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Había equiparado, semiconscientemente, sueño con muerte.

El hecho de que nosotros la veamos, a través de los ojos de él, como la «querida difunta» connota su sarcástica reacción ante el hecho de:

que esté viva.

que esté despierta.

O bien la expresión «querida difunta» significa que, para él, ya está muerta, o como si lo estuviese.

Ahora tiene que satisfacer a su poco apetitosa novia, o encontrar alguna excusa plausible que le permita darle las buenas noches e ir a acostarse (la «versión original»).

Su acceso a la niña sigue siendo tan problemático como antes.

Los «charlatanes» son:

los farmacéuticos a quienes no les compró la pócima;

los farmacéuticos cuya pócima compró, pero no llegó a utilizar;

los farmacéuticos cuya pócima ha sido administrada mentalmente por su obsesiva imaginación, lo cual le conduce a pensar que va a encontrarla muerta, puesto que equipara, como hemos visto, vigilia y vida (en donde se dice «farmacéuticos», léase todo el mundo establecido de la medicina forense, que le ha fallado);

las punzadas de la conciencia y/o del miedo que le han conducido a descartar la idea del veneno y/o del asesinato en general; o la desesperada esperanza de que haya con seguido provocar la defunción por la sola fuerza de su voluntad.

Todo lo anterior se funde en el caleidoscopio de una mente enloquecida.

¿Llegó a entrar realmente en la farmacia? Aquí, como en otros momentos, mi ética de traductor me prohibía añadir al texto de mi padre nada que hiciera las cosas más explícitas en inglés que en ruso. La multiplicidad de niveles y la agradable forma elíptica del texto son parte integrante de su naturaleza. Si VN hubiese querido dar aquí más detalles, los hubiera dado en el original.

El relato es voluntariamente impreciso en lo que se refiere al lugar y la época, pues se trata de una narración esencialmente intemporal e ¡localizada. Se puede dar por supuesto que la década de los treinta está a punto de terminar, y, como confirmó posteriormente Nabokov, [19] que nos encontramos en París, y luego camino del sur de Francia. Hay también un breve rodeo que nos conduce a una ciudad pequeña, no muy alejada de la capital. El único personaje cuyo nombre se menciona en el texto, [20] es el menos importante: la criada que, en esa ciudad de provincias, ayuda a la infortunada niña a hacer su equipaje, y que recoge las gallinas cuando el coche, en cuyo interior viajan por fin unidos el protagonista y su presa, se aleja velozmente.

Dejaré en manos de los estudiosos —entre los cuales hay algunos lectores soberbiamente sensibles a Nabokov— la identificación y la documentación detallada de los temas y niveles (narración clásica, metáforas engañosas, romanticismo, sexualidad, sublimación de cuento de hadas, matemáticas, conciencia, compasión, miedo a ser colgado de los talones), así como la búsqueda de paralelismos ocultos con la Gesta del príncipe Igoro con Moby Dick.Mi padre hubiese advertido a los freudianos que se abstuvieran de regocijarse ante la efímera mención de una hermana, la curiosa regresión a la infancia que sufre la niña al final, o el complicado bastón (que esdesvergonzada y divertidamente fálico pero también, en un plano completamente distinto, una evocación visual de los objetos apetitosos y «valiosos» —otro ejemplo es ese reloj tan extraño, con la esfera vacía— que Nabokov gustaba a veces de proporcionar a sus personajes).

Habría que explicar, me parece, algunas imágenes comprimidas, pues de lo contrario se corre el riesgo de que se malogren. Siguen ahora unos cuantos ejemplos «especiales», que dispongo, a diferencia de los que he dado hasta ahora, en orden de aparición.

La «lechuga negra que estaba a punto de devorar a un conejo verde» (p. 19): una de las diversas (véase más abajo) aberraciones visuales que, en un nivel, proporcionan a la historia un aura surreal y hechizada, mientras que, en otro, describen con la mayor economía y de la forma más directa de qué modo queda distorsionada momentáneamente la percepción de la realidad por parte de un personaje debido a cierto estado de su ser (en este caso, la excitación abrumadora, frustrada, casi no escondida del protagonista). .

Los «pasitos japoneses» (p. 21): muchos lectores, si no son todos, deben de haber visto, en la pantalla de cine o en la pequeña, o en la ópera, o quizás en el Oriente de verdad, el paso característico de la geisha —pasos cortos, menuditos en sus sandalias de alta plataforma—, al cual compara Nabokov el avance de la niña con los patines puestos cuando sus ruedas se niegan a girar en la gravilla.

Un pasaje potencialmente más críptico es el de ese «extraño dedo sin uña (abocetado en un muro)» (p. 38). Una vez más, la ambigüedad deliberada, las imágenes e ideas concurrentes, y los diversos niveles de interpretación, han entrado en escena. A fin de desvelar este ejemplo: el «objetivo concreto» que emerge de algún substrato del cerebro del protagonista es el de conseguir el acceso a la niña mediante la boda con su madre. El graffito imaginado en la valla es un híbrido del índice que señala el camino, tal como aparecía en algunos indicadores antiguos, y la varita mágica de algún bromista, sugeridos simultáneamente por la forma estilizada y sin uña del dedo a una mente de tendencias esencialmente depravadas pero no exenta de destellos autoacusadores de objetividad. Este dedo ambiguo señala al mismo tiempo, en esa pasajera imagen, el camino del noviazgo (con la madre), las partes íntimas de la niña deseada, y la propia vulgaridad del protagonista, que ni con los mayores esfuerzos podría quedar justificada por la razón.

«Manga» (p. 40): queda claramente implícito aquí que la pobre mujer todavía está haciéndose la difícil. El juego de palabras, que contiene un eco sesgado del título de la obra en ruso, cuyo significado más directo es «mago», se refiere a la carta que el prestidigitador esconde en la manga —las galas superficiales del matrimonio— y además al auténtico marido, vivo y presumiblemente enamorado, «el as de corazones en carne y hueso». Hay además aquí un matiz paralelo, introspectivo: el cínico truco que este travestí de matrimonio es para el protagonista. Éste comparte el chiste subyacente con el lector atento, aunque no lo hace, claro está, con su futura esposa. Encontramos en este caso el mismo tipo de compresión múltiple que en la imagen del graffito.

«Rosa de los vientos» (p. 47): la antigua rosa náutica italiana, más estilizada que la actual, y que indicaba, como siguen haciéndolo las de ahora, los puntos cardinales principales y secundarios (que también identificaban las direcciones de los vientos) se llamaba rosa dei venti,rosa de los vientos, por su aspecto de flor y porque los vientos eran de importancia crucial para los navegantes; la expresión italiana sigue utilizándose en la actualidad. Con la traducción [ a compass rose of draftsN. del T.] se gana un poquito (quizá sólo en el caso de una minoría de lectores: los que navegan y los que saben italiano), pues la imagen se refiere a las corrientes de aire procedentes de diversas direcciones que han sido provocadas por la asistenta al abrir las ventanas.

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