitando a un apuntador loco.

«Irina (sollozando): ¿A dónde se ha ido todo, a dónde? ¡Oh, Dios mío. Dios mío! Lo he olvidado todo, todo. Todo se confunde en mi mente... ¡Ni siquiera sé cómo se dice "techo" o "ventana" en italiano!

—No. «Ventana» precede a «techo» en ese parlamento. Ella empieza por mirar a su alrededor, y luego alza los ojos: es el movimiento natural del pensamiento.

—Sí, eso es. Luchando todavía con «ventana», levanta los ojos y tropieza con el no menos enigmático «techo». En realidad, estoy segura de haber representado esa escena de acuerdo con tu interpretación psicológica. Pero, ¿qué importa eso, qué importabaeso? Nuestra representación fue perfectamente detestable, mi barón acertaba, todo lo más, una línea sí y otra no. Pero Marina... Marina estaba maravillosaen su universo de sombras. «Diez años, y otro más, han pasado ya desde que dejé Moscú...» (Ada, que hace ahora de Varvara, imita ese «tono de salmodia devota» — pevuchii ton bogomolki— indicado por Chejov y logrado por Marina con irritante perfección.) «Ahora, la vieja calle Basmannaia, donde tú naciste (volviéndose a Irina) hace una veintena de añitos ( godkov), se ha convertido en esta Busman Road bordeaba a ambos lados por talleres y garajes (Irina se esfuerza en contener las lágrimas). Entonces, ¿por qué querrías volver, Arinuchka? (Irina contesta con un sollozo).» Por supuesto, como habría hecho cualquier buen actor, mamá, Dios la bendiga, improvisaba un poco. Y además, su voz, su joven voz rusa y melodiosa, ha sido sustituida por el vulgar inglés dublinés de Lenore.

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