—Me llevé la almohada al cuarto de Ada, donde otra lamparilla adornada con una transparencia similar mostraba a un tipo extravagante y de barba rubia que, envuelto en una toalla de baño, apretaba contra su corazón al corderito recuperado. La noche era cálida como un horno y las dos estábamos completamente desnudas, salvo un esparadrapo adherido a mi brazo en el sitio en que me había acariciado y pinchado el médico del lugar. Ada era un sueño de belleza en blanco y negro, con un toque fresa en cuatro lugares, como una reina de corazones simétrica...
Un momento después las dos chicas estaban en cuerpo a cuerpo, y el juego les resultó tan delicioso que se prometieron repetirlo sistemáticamente, con fines higiénicos, siempre que estuvieran en situación desesperada y faltas de un muchacho.
—Me enseñó cosas que yo nunca habría imaginado —confesó Lucette, con aire de seguir aún maravillada de sus descubrimientos—. Nos entrelazábamos como serpientes y resollábamos como pumas. Éramos acróbatas mongoles, monogramas, anagramas, adalucindas. Ella besaba mi krestikmientras yo besaba el suyo, y nuestras cabezas se cruzaban en posturas tan extrañas que Brigitte, una doncellita, que entró inoportunamente con una vela en la mano, creyó por un momento, aunque también ella era bastante viciosa, que estábamos dando a luz simultáneamente a dos niñas: tu Ada, a una pelirroja, y Lucette, que no es de nadie, a una morena. ¡Imagínatelo si puedes!
—Desternillante —dijo Van.
—¡Oh!, y así seguimos prácticamente todas las noches, en el Rancho Marina, y muchas veces a la hora de la siesta; excepto en los intervalos de los vanouissements(la palabra es de ella), o cuando las dos teníamos la regla, lo cual, me creas o no...
—Puedo creerlo todo.
—...aparecía en las dos simultáneamente. Éramos hermanas como todas las hermanas, que comparten las cosas cotidianas y las rutinas con muy poco en común. Ella coleccionaba cactos o ensayaba a toda prisa un papel para una próxima representación en Sterva; yo leía mucho o copiaba bellas imágenes eróticas en un álbum de Obras Maestras Prohibidas, que encontramos en el fondo de una caja de korsetov khrestomatiy(corsés y crestomatías) que Belle se dejó olvidada... y puedo asegurarte que eran infinitamente más realistas que el rollo de Mong Mong, cuyo pincel era infatigable hacia el año 888, un milenio antes de que Ada dijese que era un buen ejemplo de calistenia oriental. Así pasaba el día, y salía la primera estrella, y enormes polillas se paseaban a seis patas por los vidrios de las ventanas, y nos abrazábamos hasta que caíamos dormidas. Y así he descubierto...
Lucette cerró los ojos. Y crispó los nervios de Van al reproducir con diabólica exactitud el suspiro con que Ada acompañaba el colmo de la dicha final.
En aquel momento, como en una obra de teatro bien construida, cuyo desarrollo va alternándose con intermedios cómicos, el campófono de bronce se puso a zumbar y su intervención fue coreada no sólo por el glu-glu de los radiadores, sino también por la botella destapada, de soda, que empezó a chisporrotear por simpatía.
Van (malhumorado):
—No he entendido la primera palabra. ¿Cómo dice? L'adorée? Un momento, por favor. (A Lucette:) Estáte quieta, Lucette. (Lucette susurra una palabra infantil con dos pes.) Está bien (indicando hacia el pasillo). Lo siento, Polly. Pero ¿es l'adorée? ¿No? Dígame el contexto. ¡Ah, la durée! ¿La duréeno es más... qué? ¡Ah, «sinónimo»! Sinónimo de «duración». Perdone otra vez, no tengo más remedio que poner fin a esa orgía de la soda. No cuelgue. (Grita en dirección del W.C., el «ve dobla», como decían en Ardis.) Lucette, deja que se desborde, ¡qué le vamos a hacer!
Van se sirvió otra copa de coñac, y durante un absurdo intervalo estuvo preguntándose qué demonios estaba haciendo. ¡Ah, sí, el polífono!
El polífono ya no daba señales de vida. Pero volvió a zumbar en cuanto Van colocó el receptor en su cuna. Al mismo tiempo, Lucette llamó discretamente a la puerta.
— La durée... por el amor de Dios, ¡entra sin llamar!... No, Polly, eso no va por usted, sino por mi primita. La duréeno es sinónimo de duración, porque ya está saturada —sí, como en Saturno— del pensamiento de ese filósofo. ¿Qué es lo que ahora no va? ¿No sabe si es doréeo durée? D-U-R. Creí que usted sabía francés... Ah, comprendo. Hasta la vista. Mi mecanógrafa, una rubia insignificante pero siempre disponible, no acierta a leer la palabra duréeescrita con mi mejor caligrafía, porque, según dice, sabe francés, pero no el francés científico.
—A decir verdad —observó Lucette, secando el sobre alargado, en el que había caído una gota de soda—, Bergson sólo es para gente muy joven o muy desgraciada, como esa rubia disponible.
—Conocer Bergson —dijo el profesor auxiliar libertino— merece todo lo más, en tu caso, un pequeño B. ¿O debo recompensarte dando un beso a tu krestik, sea lo que sea eso?
Nuestro joven Vandemonio volvió a cruzar las piernas y maldijo en voz baja el estado en que le había puesto la imagen de cuatro ascuas de una cruz: The Manly State..., como el desgraciado Lowden ha traducido el título de esa novela barata del malheureux Pompier La condición humana, en la que el autor, dicho sea de paso, da esta hilarante definición del término «Vandemonio»: «kulak tasmaniano de origen holandés». «Hay que echarla a puntapiés antes de que sea demasiado tarde.»
—Si hablas en serio —dijo Lucette, pasándose la lengua por los labios y arrugando los ojos ensombrecidos—, entonces, amor mío, puedes hacerlo... y en seguida. Pero si estás burlándote de mí, no eres más que un vandemonio abominablemente cruel.
—Vamos, vamos, Lucette. Esa palabra misteriosa significa en ruso «crucecita», y nada más, que yo sepa. ¿O puede ser algo más? ¿Un amuleto? Acabas de mencionar un gemelo de cuello, o un pequeño peón rojo. ¿Es un objeto que llevas, o llevabas, colgado del cuello por una cadenita? ¿Un pequeño glande de coral, la glandulellade las vestales de la antigua Roma? ¿Qué es, Lucette?
Lucette observaba a Van con circunspección.
—Voy a arriesgarme —dijo—. Te lo voy a explicar, aunque en realidad sólo se trata de una palabra inventada por nuestra hermana, una de sus palabras. Suponía que estabas familiarizado con su vocabulario.
—¡Ah, empiezo a adivinar! —exclamó Van, estremeciéndose de sarcástica malignidad, hirviendo de rabia misteriosa (vengándose inicuamente de sus sinsabores en el chivo expiatorio que era para él la ingenua Lucette, nimbada por el aura de los labios innumerables de la Otra, pues ése y sólo ése era su crimen)—. Ahora me acuerdo bien. Lo que es una mancha obscena en singular puede ser en plural una marca sagrada. Te refieres, sin duda, a esos estigmas que les salen entre las cejas a las monjas jóvenes puras y dolientes a las que los sacerdotes han sobreungido por todas partes haciéndoles, con mirra, la señal de la cruz.
—No, es algo mucho más sencillo —dijo la paciente Lucette—. Volvamos a la biblioteca donde encontraste esa cosita todavía enhiesta en su cajón...