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En aquellos días ningún otro Hombre se había afincado tan al oeste, ni a menos de cien leguas de la Comarca; pero en las tierras salvajes más allá de Bree había nómadas misteriosos. La gente de Bree los llamaba los Montaraces, y no sabía de dónde venían. Eran más altos y morenos que los Hombres de Bree y se los creía dotados de raros poderes, capaces de ver y oír cosas que nadie veía ni oía, y de entender el lenguaje de las bestias y los pájaros. Iban de un lado a otro hacia el sur y el este, casi hasta las Montañas Nubladas, pero ahora eran pocos y rara vez se los veía. Cuando aparecían traían noticias de muy lejos y contaban extrañas historias olvidadas que eran escuchadas con mucho interés; pero las gentes de Bree no hacían buenas migas con ellos.

Había también numerosas familias de hobbits en el país de Bree, y pretendían ser el grupo de hobbits más antiguo del mundo, establecidos allí mucho antes del cruce del Brandivino y la colonización de la Comarca. La mayoría vivía en Entibo, aunque había algunos en Bree, especialmente en las laderas más altas de la colina, por encima de las casas de los Hombres. La Gente Grande y la Gente Pequeña (como se llamaban unos a otros) estaban en buenas relaciones, ocupándose de sus propios asuntos y cada uno a su manera, pero considerándose todos parte necesaria de la población de Bree. En ninguna otra parte del mundo hubiera podido encontrarse este arreglo peculiar (aunque excelente).

La gente de Bree, Grande y Pequeña, no viajaba mucho, y no había para ellos nada más importante que los asuntos de las cuatro villas. De cuando en cuando los hobbits de Bree iban hasta Los Gamos o la Cuaderna del Este, pero aunque esta pequeña región no estaba a más de una jornada a caballo desde el Puente del Brandivino, los hobbits de la Comarca la visitaban poco ahora. Algún habitante de Los Gamos o algún intrépido Tuk venía en ocasiones a pasar una noche o dos en la posada, pero aun esto era cada vez más raro. Los hobbits de la comarca llamaban a los de Bree y a todos los que vivían más allá de las fronteras Gentes del Exterior, y se interesaban poco en ellos, considerándolos rústicos y bárbaros. En esa época y al oeste del Mundo había probablemente muchas Gentes del Exterior que los hobbits de la Comarca no conocían. Algunos, sin duda, no eran sino vagabundos, siempre dispuestos a cavar un agujero en cualquier barranco, y quedarse allí mientras se sintieran cómodos. Pero en las tierras de Bree, al menos, los hobbits eran decentes y prósperos, y no más rústicos que la mayoría de los parientes lejanos del Interior. No se había olvidado aún que en otro tiempo las idas y venidas entre la Comarca y Bree habían sido cosa frecuente. Era opinión común que había sangre de Bree en los Brandigamo.

La aldea de Bree comprendía un centenar de casas de piedra de Gente Grande, la mayoría sobre el Camino en el flanco de la loma, con ventanas que daban al oeste. En este lado, describiendo algo más de medio círculo, desde la loma y de vuelta, había un foso profundo con un seto espeso sobre la pared interior. El Camino franqueaba el seto por medio de una calzada, pero en el lugar donde atravesaba el seto una puerta de trancas cerraba el paso. Había otra en el extremo sur, donde el Camino dejaba la villa. Las puertas se cerraban a la caída de la noche, pero en el lado de dentro había unos refugios pequeños para los guardianes.

Junto al Camino, donde doblaba a la derecha bordeando la colina, se levantaba una posada grande. Había sido construida en tiempos remotos cuando el tránsito en los caminos era mucho mayor. Pues Bree estaba situada en una vieja encrucijada; otro antiguo camino cruzaba el Camino del Este junto al foso, en el extremo oeste de la villa, y muchos Hombres y gentes de distintas clases habían pasado por allí en tiempos lejanos. Extraño como noticias de Breeera todavía una expresión corriente en la Cuaderna del Este, y se remontaba a la época en que noticias del Norte, del Sur y del Este podían oírse aún en la posada, donde los hobbits de la Comarca iban más a menudo a oírlas. Pero las Tierras del Norte estaban desiertas desde hacía mucho tiempo, y el Camino del Norte se usaba poco ahora; estaba cubierto de hierba y la gente de Bree lo llamaba el Camino Verde.

La posada de Bree estaba todavía allí, sin embargo, y el posadero era una persona importante. La casa era lugar de reunión para los habitantes ociosos, charlatanes y curiosos, grandes y pequeños, de las cuatro aldeas, y un refugio para los Montaraces y otros trotamundos, y para aquellos viajeros (en su mayoría enanos) que tomaban todavía el Camino del Este para ir y volver de las Montañas.

La noche había caído y unas estrellas blancas brillaban en el cielo cuando Frodo y sus compañeros llegaron al fin al cruce del Camino Verde, ya cerca de la aldea. Avanzaron hacia la Puerta del Este y la encontraron cerrada, pero un hombre estaba sentado frente a la casita, al otro lado de la cerca. El hombre se incorporó de un salto, alcanzó una linterna, y los miró por encima de la puerta de trancas, sorprendido.

—¿Qué quieren, y de dónde vienen? —preguntó con tono áspero.

—Buscamos la posada —respondió Frodo—. Vamos hacia el este y no podemos ir más lejos esta noche.

—¡Hobbits! ¡Cuatro hobbits! Y lo que es más, de la Comarca, según parece por el acento —dijo el guardián a media voz y como hablándose a sí mismo.

Los examinó un momento con aire sombrío, y luego abrió lentamente la puerta y los dejó entrar.

—No vemos a menudo gente de la Comarca cabalgando por el Camino de noche —prosiguió diciendo mientras los hobbits hacían un alto junto a la empalizada—. ¿Me excusarán si les pregunto qué los lleva al este de Bree? ¿Cómo se llaman, si me permiten?

—Nuestros nombres y asuntos son cosa nuestra, y éste no parece un buen lugar para discutirlo —dijo Frodo a quien no le gustaba el aspecto del hombre ni el tono de su voz.

—De acuerdo —dijo el hombre—, pero mi obligación es preguntar, después de la caída de la noche.

—Somos hobbits de Los Gamos. Nos gusta viajar y queremos descansar en la posada de aquí —dijo Merry—. Soy el señor Brandigamo. ¿Le basta eso? En otro tiempo la gente de Bree trataba cortésmente a los viajeros, o así he oído.

—¡Muy bien! ¡Muy bien! —dijo el hombre—. No quise ofenderlos. Pronto sabrán quizá que no sólo el viejo Harry de la puerta es quien hace preguntas. Hay gente rara por aquí. Si van al Poneydescubrirán que no son los únicos huéspedes.

Les deseó buenas noches y no dijo más; pero Frodo alcanzó a ver a la luz de la linterna que el hombre no dejaba de mirarlos. Le alegró oír el golpe de la puerta que se cerraba detrás de ellos, mientras avanzaban. Se preguntó por qué el hombre parecía tan suspicaz, y si alguien no habría estado pidiendo noticias de un grupo de hobbits. ¿Gandalf? Tenía tiempo de haber llegado, mientras ellos se demoraban en el Bosque y las Quebradas. Pero había habido algo en la mirada y la voz del guardián que lo había inquietado.

El hombre se quedó observando a los hobbits un momento, y luego entró en la casa. Tan pronto como volvió la espalda, una figura oscura saltó rápidamente la empalizada y se perdió en las sombras de la calle.

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