Aunque Frodo miraba a un lado y a otro no vio en ninguna parte aquellas grandes piedras que se levantaban como una puerta, y poco tiempo después llegaban a la abertura del norte y la franqueaban rápidamente. El terreno descendía ahora. Era un buen viaje, con Tom Bombadil que trotaba alegremente al lado, o delante, montado en Gordo Terronillo, capaz de moverse con una rapidez que no se hubiera esperado de él, dado su volumen. Tom cantaba la mayor parte del tiempo, pero sobre todo cosas que no tenían sentido, o quizá en una lengua extranjera que los hobbits no conocían, una lengua antigua con palabras que eran casi todas de alegría y maravilla.
Avanzaban a paso firme, pero pronto advirtieron que el Camino estaba más lejos de lo que habían imaginado. Aun sin niebla, la siesta del mediodía les hubiera impedido llegar allí antes de la caída de la noche, el día anterior. La línea oscura que habían visto no era una línea de árboles, sino una línea de matorrales que crecían al borde de una fosa profunda con una pared escarpada del otro lado. Tom comentó que había sido la frontera de un reino, pero en tiempos muy lejanos. Pareció que le recordaba algo triste, y no dijo mucho.
Bajaron a la fosa y subieron trabajosamente pasando por una abertura en la pared, y luego Tom se volvió hacia el norte, pues habían estado desviándose un poco hacia el oeste. El terreno era abierto y bastante llano, y apresuraron la marcha, aunque el sol ya estaba poniéndose cuando vieron delante una línea de árboles, y supieron que habían llegado de vuelta al Camino, luego de muchas inesperadas aventuras. Recorrieron al galope las últimas millas y se detuvieron a la sombra alargada de los árboles. Estaban en la cima de una pendiente, y el Camino, ahora borroso a la luz del atardecer, se alejaba zigzagueando allá abajo; corría casi del sudoeste al nordeste, y a la derecha caía abruptamente hacia una ancha hondonada. Lo atravesaban numerosos surcos, y aquí y allá había rastros de los últimos chaparrones: charcos y hoyos de agua.
Descendieron por la pendiente mirando arriba y abajo. No había nada que ver.
—¡Bueno, aquí estamos de vuelta al fin! —dijo Frodo—. ¡El atajo por el Bosque nos demoró quizá dos días! Pero este retraso puede sernos útil. Quizá nos perdieron el rastro.
Los otros lo miraron. La sombra del miedo a los Jinetes Negros los alcanzó de pronto otra vez. Desde que entraran en el Bosque casi no habían pensado otra cosa que en volver al Camino; sólo ahora que ya estaban en él, recordaban de nuevo el peligro que los perseguía, y que muy probablemente estaría esperándolos en el Camino mismo. Se volvieron inquietos hacia el sol poniente; el Camino era pardo, y estaba desierto.
—¿Creéis —preguntó Pippin con una voz titubeante—, creéis que nos perseguirán en seguida, esta misma noche?
—No, no esta noche, espero —le respondió Tom Bombadil—, ni quizá mañana. Pero no confíes en mi presentimiento, pues no podría afirmarlo. De lo que se extiende al este nada sé. Tom no es señor de los Jinetes de la Tierra Tenebrosa, más allá de los lindes de este país.
Los hobbits, de todos modos, hubieran querido que Tom los acompañara. Tenían la impresión de que nadie como él hubiese podido enfrentarse a los Jinetes Negros. Pronto iban a internarse en tierras que les eran totalmente extrañas, y más allá de todo lo conocido excepto en leyendas vagas y distantes; y en la tarde que caía tuvieron nostalgia del hogar. Una profunda soledad y un sentimiento de pérdida los invadió a todos. Se quedaron allí de pie, en silencio, resistiéndose a la separación final, y sólo lentamente fueron dándose cuenta de que Tom estaba despidiéndose, diciéndoles que no perdieran el ánimo y que cabalgaran sin detenerse hasta bien entrada la noche.
—Los consejos de Tom os serán útiles hasta que el día termine. Luego tendréis que fiaros de vuestra propia buena suerte. A cuatro millas del Camino encontraréis una aldea: Bree, al pie de la colina de Bree, cuyas puertas miran al oeste. Allí encontraréis una vieja posada, El Poney Pisador; Cebadilla Mantecona es el afortunado propietario. Podréis pasar allí la noche, y luego la mañana os pondrá otra vez en camino. ¡Valor, pero cuidado! ¡Ánimo en los corazones, y no dejéis escapar la buena fortuna!
Los hobbits le rogaron que los acompañase al menos hasta la posada y que bebiera con ellos una vez más, pero Tom se rió y rehusó diciendo:
Las tierras de Tom terminan aquí; no traspasará las fronteras.
Tiene que ocuparse de su casa, ¡y Baya de Oro está esperando!
Luego se volvió, arrojó al aire el sombrero, saltó sobre el lomo de Terronillo, y se fue barranco arriba cantando en el crepúsculo.
Los hobbits treparon detrás y lo observaron hasta que se perdió de vista.
—Lamento tener que dejar al señor Bombadil —dijo Sam—. Curioso ejemplar, y no me equivoco. Digo que andaremos mucho todavía y no encontraremos nada mejor, ni más raro. Pero no niego que me gustará ver ese Poney Pisadorde que habló. ¡Espero que se parezca a El Dragón Verdede nuestra tierra! ¿Qué clase de gente vive en Bree?
—Hay hobbits en Bree —dijo Merry—, y también Gente Grande. Me atrevo a decir que estaremos casi como en casa. El Poneyes una buena posada, desde todo punto de vista. Los míos van allí de cuando en cuando.
—Puede ser todo lo que deseamos —dijo Frodo—, pero de cualquier modo está fuera de la Comarca. ¡No os sintáis demasiado en casa! Recordad por favor, todos vosotros, que el nombre de Bolsón no ha de mencionarse. Si es necesario darme un nombre, soy el señor Sotomonte.
Montaron los poneys y fueron en silencio hacia la noche. La oscuridad cayó rápidamente mientras subían y bajaban las lomas, hasta que al fin vieron luces que resplandecían a lo lejos.
Delante, cerrándoles el paso, se levantó la colina de Bree, una masa oscura contra las estrellas neblinosas; bajo el flanco oeste anidaba una aldea grande. Fueron hacia allí de prisa, sólo deseando encontrar un fuego, y una puerta que los separara de la noche.
9
BAJO LA ENSEÑA DE «EL PONEY PISADOR»
Bree era la villa principal de las tierras de Bree, pequeña región habitada, semejante a una isla en medio de las tierras desiertas de alrededor. Las otras poblaciones eran Entibo, junto a Bree, del otro lado de la loma; Combe, en un valle profundo un poco más al este, y Archet, en los límites del Bosque de Chet. Alrededor de la loma de Bree y de las villas había una pequeña región de campos y bosques cultivados, de unas pocas millas de extensión.
Los Hombres de Bree eran de cabellos castaños, morrudos y no muy altos, alegres e independientes; no servían a nadie, aunque se mostraban amables y hospitalarios con los Hobbits, Enanos, Elfos y otros habitantes del mundo próximo, lo que no era (o es) habitual en la Gente Grande. De acuerdo con sus propias leyendas, descendían de los primeros Hombres que se habían aventurado a alejarse hacia el oeste de la Tierra Media y eran los habitantes originales del lugar. Pocos habían sobrevivido a los conflictos de los Días Antiguos, pero cuando los Reyes volvieron cruzando de nuevo el Gran Mar, encontraron a los Hombres de Bree todavía allí, donde continúan estando ahora, cuando el recuerdo de los viejos Reyes ya se ha borrado en la hierba.