- Tanto mejor -dijo Robert Jordan y bebió un nuevo trago de la bota-. Y con esto, todavía menos.
- Yo sufro por los otros.
- Como todos los hombres buenos deberían hacer.
- Pero por mí mismo sufro muy poco.
- ¿Tienes mujer?
- No.
- Yo tampoco.
- Pero ahora tienes a la María.
- Sí.
- Mira qué cosa tan rara -dijo Agustín-. Desde que ella se juntó con nosotros, cuando lo del tren, la Pilar la ha mantenido apartada de todos, tan celosamente como si hubiera estado en un convento de carmelitas. No te puedes imaginar con qué ferocidad la guardaba. Vienes tú y te la da como regalo. ¿Qué te parece?
- No ha sido como tú lo cuentas.
- ¿Cómo fue entonces?
- Me la confió para que cuidase de ella.
- Y por eso la cuidas y j… con ella toda la noche.
- Suerte que tiene uno.
- Vaya una manera de cuidar de ella.
- ¿Tú no entiendes que se pueda cuidar de alguien de ese modo?
- Sí. Pero, por lo que se refiere a ese modo de cuidarla, podíamos haberlo hecho cualquiera de nosotros.
- No hablemos más de eso -dijo Robert Jordan-. La quiero de verdad.
- ¿Lo dices en serio?
- No hay nada más serio en este mundo.
- ¿Y después qué harás, después de lo del puente?
- Ella se vendrá conmigo.
- Entonces -dijo Agustín-, no hablemos más ninguno de los dos. Y que los dos tengáis mucha suerte.
Levantó la bota de vino, bebió un trago y se la tendió luego a Robert Jordan.
- Una cosa más, inglés…
- Todas las que quieras.
- Yo la he querido mucho también.
Robert Jordan le puso la mano en el hombro.
- Mucho -insistió Agustín-. Mucho. Más de lo que uno es capaz de imaginar.
- Me lo imagino.
- Me hizo una impresión que todavía no se ha borrado.
- Me lo imagino.
- Mira, voy a decirte una cosa muy en serio.
- Dila.
- Nunca la he tocado, ni he tenido nada que ver con ella; pero la quiero muchísimo. Inglés, no la trates a la ligera. Porque aunque duerma contigo no es una puta.
- Tendré cuidado de ella.
- Te creo. Pero hay más. Tú no puedes figurarte cómo sería una muchacha como ella si no hubiese habido una revolución. Tienes mucha responsabilidad. Esa muchacha ha sufrido mucho, de verdad. Ella no es como nosotros.
- Me casaré con ella.
- Bueno. No digo tanto. Eso no es necesario con la revolución. Aunque -y movió la cabeza- sería mejor.
- Me casaré con ella -repitió Robert Jordan, y al decirlo sintió que se le hacía un nudo en su garganta-. La quiero muchísimo.
- Más adelante -dijo Agustín-. Cuando convenga. Lo importante es tener la intención.
- La tengo.
- Oye -dijo Agustín-. Hablo demasiado y de una cosa que no me concierne. Pero ¿has conocido a muchas chicas en tu país?
- A algunas.
- ¿Putas?
- Algunas no lo eran.
- ¿Cuántas?
- Varias.
- ¿Y dormiste con ellas?
- No.
- ¿No ves?
- Sí.
- Lo que digo es que María no hace esto a la ligera. -Ni yo tampoco.
Si yo creyese que lo hacías, te hubiera pegado un tiro anoche, cuando dormías con ella. Por esas cosas matamos mucho aquí.
Oye, amigo. Ha tenido la culpa la falta de tiempo de que no hubiese ceremonia. Lo que nos falta es tiempo. Mañana habrá que luchar. Para mí no tiene importancia. Pero para María y para mí eso quiere decir que tendremos que vivir toda nuestra vida de aquí a entonces.
- Y un día y una noche no es mucho -dijo Agustín.
- No, pero hemos tenido el día de ayer y la noche anterior y anoche.
- Oye, si puedo hacer algo por ti…
- No. Todo va muy bien.
- Si puedo hacer algo por ti o por la rapadita…
- No.
- Verdad que es muy poco lo que un hombre puede hacer por otro.
- No. Es mucho.
- ¿Qué?
- Ocurra lo que ocurra hoy y mañana, en lo que hace a la batalla, confía en mí y obedéceme… Aunque las órdenes te parezcan equivocadas.
- Confío en ti. Después de eso de la caballería y de la idea que tuviste alejando el caballo, tengo confianza en ti.
- Eso no fue nada. Ya ves que trabajamos por un fin preciso: ganar la guerra. Mientras no la ganemos, todo lo demás carece de importancia. Mañana tenemos un trabajo de gran alcance. De verdadero alcance. Y luego habrá una batalla. La batalla requiere mucha disciplina. Porque muchas cosas no son lo que parecen. La disciplina tiene que venir de la confianza.
Agustín escupió al suelo.
- La María y lo demás son cosas aparte -dijo-. Tú y la María conviene que aprovechéis el tiempo que os queda como seres humanos. Si puedo ayudarte en algo, estoy a tus órdenes. Y por lo que hace a mañana, te obedeceré ciegamente. Si hay que morir en el asunto de mañana, uno morirá contento y con el corazón ligero.
- Así pienso yo -dijo Robert Jordan-. Pero el oírtelo decir me da contento.
- Te diré más -siguió Agustín-; ése de ahí arriba -y señaló a Primitivo- es de mucha confianza. La Pilar lo es mucho, mucho más de lo que tú te imaginas. El viejo, Anselmo, es también de mucha confianza. Andrés también. Eladio también. Muy callado, pero de mucha confianza. Y Fernando. No sé qué es lo que tú piensas de él. Es verdad que es más pesado que el plomo. Y está más lleno de aburrimiento que un buey uncido a su carreta en un camino. Pero para pelear y para hacer lo que se le ha dicho es muy hombre. Ya verás.
- Tenemos suerte.
- No, tenemos dos elementos flojos: el gitano y Pablo. Pero la cuadrilla del Sordo es mejor que nosotros tanto como nosotros podemos ser mejores que la cagarruta de una cabra.