Nos saltamos también a Lucette con su cuerda de saltar.
¡Ah! ¡El famoso primer pinzón!
—No, es un kitayskaya punochka(gorrión de los muros chinos). Está posado en el umbral de una puerta del sótano. La puerta está entreabierta. En el interior se ven útiles de jardinería y mazos de croquet. No habrás olvidado cuántos animales exóticos, alpinos y polares se mezclaban con nuestras especies indígenas.
La hora de comer. Ada se inclina exageradamente sobre el melocotón reluciente y mal pelado que va a devorar (vista tomada desde el jardín, por la ventana abierta).
Drama y comedia. Blanche luchando con dos fogosos gitanos en la glorieta de los Espantalobos. Tío Dan leyendo tranquilamente su periódico sentado al volante de un cochecito rojo atascado en el fango negruzco de la carretera de Ladore.
Dos inmensos pavones nocturnos, todavía acoplados. Todos los años, mozos de cuadra y jardineros llevaban a Ada ejemplares de esa común especie. Y eso hace que me acuerde de ti, gentil Mario d'Andrea, o de ti, Domenico Benci, el de la cabellera rutilante, o de ti, Giovanni del Brina, adolescente moreno y soñador (que las tomabais por murciélagos), o de aquél que no oso nombrar (por tratarse de una erudita contribución de Lucette, fácil chapucería, después de la muerte del sabio) y que, una mañana de mayo de 1542, cerca de Florencia, pudo recoger al pie de la tapia de un huerto aún no oculto bajo la invasión de glicinias todavía no importadas [añadido de su hermanastra], una pareja de pavones del peral con antenas bipectinadas, plumosas en el macho, más finas en la hembra, para reproducirlas in copulacon la mayor fidelidad pictórica (entre lamentables insectos de fantasía), en el nicho de una ventana de la llamada «Sala de los Elementos» del Palazzo Vecchio.
Amanecer en Ardis. Felicitas: Van, desnudo, todavía ovillado en su hamaca, bajo los dos grandes lidderons, como llamaban en Ladore a los liriodendros, no ciertamente un lit d'édredon,aunque ese auroral juego de palabras ayude a presentar la expresión física de la imaginación de un joven soñador, no disfrazado por la red.
— Felicitaciones—repitió Van, dando a la abreviatura infantil su forma completa—. Primera postal indecente. Seguro que Bewhorny conserva una copia en su archivo privado.
Ada examinó el dibujo reticular de la hamaca por medio de una lupa (que Van utilizaba para estudiar ciertos detalles de los dibujos de sus locos).
—Temo que luego sea peor —dijo Ada, con voz turbada; y, aprovechando el hecho de que estaban viendo el álbum en la cama (lo que hoy consideramos de mal gusto), la extravagante Ada volvió la lupa hacia Van en persona, cosa que había hecho muchas veces en aquel año de gracia reproducido en las imágenes, impulsada por la curiosidad científica y la depravación artística.
—Encontraré un parche para tapar eso —dijo, volviendo a la carúncula picaresca que se distinguía a través de la red indiscreta—. A propósito, he visto que tienes toda una colección de antifaces en tu cómoda...
—Para los bailes de máscaras —murmuró Van.
Un ejemplar para el capítulo de las comparaciones: Ada exhibiendo generosamente sus blancos muslos a horcajadas sobre una rama negra del árbol del Edén (su falda se había enredado en las ramas y las hojas). Luego, varias fotos del pic-nic de 1884, como, por ejemplo, Ada y Grace bailando juntas una giga liaskana, y Van, con los pies en alto, paciendo entre las estelarias y las agujas de pino (interpretación conjetural).
—Eso es algo que no volverá a verse —dijo Van—. Un precioso tendón izquierdo ha dejado de fungionar. Todavía puedo hacer esgrima y dar puñetazos magistrales, pero ya no me es posible andar sobre las manos. Ya no tendrás que lamentarte de eso, Ada. Ya no te oiremos suspirar y gemir. King Wing me contó que el gran Vekchelo se convirtió en un vulgar chelovek a la edad que yo tengo ahora. Es, pues, algo completamente normal. Ah, mira, aquí está Ben Wright, borracho, tratando de violar a Blanche detrás de las caballerizas. Blanche tiene un papel importante en este fárrago.
—¿Dónde has visto eso? Está claro que lo que hacen es bailar. Parecen la Bella y la Bestia en el baile en que Cenicienta pierde su liga y el príncipe su bella bragueta de cristal abombado. Mira, también vemos al señor Ward y la señora French ejecutando un kimbocampesino (bamboleo bruegheliano) al fondo de la sala. Todas estas historias de las violaciones de nuestra casa han sido groseramente exageradas. De todos modos, ese fue el último escándalo de Ben Wright en Ardis.
Ada en la terraza (fotografiada por nuestro acrobático mirón desde el alero del tejado) dibujando una de sus flores favoritas, un satirión de Ladore carnoso, erecto y de sedosa pelusa.
Van tuvo la impresión de que recordaba aquel atardecer soleado con toda su excitación y su suavidad, y algunas palabras que Ada había murmurado al azar (en respuesta a su torpe comentario botánico); «mi flor sólo se abre en el crepúsculo». La flor que estaba reproduciendo con pintura malva.
Una fotografía de estudio, en una página separada. Adochka linda e impura en sus ligeras ropas, y Vanichka, con un traje de franela gris y corbata de Riverlane a rayas oblicuas, uno junto al otro, mirando atentamente a la kimera(quimera, cámara), él con un tonto rictus forzado, y ella totalmente inexpresiva. Ambos recordaban muy bien el momento en que había sido tomada aquella foto (entre la primera cruz minúscula de una dulce misiva y todo un cementerio de besos) y por qué había sido tomada: fue por orden de Marina, que la hizo enmarcar y la colgó en su habitación, al lado de un retrato que representaba a su hermano a la edad de doce o catorce años, con la camisa abierta a lo Byron y con un cobaya en el hueco de las manos. Se les podía tomar por hermano y hermana. El joven difunto proporcionaba una coartada en vivisección.
Otra fotografía había sido tomada en las mismas circunstancias. Pero, por alguna razón desconocida, fue luego rechazada por la caprichosa Marina: Ada estaba leyendo sentada ante un velador de tres patas, con el puño cerrado ocultando la parte inferior de la página. Una deslumbrante sonrisa, nada corriente en ella y cuya justificación no aparecía por ningún sitio, iluminaba sus labios casi morunos. Sus largos cabellos caían sobre la clavícula y la espalda. De pie, a su lado, con la cabeza inclinada, Van miraba sin ver el libro que ella leía. Deliberamente, con plenitud de conciencia, al oír el clic bajo el capuchón negro, había puesto en el foco de su atención, junto al pasado inmediato, el futuro inminente, seguro de que aquel instante se grabaría en su memoria como el de la percepción objetiva del presente real y de que era preciso que se acordase del sabor, del brillo, de la carne del presente (¡y en verdad que se acordaba al cabo de seis años... y se acuerda todavía hoy, en la segunda mitad del siglo siguiente!)
Pero... ¿qué decir de aquella sonrisa radiante que asomaba a los adorados labios? La burla chispeante puede transformarse (por un grado más en la alegría) en un semblante de éxtasis.
—¿Sabes, Van, qué libro era ése que está colocado sobre la mesa, al lado del espejo de mano de Marina y de su pinza de depilación? Te lo voy a decir. Era una de las novelas más vulgares y más regocijantes que han aparecido en la primera página de la crítica de Libros del Timesde Manhattan. Estoy segura de que tu Córdula la tenía todavía en su cosy-cornercuando estabais sien contra sien después de darme calabazas.