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—No les di ni siquiera quinientos —replicó Mitia—. Lo que ocurrió fue que no los podía contar, porque estaba bebido. Fue una desgracia.

Dmitri escuchaba a los testigos con un gesto de pesar y fatiga. Parecía decir: «Contad lo que queráis: me es indiferente.»

Trifón Borisytch dijo:

—Los cíngaros le costaron más de mil rublos, Dmitri Fiodorovitch. Usted tiraba el dinero sin contarlo y ellos lo recogían. Es una casta de bribones. Roban caballos. Si no los hubiese echado de aquí, tal vez habrían declarado a cuánto ascendían sus ganancias. Yo vi el fajo de billetes que llevaba usted en la mano. No me lo dio usted a contar, pero a simple vista calculé que había bastante más de mil quinientos rublos... Yo también manejo dinero.

En cuanto a la suma del día anterior, Dmitri Fiodorovitch había declarado a su llegada que llevaba encima tres mil rublos.

—¿De veras dije que tenía tres mil rublos, Trifón Borisytch?

—Sí, Dmitri Fiodorovitch; lo dijo usted delante de Andrés. Todavía está aquí; puede usted llamarlo. Y cuando estaba obsequiando a las chicas del coro, dijo usted a voces que estaba gastando su sexto billete de mil rublos, incluida la vez anterior, desde luego. Esteban y Simón lo oyeron. Piotr Fomitch Kalganov estaba entonces a su lado. Tal vez lo recuerde también.

La declaración de que gastaba el sexto billete de mil impresionó a los jueces y les encantó por su claridad. Tres mil la primera y tres mil la segunda sumaban seis mil.

Se interrogó a Esteban, a Simón y al cochero Andrés, y éstos confirmaron la declaración de Trifón Borisytch. Además, se tomó nota de la conversación que Mitia había tenido con Andrés, al que preguntó si iría al cielo o al infierno y si lo perdonarían en el otro mundo. El «psicólogo» Hipólito Kirillovitch, que había escuchado sonriendo, recomendó que se uniera esta declaración al expediente.

Cuando le tocó el turno a Kalganov, éste se presentó de mala gana, con semblante sombrío, y habló con el procurador y con Nicolás Parthenovitch como si fuese la primera vez que los veía, siendo así que los conocía desde hacía mucho tiempo. Empezó por decir que «no sabía nada y nada quería saber». Pero reconoció que había oído hablar a Mitia del sexto billete de mil y que estaba a su lado cuando le oyó decir esto. Ignoraba la cantidad que Dmitri podía tener y afirmó que los polacos habían hecho trampas jugando a las cartas. Contestando a insistentes preguntas, dijo que expulsaron a los polacos de la sala y que entonces Mitia se había captado la admiración y el amor de Agrafena Alejandrovna, cosa que ésta había confesado. Al hablar de la joven se expresó en términos corteses, como si se tratara de una dama de la mejor sociedad, y ni una sola vez la llamó Gruchegnka. A pesar de la evidente aversión que Kalganov mostraba a declarar, Hipólito Kirillovitch lo retuvo largo rato, para tomar de sus palabras solamente aquello que constituía, por decirlo así, la novela de Mitia durante aquella noche. Dmitri no le interrumpió ni una sola vez, y Kalganov se retiró sin disimular su indignación.

Se hizo pasar a los polacos. Éstos se habían acostado en su reducida habitación, pero no habían conseguido pegar los ojos. Cuando llegaron las autoridades, se vistieron rápidamente, comprendiendo que los iban a llamar. Se presentaron con arrogancia, pero también con cierta inquietud. El pequeño pan, el más importante, era un funcionario de duodécima clase retirado. Había servido como veterinario en Siberia y se llamaba Musalowicz. El panWrublewski era dentista. Al principio, cuando les preguntaba Nicolás Parthenovitch, contestaban dirigiéndose a Mikhail Makarovitch, al que consideraban como el personaje más importante. Le llamaban pan pulkownik [76]y repetían la expresión a cada frase. Al fin los sacaron de su error. Hablaban correctamente el ruso, fallando únicamente en la pronunciación de ciertas palabras. Al explicar sus relaciones con Gruchegnka, el pan Musalowicz se expresó con una seguridad y un ardor que exasperaron a Mitia hasta el punto de hacerle exclamar que no permitía a un «granuja» hablar así en su presencia. El panMusalowicz protestó del calificativo y rogó que esta palabra se hiciera constar en el proceso. Mitia hervía de cólera.

—¡Sí, un granuja! —exclamó—. Pueden ustedes anotarlo. Esto no me impedirá repetir que es un granuja.

Nicolás Parthenovitch dio pruebas de un facto extraordinario en este enojoso incidente. Tras una severa amonestación a Mitia, renunció a hacer preguntas sobre la parte novelesca del asunto y se dedicó enteramente a lo esencial.

Los jueces mostraron gran interés al declarar los polacos que Mitia había ofrecido tres mil rublos al panMusalowicz para que renunciara a Gruchegnka. De esta cantidad entregaría inmediatamente setecientos rublos, y el resto al día siguiente en la ciudad. Afirmó bajo palabra de honor que en aquel momento no poseía toda la suma.

Mitia replicó a esto que no había prometido pagar el resto al día siguiente, pero el panWrublewski confirmó lo dicho por su compatriota, y Dmitri, tras reflexionar un instante, aceptó que podía haber hecho tal promesa en un momento de exaltación.

El procurador dio gran importancia a estas palabras. La acusación podía deducir de ellas que parte de los tres mil rublos que Mitia había tenido en su poder estaba oculta en la ciudad o tal vez en el mismo Mokroie. Con ello quedaba explicado un punto que ponía en un aprieto a la acusación: el de que se hubieran hallado solamente ochocientos en poder de Mitia. Hasta entonces, ésta había sido la única prueba favorable, por poco que fuera, a Dmitri. Esta única prueba se había desvanecido. El procurador le preguntó:

—¿De dónde pensaba usted sacar los dos mil trescientos rublos que prometió bajo palabra de honor entregar al pan al día siguiente, siendo así que usted mismo afirmó que sólo poseía quinientos en aquel instante?

A ello repuso Mitia que su intención era proponerle al pantransferirle ante notario sus derechos de propiedad sobre Tchermachnia, en vez de entregarle el dinero, oferta que ya había hecho a Samsonov y a la señora de Khokhlakov. El procurador sonrió ante «la ingenuidad del subterfugio»

—¿Y cree usted que él habría aceptado esos «derechos» en sustitución de los dos mil trescientos rublos?

—No me cabe duda. Pues habría recibido no dos mil, sino cuatro mil o seis mil. Sus abogados judíos y polacos habrían obligado al viejo a entregar el dinero.

Como es natural, la declaración del panse consignó por escrito in extenso, tras lo cual los dos polacos pudieron retirarse. El detalle de que habían hecho trampas en el juego pasó por alto. Nicolás Parthenovitch les estaba agradecido y no quería molestarlos por una insignificancia, pues consideraba que todo se había reducido simplemente a una querella entre jugadores bebidos. Además, todo había sido escandaloso aquella noche. En resumidas cuentas, que los doscientos rublos se quedaron en los bolsillos de los polacos.

Acto seguido se llamó al viejo Maximov, que entró en la sala tímidamente, a pasitos cortos, con las ropas en desorden y el semblante triste. Durante los interrogatorios había permanecido sentado junto a Gruchegnka, en silencio, «lloriqueando y secándose los ojos con su pañuelo a cuadros» —así lo dijo Mikhail Makarovitch—, hasta el punto de que era ella la que tenía que calmarlo y consolarlo. Con lágrimas en los ojos, el pobre viejo se excusó por haber pedido diez rublos prestados a Dmitri Fiodorovitch, obligado por su pobreza, y manifestó que estaba dispuesto a devolvérselos. Nicolás Parthenovitch le preguntó cuánta dinero tenía, a su juicio, Dmitri Fiodorovitch, ya que él debía de haberlo visto de cerca al pedirle prestados los diez rublos. Y Maximov repuso:

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